Un jesuita santo y sabio.

La Compañía de Jesús tenía antes muchos miembros de tercera fila. Entre la primera y la segunda, en nuestros años adolescentes, no digamos ya en los infantiles,no sabíamos hacer distinción. Eran el Padre tal y el Padre cual. Sí sabíamos que algunos no eran todavía sacerdotes pero éramos conscientes de que iban encaminados. Lo de que después fueran profesos, es decir, la crema, o no profesos ni lo sabíamos ni nos lo contaban.
Pero había algo que teníamos claro. Unos eran Padres y otros Hermanos. Y nos dábamos cuenta de que no eran lo mismo. No es que fueran los criados sin sueldo pero no era lo mismo. Y hasta podiámos pensar que eran los criados sin sueldo. Aunque estuviéramos equivocados.
Pues de mi curso, y estoy seguro que también en bastantes antes y bastantes después, si se le preguntara a cualquier alumno quien había sido el mejor jesuita que se tropezaron en el Colegio, y seguramente hasta en su vida, todos responderían que el Hermano Hijosa.
Todo el mundo le quiso. No creo que haya nadie que tenga un mal recuerdo de él. Nadie. Pero había más. Estoy seguro de que todos dirían que si conocieron a algún santo jesuita ese fue el Hermano Hijosa.
Y, además, era un sabio. Recuerdo al Hermano Güemes, más bruto que un arado, sin que ello suponga merma alguna de sus méritos ante Dios. Que seguramente los tendría. Se encargaba de la granja de los animales que daban leche, huevos y lo que fuera para el consumo del colegio. De los Hermanos Cubillo y Merino, encargados de desasnarnos en primaria hasta el ingreso inclusive. A mí me tocó el Hermano Cubillo y creo que todos guardamos de él, como de Merino, un excelente recuerdo. Y del Hermano Lomba, en mi opinión casi tan bruto como Güemes. Seguramente no lo sería tanto pero dada mi inutilidad para el deporte, y él se encargaba de eso, pues no gozaba de mis simpatías.
El Hermano Hijosa, por hacer un pareado, era otra cosa. Nos daba geografía e historia. Y nadie como él. Hasta cursos muy elevados. Lo sabía todo y lo enseñaba mejor. Lo poco que sabemos de esas materias a él se lo debemos. Yo, a mis sesenta y seis años, muy próximos los sesenta y siete, aún recuerdo los ríos de Asia: Obi, Yenisei, Lena, Tolima, Amur, Hoango o Amarillo Yangsekiang,o Azul, Sikiang, Mekong, Dary o Irawadi,Ganges, con su gran afluente el Bramaputra, Eufrates y Tigris que juntos forman el Chat-el-Arab. Y los ríos, los lagos, los cabos y las islas de las demás partes del mundo. Hasta la penínsulas. Y las señalábamos con el puntero en el mapa. Y los Estados y sus capitales. Y de historia, no se diga.
Él era un pelín sectario. El bueno era Felipe II y la mala la pérfida Albión. Pero es que yo, más de cincuenta años después, sigo pensando lo mismo que me inculcó el hermano Hijosa.
La última vez que le vi estaba ya muy viejito. Ya no daba clases. Le quise tirar de la lengua y, sabio como era, no se dejó. Me dijo que, tan mayor, a sus años, sólo hacía ayudar a misa a todos los sacerdotes que la celebraban en el Colegio. Y como le preguntara, ¿cuántas misas oye? Me respondió que había días que diez. Y me añadió: ¿Es que hay algo mejor que oir misa?
Santo como era no quiso entrar en mis maldades. Simplemente me dijo que todas las misas que oía las ofrecía por la Iglesia, por su adorada Compañía de Jesús, por España y por todos los que habían sido sus alumnos.
Creo que no me dijo nada pero que me dijo muchísimo. Pienso que estaba preocupado y hacía lo único que pensaba que podía hacer.
He sabido, después de convivir con el Hermano Hijosa en sus clases, y a él le debo mi interés por la historia -la geografía ya me trae sin cuidado-, que había dos tipos de Hermanos Coadjutores en la Compañía de Jesús. La gran mayoría porque no servían para otra cosa. Pero los había que vaya que sí que servían. Pero algunos por humildad, bien o mal entendida, creyeron que el sacerdocio era algo demasiado sublime para ellos. Y se quedaron en Hermanos Coadjutores.
Estoy convencido de que al gran Hermano Hijosa le sobraban cualidades intelectuales para ser un profeso jesuita. Pero también estoy seguro de que ese, de quien él se quiso compañero en su Compañía, humildísimo y entregado compañero, recibió encantado la humildad de su oblación. Y en su infinita sabiduría echa de menos que no haya muchos más jesuitas como el Hermano Hijosa.
Los de Deusto han sabido hacer de aquel gran Hermano Gárate un santo de la Iglesia. Los del Colegio del Apóstol de Vigo no lo hemos sabido hacer. Ni lo sabremos. Pero, a quien me lea, si tiene un problema, que se lo encomiende al Hermano Hijosa. En el cielo no hay ya misas. Pero a él, el Cristo que tanto amó, seguro que le va a escuchar.
Queridísimo Hermano Hijosa: En abril va a celebrar los cincuenta años de la salida del Colegio mi promoción. Y allí vas a estar entre nosotros. El que más. No tenemos mejor recuerdo que el tuyo. Otros serán buenos, regulares o malos. El tuyo es de santidad. Y de amor. De ti a nosotros y de nosotros a ti. No te digo que Dios te lo pague porque Él, tan buen pagador, lo ha hecho ya con creces. No me cabe la menor duda. Pero sí te pido que sigas acordándote de nosotros. De nuestros problemas, de nuestras necesidades, de nuestras miserias.
La última vez que te vi, y te morirías un año o dos después, seguías llevando la raída sotana ceñida con el fajín jesuítico. Esa sotana que habían abandonado todos. Ya no tenía sobre ella el polvo de la tiza. Sólo tenía el polvo divino de la santidad.