La Iglesia se constituye en la misión

En documentos conciliares se destacan tres dimensiones de la Iglesia. Una en continuidad con el Vaticano I, la Iglesia es sociedad orgánicamente estructurada con unos ministerios conferidos en el sacramento del orden- obispos, presbíteros y diáconos- que se vienen llamando “jerarquía”; con esta visión, la Iglesia es una sociedad de desiguales. La Iglesia también es presentada como pueblo de Dios donde todos los bautizados tienen la misma dignidad y nadie es más que nadie. A estas dos visiones de Iglesia que se encentran en la “Constitución sobre la Iglesia”, en un documento aprobado al final del Concilio - Constitución “sobre la Iglesia en el mundo”, la Iglesia se define por la misión: “sólo busca continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para servir y no para ser servido”
Por tanto los que enfatizan la dimensión jerárquica, los que acentúan la condición de la Iglesia como pueblo de Díos, y los que destacan la misión, todos pueden acogerse a lo que dicen los documentos conciliares. Pero ¿cual de las tres dimensiones debe dar sentido a las otras dos? Sencillamente, la tercera: la Iglesia se constituye en la misión. Por dos razones. Primera, la Iglesia debe re-crear la conducta de Jesucristo que no vivió en función de sí mismo y de su propia seguridad, sino en función y al servicio del reino de Dios, “por nosotros y por nuestra salvación”. Segunda, la Constitución “Sobre la Iglesia en el mundo”, que destaca la dimensión misionera es ya el documento trabajosamente elaborado cuando el Concilio había madurado, y responde a la preocupación misionera de Juan XXIII: infundir la savia del Evangelio en las venas de la humanidad.
En consecuencia la Iglesia se constituye en la misión. Para ello tiene que ser pueblo de Dios, signo creíble del Evangelio. Y como un servicio a este pueblo siempre en misión evangelizadora hay unos ministerios ordenados. Esta visión de la Iglesia en el dinamismo evangelizador puede liberarnos de posiciones cerradas y dogmatistas que, además de romper a veces la comunión eclesial, fomentan intereses mezquinos y hacen imposible la edificación de la Iglesia.