"El Estado no debe estar al servicio de las religiones sino del ciudadano" Gregorio Delgado del Río: "El ideal (espacio) laico"

Espacio laico, espacio para tod@s
Espacio laico, espacio para tod@s

"Laicidad –no es necesario insistir- no es sinónimo de laicismo ni refiere al mismo contenido"

"Es muy frecuente definir lo laico o secular en función de una identidad negativa, esto es, por suponer en él la negación de la religión, por ser contrario (opuesto) a católico, por no ser creyente"

Sin embargo, "la laicidad garantiza el derecho de todos los ciudadanos a practicar la religión (o ninguna), que más les acomode y, en consecuencia, sirve a la libertad de todos y cada uno (condición de libertad)"

"Para el laico, los grandes valores comunes (identidad), que rigen la civilización actual, son el fruto maduro del consenso humano en el tiempo (racionalidad: actitud crítica/experiencia vivida a través de la historia) sin que puedan ser ‘condicionados’ por fe religiosa alguna"

Si hay algún concepto (realidad aludida) que haya asumido carta de naturaleza y es, en consecuencia, invocado en el actual debate ético, religioso, social y político, éste es el de laico o secular. Y, sin embargo, cada día parece más distante de algunas de sus referencias básicas: la Ilustración, el pensamiento liberal y hasta el mismo Evangelio. Laicidad –no es necesario insistir- no es sinónimo de laicismo ni refiere al mismo contenido.

La caracterización general

Es muy frecuente, en los más variados ámbitos, definir lo laico o secular en función de una identidad negativa, esto es, por suponer en él la negación de la religión, por ser contrario (opuesto) a católico, por no ser creyente en dioses ni ángeles, ni en rituales de ningún tipo. Nada más alejado de la realidad.

Como, por ejemplo, ha subrayado Harari, “el secularismo es una visión del mundo muy positiva y activa, que se define por un código de valores coherente y no por oposición a esta o aquella religión”. El laico no reclama el monopolio de la verdad, ni de la moral. Eso sí, a diferencia de los abundantes grupos religiosos (en muchos casos, sectarios), el laico no cree ni profesa la idea de que la verdad y la moral, la justicia y la solidaridad, ni otras virtudes o valores, bajen de los cielos (los dioses). Al contrario, los grandes valores comunes (identidad), que rigen la civilización actual, son el fruto maduro del consenso humano en el tiempo (racionalidad: actitud crítica/experiencia vivida a través de la historia) sin que puedan ser ‘condicionados’ por fe religiosa alguna.

A diferencia del mundo católico, por ejemplo, quienes abrazan y viven en este espacio laico “no reclaman monopolio alguno”. Se defiende una positiva actitud de apertura y de diálogo a la hora de convivir socialmente. Esto es, a la hora de responder a los múltiples problemas de todo tipo que surgen en la convivencia diaria. Actitud de apertura que encuentra muchas dificultades en quienes afirman ciertos valores y principios no negociables y que ellos poseen en exclusiva. Esta actitud -habitual en el mundo católico- representa, en realidad, un obstáculo efectivo a la hora de buscar y consensuar ciertos valores comunes y universales (identidad) entre personas que profesan o suscriben convicciones diferentes como musulmanes, cristianos, hindúes, judíos, gnósticos, ateos, etc. etc.

Es este último aspecto (no condicionamiento por visión religiosa alguna) el que diferencia al laico en la actualidad. Nada opone ni tiene en contra del creyente ni se posiciona, de modo militante, frente a las distintas opciones religiosas concurrentes. No es sectario. La laicidad, escribió en su día el ex Presidente Sarkozy, ‘no se dirige contra las religiones’. Al contrario, es el modo de garantizar y ‘asegurar la libertad de conciencia y la libertad de cultos’ a todos los ciudadanos. Esto es, garantizar el que cualquier ciudadano puede vivir de hecho conforme a sus convicciones.



No obstante las resistencias surgidas por parte de quien, con el nacimiento del Estado moderno, se ha visto en la necesidad de competir por un espacio en el que se había acomodado (Iglesia católica y otros grupos religiosos cristianos, por ejemplo), parece obvio que el Estado, al reconocer a sus ciudadanos el derecho a afirmar y vivir conforme a los valores (también aquí surgen resistencias evidentes) que se profesan (pluralismo), ha de ser necesariamente laico. Pero, repito, no opuesto ni contrario a la fe que profesen algunos de sus ciudadanos (revista un signo u otro), cuya práctica ha de garantizar ‘en buenas condiciones’ el propio Estado democrático, aunque sea laico.

El reto inicial del Estado a la fe religiosa (mayoritariamente católica en Occidente), después de muchas refriegas, creo que se ha consolidado y el Estado laico ha hecho realidad su ideal: “tenía que decir algo sobre el cuerpo (bienestar) y el alma (la moralidad) de los ciudadanos y quería decirlo con más autoridad, aquí en la tierra, que las Iglesias”.

En esta línea de pensamiento se ha de subrayar la cabal reflexión de Claudio Magris: El Evangelio puede suscitar e inspirar una determinada visión del mundo (una sociedad más justa, más igualitaria, más solidaria, etc.). Pero, ello no significa que “pueda traducirse directamente en artículos de ley” positiva ni en los planes de acción política de ningún gobierno democrático. O, dicho en otros términos, cualquiera sea la visión religiosa del mundo y de la sociedad que puedan, con toda legitimidad y coherencia, profesar las diferentes Iglesias y/o grupos religiosos, ello “en modo alguno significa que las Iglesias hayan de dominar la sociedad, imponerle sus reglas, fijarle una moral e incluso un calendario”.

La laicidad, como he dicho, se refiere a “la capacidad de distinguir lo que es demostrable racionalmente de lo que en cambio es objeto de fe” así como a la capacidad “de distinguir las esferas y los ámbitos de las distintas competencias, por ejemplo las de la Iglesia y las del Estado, lo que –precisamente según el dicho evangélico- hay que dar a Dios y lo que hay que dar al César”. Esta dimensión en el Estado pluralista y laico (respeto de los distintos ámbitos de competencia) implica y conlleva un modo concreto de entender la acción y actitud del Estado (laicidad positiva). Dimensión (laicidad positiva) que desarrollaré en otro momento posterior.

En el marco de la actitud individual (personas laicas, creyentes o no) en la sociedad actual, pueden surgir, en circunstancias concretas, dudas e interpretaciones diferentes, que enfrenten al Estado y a las Iglesias oficiales, pero se debe tener muy claro que “las religiones han de preocuparse de lo espiritual, no de la organización de lo temporal”. La defensa de la libertad fundamental de creer o no creer (hecho religioso) no conlleva el sometimiento de la sociedad civil y/o del Estado al dominio de las Iglesias oficiales y/o de los grupos religiosos (de sus líderes/intermediarios). El Estado no debe estar al servicio de las religiones sino del ciudadano.

La laicidad garantiza el derecho de todos los ciudadanos a practicar la religión (o ninguna), que más les acomode y, en consecuencia, sirve a la libertad de todos y cada uno (condición de libertad). En esta función de aseguramiento de la libertad (de las propias convicciones), el Estado ha de proceder con estricta neutralidad: no tratar de modo diferente a los ciudadanos por razones de religión. (Continuará)

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