Última evocación, de momento, de Eugenio Vegas

Acabo de estar, ayer a los 20.30, en la misa que unos amigos de Eugenio Vegas quisieron celebrar con motivo del centenarios de su nacimiento.

Se realizó en los Carmelitas de Ayala y la celebró Olegario González de Cardedal. Yo no hubiera elegido ese celebrante y creo que puedo asegurar que Eugenio Vegas tampoco. Pero fueron otros amigos de él quienes organizaron el acto y respeto absolutamente su decisión.

La homilía estuvo discretamente bien. El celebrante es inteligente y salvó con dignidad notables discrepancias. En los pechos de ambos recayó, en los de Don Olegario todavía está, la medalla de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Pues era un motivo para que él celebrara la misa. Encontré al teólogo bien de aspecto pero notablemente mayor. Los años no pasan en vano.

La asistencia fue reducida. ¿Cincuenta personas? Y las ausencias notables. La primera la del Rey de España. A quien Eugenio tanto afecto y dedicación entregó a su persona. Bien sé que el Rey se reserva. Pero aquí me pareció excesivamente reservado. Le dio a él, y sobre todo a la monarquía, muchísimo más Eugenio Vegas que esa pobre muchacha suicidada hace unas semanas.

Estoy convencido de que la Monarquía no sería posible en España sin la labor de Eugenio Vegas y de su obra señera, Acción Española

Pero bien sabemos que los reyes son desagradecidos y los Borbones incluso exageran. Me parece que no se la haya concedido un título de Castilla, al menos a título póstumo, una notable ingratitud. Por el actual rey y por la memoria de su padre.

Sus amigos, o los que lo fueron y luego se despistaron, ya han muerto todos. Pemán, López Ibor, Martín Almagro, Areilza, Castiella, el conde de los Andes, Jorge Vigón, José Luis Vázquez Dodero, Pablo Antonio Cuadra.... Y tantos mucho más desconocidos pero que le fueron fieles siempre: Gabriel Alférez, Juan José Morán, Antonio Ochoa, Pablo Beltrán de Heredia...

Allí estaban los últimos de Filipinas en el afecto. Tres de ellos entrañables para él. Me consta porque mil veces me lo dijo. El primero de todos, Eugenio Hernansanz. Entró como administrativo en Acción Española y por su trabajo cabal y su honradez acrisolada puedo asegurar que siempre sintió por él Eugenio un afecto superior. Creo que bien puedo decir que ha sido una de las personas a quienes más quiso. Muchísmo. Cuando nos dimos un apretado abrazo, en presencia de Fina, su encantadora mujer, aunque sea tan especial en las comidas pues casi todo le hace daño -Fina, qué guapa estás, cómo llevas a Eugenio, tan derecho, tan señor, tan él, y tan tuyo y tan nuestro, por lo que no puedo menos que recordar aquellos maravillosos encuentros de los dos matrimonios en Playa América-, sabemos los dos que el recuerdo de Eugenio Vegas es algo imborrable en nuestras vidas. Ayer me dijiste Eugenio, una vez más, todo lo que le debías. Y como yo te dijera que tus Memorias, eterno y fidelísimo secretario de Don Juan y a su fallecimiento de Doña María, eran de obligada publicación, con tu mirada clara y serena, que tantas cosas ha visto, me respondiste que desde el primer momento tuviste clarísimo que no. Y que hasta renunciaste a llevar el más mínimo diario porque de tu boca, que tanto podría decir, jamás saldría nada. Y eres tan puñetero, con perdón, que ni a mí me lo cuentas. Dios te pagará tanta entrega, tanta fidelidad, tanta hombría de bien. Y si los Reyes fueran como debieran, y esto lo digo yo porque tú jamás lo dirías, tú deberías ser también marqués o conde de la Lealtad, de la Fidelidad, del Real Servicio o del Amor a la Monarquía.

Vi también al teniente general González del Yerro, teniente que fue de Eugenio cuando en la guerra se alistó voluntario en la Legión como simple legionario, siendo ya capitán. Desde entonces tuvieron una relación amistosísima. En la que el superior, aunque no lo fuera porque el legionario era ya capitán, si bien nadie lo sabía, admiró a aquel voluntario que terminaría siendo su entrañable amigo. En el último acto de las Fuerzas Armadas se inventaron un protocolo nuevo. Que me pareció muy acertado. Cuatro generales o almirantes distinguidos de los tres Ejércitos y de la Guardia Civil acompañaron la corona que se iba a ofrendar a los que murieron por España. Y allí ibas. El más tieso. El más marcial. Me encantó verte. Pero más de uno se sorprendería al ver tu pecho. Los de los demás estaban llenos de condecoraciones. Infinitas. El tuyo llevaba apenas una pequeña medalla. Que pasaba casi desapercibida. Pero que lo llenaba todo. La medalla militar individual en campaña. Todas las demás son filfa. Esa, sólo esa, valía mil veces más que todas las demás juntas. Y su brillo era tal que no permitía que a su lado hubiera ninguna otra. En la última cena de San Fernando tuve el honor de presentarte a mi hijo, hoy capitán de tu Infantería. Y cuando regresábamos a nuestra mesa me decía con asombro: Papá, ¿de verdad es medalla individual? Creo que no volveré a conocer otro en mi vida. De esos ya no quedan. Pues quedas tú. Y ojalá por muchísimos años. De entre las muchísimas cosas por las que tengo que dar gracias a Dios, por mediación de Eugenio, es por haberos conocido a Eugenio Hernansanz y a ti. Y porque me tengáis por vuestro amigo. Lo del reto a la partida de mus queda en pie. En eso yo soy de laureada. Aunque su valor no valga nada.

También saludé al duque de Parcent por quien Eugenio siempre tuvo especial cariño y él por Eugenio. Era bastante más joven que él y creo que que participó en una anécdota que ahora tengo bastante borrada. La del nequamquam. Él, si quiere, la podrá precisar.

De aquella inolvidable tertulia de la calle Gurtubay me encontré, con gran alegría, pues a algunos hacía muchos años que no veía, a los organizadores del acto. Darío Valcárcel, Ramón Jordán de Urríes, Íñigo Laula. Al último le vi de lejos. Darío y Ramón me parecieron jovencísimos para los años que han pasado. Tampoco debo estar yo muy mal porque me reconocieron inmediatamente. Con gran afecto.

De la tertulia sí he echado faltas. Luis María Ansón, Gonzalo Muñiz, Emilio de Miguel. La asistencia de Poto Figueroa era imposible por los miles de kilómetros de distancia. De estar más cerca seguro que no habría faltado. Tengo mucha correspondencia con él y me consta. Ya de los más jóvenes contertulios, no voy a decir la estupidez de tertulianos, me extrañó la no presencia de Estanislao Cantero y de Enrique de la Cierva.

Del último periplo intelectual de Eugenio Vegas, la Ciudad Católica, estaba como era obligado el actual presidente de la misma, por tantos años de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y me parece que sucesor de la medalla de Eugenio en la Real de Ciencias Morales y Políticas, Juan Vallet de Goytisolo. Ciertamente la persona a quien Eugenio admiró más en sus últimos años. Ambos emprendieron juntos la aventura intelectual y católica de la revista VERBO que todavía sigue publicándose.

Y dentro de este último ámbito estaban también presentes el actual animador de la revista y su secretario, Miguel Ayuso, y Manuel de Santa Cruz, acreditado historiador del carlismo en su última etapa. Miguel fue, sin duda, el amigo más joven de Eugenio Vegas de quien sobradamente me consta el afecto que le tuvo.

No podría dejar de citar, por último, a la viuda de Augusto Díaz Cordovés, tal vez Cordobés, Carmen, mujer admirable donde las haya, íntima amiga de aquella otra admirable mujer que fue Leonor López de Ceballos, la viuda de Eugenio Vegas. Augusto, una de las mejores personas que me he tropezado en mi vida, coronel de artillería y sobre todo hombre bueno, fue uno de los últimos grandes amigos de Eugenio Vegas Latapie. De los mejores. De los más próximos. A mí tambien me tocó disfrutar de su afecto, ya ido, y del de Carmen, ojalá muchos más años presente.

Leíto y sus cinco hijos. Pues claro que estaban allí. Tan jóvenes la madre y los hijos. El mayor tiene diecisiete años. Quizá no entiendan todavía lo que significó su abuelo en la historia de España. Aunque seguro que ya lo van entendiendo. Buena es Leo para no contárselo.

Se hizo un acto de gratitud. Vaya la mía para quienes lo organizaron. Por una de las personas más rectas, más patriotas y más católicas que yo he conocido. Seguramente la más.

Fue una misa entrañable. De sus amigos. De sus últimos amigos. Ninguno, tantos años después, le hemos olvidado.
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