El único que jamás traiciona
El salmista al verse en tales circunstancias expone su infortunio al Señor, el único que jamás traiciona y el que en su Hijo conoció el dolor de la traición: “Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica” (v 2). Es la oración de Jesús en el huerto, poco antes de ser traicionado por Judas. “Pero eres tú mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad” (v 14- 15).
Seguidamente enumera sus cuitas: “Me turba la voz del enemigo, los gritos del malvado, me atacan con furia, me sobrecoge un pavor mortal, me cubre el espanto” (v 4 – 6). Y no enumera sólo su desgracia sino que ve la desgracia de su pueblo, que es otra espina clavada en su corazón: “Veo en la ciudad violencia y discordia: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia, dentro de ella calamidades; no se aparten de su plaza la crueldad y el engaño” (v 11, 12).
Termina el salmo con una expresión de una gran confianza: “Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará, no permitirá jamás que el justo caiga” (v 23). No, el Señor no abandona a sus fieles, éstos pueden pasar por momentos oscuros como reza el salmo 22: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.