El único que jamás traiciona

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La traición es sumamente dolorosa cuando viene de alguien en quien habías puesto la confianza. Esto es lo que le ocurre al autor del salmo 54 que se ve traicionado por su amigo. Y ahí se desvanece el dicho de quien tiene un amigo tiene un tesoro. Puede ser aquello que los amigos se demuestran cuando las cosas van mal; por consiguiente al que considerabas un amigo no lo era.

El salmista al verse en tales circunstancias expone su infortunio al Señor, el único que jamás traiciona y el que en su Hijo conoció el dolor de la traición: “Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica” (v 2). Es la oración de Jesús en el huerto, poco antes de ser traicionado por Judas. “Pero eres tú mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad” (v 14- 15).

Seguidamente enumera sus cuitas: “Me turba la voz del enemigo, los gritos del malvado, me atacan con furia, me sobrecoge un pavor mortal, me cubre el espanto” (v 4 – 6). Y no enumera sólo su desgracia sino que ve la desgracia de su pueblo, que es otra espina clavada en su corazón: “Veo en la ciudad violencia y discordia: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia, dentro de ella calamidades; no se aparten de su plaza la crueldad y el engaño” (v 11, 12).

Termina el salmo con una expresión de una gran confianza: “Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará, no permitirá jamás que el justo caiga” (v 23). No, el Señor no abandona a sus fieles, éstos pueden pasar por momentos oscuros como reza el salmo 22: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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