en el número 292 de IglesiaBViva Progreso humano y sinodalidad eclesial

el progreso humano ha sido construido sobre víctimas, como una espléndida avenida pavimentada con cadáveres. Pero el que una cosa se haya hecho mal no significa que no haya de hacerse, sino que ha de hacerse bien.

la noción bíblica de progreso no se limita al que llamamos progreso “técnico” sino que es sobre todo un progreso humano

La sinodalidad es un imperativo no solo eclesiástico sino también mundano y laico.

El verdadero progreso consiste en avanzar hacia la convivencia y la paz, entre todo el género humano y con una serenidad y paz interior que no las dan los meros logros tecnológicos (aunque algo puedan ayudar a ellas) por admirables que sean. Todo lo demás son fuegos artificiales

la apelación paciente al diálogo universal se convierte en uno de los valores irrenunciables de las izquierdas

Cuando se sustituyen los argumentos por insultos (que, además son aplaudidos desaforadamente) la sinodalidad se pervierte en “sin modalidad”. Y la falta de modales no es ninguna señal de progreso

DIOS ES LA SINODALIDAD ABSOLUTA

Una iglesia que, según el Vaticano II, es imagen de la Trinidad y signo eficaz de comunión, está obligada a transmitir al mundo esa “luz para las gentes” que es Cristo. Así ha sucedido a veces y así podría suceder hoy si un tema que está siendo fundamental en la Iglesia (la llamada “sinodalidad”), se pone en contacto con esa otra categoría fundamental de la historia del mundo que es el progreso.

Como veremos más adelante y como reconoció (¡y aceptó!) Hegel, el progreso humano ha sido construido sobre víctimas, como una espléndida avenida pavimentada con cadáveres. Además, está amenazando gravemente a la tierra. Ello ha llevado a muchas gentes a un rechazo de la categoría de progreso. Y por eso nuestras reflexiones deberán comenzar mostrando la necesidad y obligatoriedad del progreso humano.

Panorámica bíblica

Según el relato de la creación del primer capítulo del Génesis, las demás cosas son creadas para estar ahí, pero el hombre es creado con una misión. Esa misión se expresa en el mandato dado a la primera pareja: multiplicaos (como seres humanos) pero, además, “creced” (en humanidad) y así, haced habitable la tierra[1]. Crecer en número y en humanidad: porque la creación necesita ser acabada (humanizada) y el progreso se dirige hacia esa cumbre de la creación. No se dice eso a ninguna de las demás creaturas.

La tierra, por tanto, a la vez que nos alimenta, requiere la ayuda del hombre para ser humanizada y habitable. Bien tratada puede convertirse en compañera entrañable del hombre; pero mal educada puede ocasionar disgustos muy serios. Desde una categoría muy catalana, digamos que el progreso es “como las setas”: las hay sabrosísimas y las hay terriblemente venenosas. Y el que no sepa distinguirlas, mejor que no vaya a recogerlas.

Aquí se percibe también el significado de ese extraño precepto del descanso como respeto a la tierra y como respeto del hombre a los demás y a sí mismo: porque descanso no significa alienación ni embriagamiento sino recuperación y restauración.

El progreso es pues un mandamiento divino: es una misión confiada al ser humano. Óiganlo todos esos grupos conservadores surgidos ante los crímenes de nuestro progreso. Y sepan que el que una cosa se haya hecho mal no significa que no haya de hacerse, sino que ha de hacerse bien.

Saliendo del mito del Génesis, bastará con decir que la noción bíblica de progreso no se limita al que llamamos progreso “técnico” sino que es sobre todo un progreso humano: un pueblo de hermanos, donde no hay pobres, que descansa sobre la justicia como fundamento de la paz verdadera. Donde, con lenguaje de Isaías, las armas se han convertido en arados y el león convive con el cabrito. Un pueblo tal que, por eso y a pesar de su pequeñez, resulta ser “luz para otros pueblos” (cf. Is. 60,3).

Padres de la Iglesia: Ireneo de Lyon

“Dios creo al hombre para que se multiplicara y creciera” (in augmentum et incrementum)[2]. Esta sencilla frase, casi parodia del Génesis, es una de las tesis centrales del pensamiento de San Ireneo. Tanto que se acompaña de otras dos expresiones muy suyas y repetidas: la de la habituación[3] y la de la maduración. Incluso las características que daba el Génesis al ser humano (“imagen y semejanza” de Dios) son entendidas por Ireneo no como sinónimos, sino de manera dinámica: como tarea de pasar desde la primera a la segunda. También la relación entre Nuevo y Antiguo Testamento en la Biblia no es la de lo válido que sustituye a lo caduco, sino la del progreso que incorpora todo lo anterior purificándolo (la clásica Aufhebung hegeliana).

Y además, para Ireneo el progreso pertenece no solo a la naturaleza del ser humano, sino a la misma redención y liberación del hombre. Estas no son una simple meta a la que se llega mecánicamente, sino un camino difícil por el que la persona intenta “llegar a ser lo que todavía no es” (V, 1,1).   

Por supuesto, para el cristiano la meta de la vida humana es escatológica: metahistórica. Pero eso no significa que ese más-allá venga dado, por así decir, desde la nada escatológica, sino que nace, parcialmente al menos, como fruto de la historia: pues, por la Resurrección inclusiva de Jesús, “el fin de la historia ha sido anticipado en ella” (W. Pannenberg). Esa es la concepción que refleja la primera carta a los corintios (capítulo 15): una progresiva serie de conquistas y liberaciones, al final de las cuales nos será concedida la liberación de la muerte. Tal es, al menos, lo que llamaríamos “el plan de Dios” con la libertad humana. Lo que los hombres ya no podemos saber es cuál será la actuación de Dios si le falla la libertad humana.

Establecida así la dimensión del progreso como constitutiva del ser humano, tanto en una cosmovisión laica como creyente (y aunque luego puedan aparecer serias diferencias entre ambas), nos tropezamos con el dato de que el progreso es hoy una bandera de las izquierdas. El bueno del señor Sánchez no hace más que hablar de “un gobierno de progreso” Pero aquí comienzan a complicarse las cosas: porque han sido figuras señeras de la izquierda las que hablaron de nuestro progreso como “un camino de regreso a la barbarie”[4]. ¿Qué pasa pues?

Un progreso no sinodal.

Ya aludí al comienzo del asombro de Hegel cuando va descubriendo que nuestro progreso ha ido construyéndose sobre víctimas. Y no simplemente víctimas del lado opuesto o “conservador” (como pueden ser las de la barbarie estalinista) sino víctimas por así decir “inocentes”. En efecto: una mirada fría a la historia obliga a reconocer, (dicho de manera rápida y sintética) que:

- Nuestro progreso ha preferido el imperativo eficacista al imperativo ético (o los medios inhumanos a los medios humanos)

 De niño me explicaron que la maravilla de las Pirámides de Egipto obligaba a dejar encerrados hasta morir en ellas a los últimos albañiles, aunque no sé si esto se aceptará hoy. En los Padres de la iglesia son frecuentes las quejas que, ante cualquier gran obra, se preguntan cuántas víctimas habrá costado y cuántas mujeres quedarían viudas o sin hijos como precio de aquella maravilla. En Europa debemos hablar de los africanos como precio indispensable de nuestro progreso.  Y hoy, todo ese asombroso “desarrollo” del capitalismo se edifica sobre salarios lo más bajos posibles: basta con ver la reacción (a lo mejor legítima) de nuestros empresarios ante cualquier aviso de subidas de salarios; así como la ausencia de la expresión “salario justo” en la ética social. A lo más se habla de salario mínimo legal, pero sin discutir la bondad ética de esa legalidad.

Nuestro progreso ha preferido el imperativo tecnológico al imperativo humano (o hacer lo que satisface a unos pocos antes de lo que necesitan todos)

Por imperativo tecnológico quiero decir que cuando una cosa puede hacerse parece obligatorio hacerla por alarmantes que puedan ser sus consecuencias a largo plazo. Esto ha ocurrido con las armas nucleares, de cuya amenaza ya no podemos escapar hoy. Y la solución no es que “los buenos” (que somos nosotros…) tenemos derecho al armamento nuclear y los otros no. Si EEUU o Israel tienen armas nucleares, Irán tiene derecho a tenerlas[5]. La ida al espacio sería una maravilla en un mundo donde todos pueden comer y vivir sobriamente; pero es precipitada (por atractiva que sea) en un planeta como el nuestro: porque por más que se nos prometan avances sociales gracias a ella, contribuye más bien a aumentar las diferencias entre los humanos. En el campo de la genética puede que sea donde mayor es hoy la amenaza. Y este imperativo tecnológico es el que ha creado la actual amenaza ecológica.

 En definitiva tenemos un progreso edificado sobre cadáveres y que ha puesto a la tierra gravemente enferma, usando medios inhumanos y medios peligrosos: si en algún momento vale el principio de que “el fin no justifica los medios”, puede que sea ante este fin del progreso, tan sagrado por otra parte. Quizás este fallo pudo ser más comprensible en un mundo no globalizado donde los progresos eran más locales (aunque muestre el mismo “pecado original” en todos nuestros progresos). Pero resulta fatal en un mundo globalizado y, además, falsamente globalizado: porque solo se universalizan los intereses de los poderosos y no las necesidades de los débiles. La “aldea global” podrá serlo para el multimillonario que tiene casa en New York, en Berlín, en Camberra y en París; pero no tiene nada de global para las pobres personas que duermen en la calle en cualquiera de esas ciudades.

Si tenemos en cuenta esta realidad, en vez de mirar para otro lado, veremos qué fácil es entender desde aquí a los negacionistas del progreso, aunque debamos disentir de ellos. Y al menos podremos pedir que nuestro querido presidente no hable tan decididamente de un “gobierno de progreso” sino más bien de progreso justo. Porque es hora de reconocer y proclamar que, en este campo del progreso, no hemos “caminado juntos”, sino que unos se movían en un avión supersónico y otros iban andando.

Y en ese lenguaje de “caminar juntos” es donde aparece la palabra “sinodalidad” que hoy tanto se repite en la Iglesia. Pero que es un imperativo no solo eclesiástico sino también mundano y laico. Y ahí es donde la Iglesia podría marcar camino dando ejemplo, si ella sabe ser fiel a lo que está diciéndole el Espíritu.

Llegados aquí, puede ser bueno un pequeño paréntesis, para echar una mirada a nuestro planeta desde los principios anteriores.

“Panorama desde el puente”

Hace unos diez meses, el sr. Putin comenzó una guerra contra Ucrania qué él creía una “guerra relámpago” de pocos días. Casi un año después, esa guerra no tiene fecha de caducidad. Como respuesta a esa guerra, EEUU impuso a Rusia unas sanciones económicas, anunciadas también como otra forma de guerra relámpago. Han pasado los meses y Rusia aguanta a pesar de los golpes. En cambio, esas sanciones a Rusia están siendo mucho más perniciosas para la Unión Europea, incapaz de soportar un invierno sin petróleo, aterrada ante otra crisis económica y que va tomando medidas desesperadas y antiecológicas. De esa crisis europea se beneficia EEUU que ha aumentado sus exportaciones de petróleo y gas a Europa. Por solidaridad, pero subiendo los precios porque ya sabemos que éstos no dependen de la solidaridad sino de esa ley infalible de la oferta y la demanda que rige nuestra economía. Y ahora, claro, ha aumentado la demanda. Pero incluso los Estados Unidos, a pesar de estos beneficios, tampoco salen inmunes de la guerra: pues la cruel dictadura saudí, ante la cual EEUU (tan perseguidor de dictaduras) se había bajado los pantalones repetidas veces, para tenerla a su lado en los negocios del petróleo, ahora se ríe de los norteamericanos y se alía con Rusia…

Como ejemplo de pésimas gestiones no resulta inadecuado; pero nosotros no tememos protestas masivas porque tenemos el viejo “pan y circo”: el mundial de Qatar para que nos alivie las penas y nos haga olvidar los desastres: otra vergüenza que, desde un punto de vista progresista, habría reclamado una huelga de jugadores y espectadores. Pero ya sabemos que al pobre ser humano que somos, no se nos puede exigir demasiado…

Y un pequeño apéndice local a esta panorámica más global: ¿se puede hablar de progreso verdadero y auténtico en un país llamado España, donde crecen las tentaciones e intentos de suicidio en chavales de 13 a 17 años?[6] Unos por maltrato u otros que de niños lo tuvieron todo (o quizá todo menos cariño). Un indicio más de que el mero progreso técnico (por deslumbrante que sea) cuando no va acompañado de un progreso realmente humano, se convierte en freno o marcha atrás.

Reflexión sobre lo visto

Por supuesto, el señor Putin es el verdadero culpable de ese desastre descrito. Pero, usando una distinción del mismo presidente de la OTAN a otro propósito, debemos añadir que, si Putin es el culpable, la OTAN (y EEUU que la maneja) es el responsable de que estallara esa culpa: por lo que otra vez califiqué como su “imperialismo defensivo”, por no cumplir sus compromisos para con Rusia y por haber tratado a Rusia como fue maltratada Alemania, tras la primera guerra del 14, abriendo así la puerta a la barbarie nazi.

Y, por favor, no pretendamos ahora una derrota humillante de Rusia en nombre del progreso: porque es ley de la historia que los pueblos humillados viven después preparándose para alguna venganza reivindicativa. Por eso Ucrania haría bien en no envalentonarse ahora y pretender machacar a Rusia olvidando que, si ha podido resistir, se debe (además de a su propia valentía) a un armamento recibido del que ella carecía por completo. Y recordando que, hace ya más de medio siglo, J. F. Kennedy (cuando la crisis de los misiles cubanos) anunció que en adelante, el armamento nuclear impediría acabar las guerras con derrotas y solo quedaba aspirar a pactos en que ambas partes supieran ceder algo: era ya un embrión de la sinodalidad…

El verdadero progreso consiste en avanzar hacia la convivencia y la paz, entre todo el género humano y con una serenidad y paz interior que no las dan los meros logros tecnológicos (aunque algo puedan ayudar a ellas) por admirables que sean. Todo lo demás son fuegos artificiales. Una guerra y las tentaciones de suicidio como casi nuestro primer problema indican que hoy, en pleno siglo XXI, estamos en el campo del progreso a niveles de la llamada edad antigua aunque podamos viajar al espacio. Y así resulta que, desde este punto de vista del progreso, somos tan antiprogresistas como Vox…

Hace casi dos siglos, K. Marx creyó que la religión era un claro factor antiprogreso, por no ser universal. En lugar de ella apeló a la presunta universalidad de la razón como madre del progreso. El bueno de D. Carlos, que no conocía a Freud, no se dio cuenta de que nuestra razón es un factor tan poco universal como la religión. Pudo haberse dado cuenta porque su gran obra consistió en mostrar la poca racionalidad de la razón capitalista, movida siempre por intereses económicos egoístas y ocultos. Pero no supo percibir que su propio sistema estaba fundado en otra falsa razón, movida también por otros intereses ocultos (aunque más nobles que los del capital): movida por esa superstición de que la misma estructura dialéctica de la materia garantiza una supresión de las contradicciones en favor de un auténtico progreso que liberará a las víctimas del sistema capitalista: el mesías religioso fue sustituido así por un mesías proletario (pese a que, al poco tiempo Marx hubo de reconocer que había un proletariado despreciable –“Lumpenproletariat”- que no resultaba muy mesiánico).

Hoy, dolorosamente, cabría repetirle al señor Marx aquello de que “los muertos que vos matasteis gozan de buena salud” (de mejor salud que los que mató el Tenorio). Hay que buscar, pues, otra categoría universalizadora que no es la religión ni la razón y que debería ser la ética. Una ética a la que pueden contribuir las religiones (como ya predijo la intuición de H. Küng) y también la razón humana, pero que debe gestarse en el diálogo y el caminar conjuntos.

Por imperfecto que sea el ejemplo que sigue, podríamos decir que Occidente consiguió algo de eso, pero solo para el mundo occidental (algo de ello se ha reflejado pálidamente en la construcción de Europa). Pero hoy resulta que esa ética “universal” de Occidente no vale para el mundo entero: no solo por no haber incorporado elementos válidos de otras culturas no occidentales (ahí está el atractivo del Oriente para tantos occidentales de hoy, aunque pueda ser un oriente “a la carta” como pasa tantas veces). No solo por eso sino, además, por la misma falsificación que ha hecho Occidente con su ética, al dejarla sometida al interés económico, poniendo los derechos del dinero por delante de sus cacareados derechos humanos[7].

En conclusión

Los errores de nuestro progreso parecen haber llevado al mundo a una situación donde solo se ofrecen dos salidas falsas: una negación del progreso o una huida hacia adelante con un progreso falso. En este contexto, la apelación paciente al diálogo universal se convierte en uno de los valores irrenunciables de las izquierdas: la llamada paciente a “sumar” en vez de imponer. Pero nuestras izquierdas prefirieron ser poder político antes que levadura o semilla social, olvidando que, en nuestras democracias capitalistas y financieras, el poder nunca está en manos de los políticos sino en manos de otros poderes fácticos económicos[8]. El grito de “Podemos” era, en este sentido de una ingenuidad lamentable.

El sistema no solo crea “ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres” (Juan Pablo II) sino que además destruye el planeta y nos lleva luego a soluciones tibias y tímidas (como acabamos de ver en la COP27) que ya otra vez califiqué como “curar el cáncer con paracetamoles”. En estos contextos, el progresismo abandona las reclamaciones económicas (que son las fundamentales) y las va sustituyendo por otras reclamaciones de tipo sexual que, por importantes que puedan ser, serán siempre secundarias o mucho menos claras, y originan confrontaciones más agudas y desaforadas, como estamos viendo aterrados en el Parlamento español. 

Pero cuando se sustituyen los argumentos por insultos (que, además son aplaudidos desaforadamente) la sinodalidad se pervierte en “sin modalidad”. Y la falta de modales no es ninguna señal de progreso sino todo lo contrario. Uno ya no sabe si hemos sustituido aquel grito tan significativo (“OTAN no, bases fuera”) por otro que diría más o menos: OTAN sí, bragas fuera… Y perdón si, por hacer un juego de palabras, caigo en la política del insulto que estoy criticando: ojalá sirva para demostrar que eso es una facilitonería que no resuelve nada. Y al menos lo hago sin dirigirme a ninguna persona concreta.

Es pues el momento de volver a la sinodalidad.

Caminar todos juntos

Vivimos una hora histórica en la que se ha dicho que “o nos salvamos todos o no se salva nadie”. Porque si, para salvarse, unos pocos han de irse a vivir a Marte, no parece esa una salvación muy apetecible.

Por eso, lo que vamos a decir no resultará demasiado estimulante: pues no aspiramos a preparar a ningún atleta para que gane una medalla, sino a salvar a un moribundo. Y en cuidados intensivos ya se sabe que las aspiraciones son modestas: que no suba la fiebre, que pueda ingerir algo, que la tensión arterial se mantenga… Ojalá luego podamos aspirar a más pero, de momento, así estamos: luchando contra un doble cáncer: el cáncer de una humanidad escindida entre riquísimos y paupérrimos, y el cáncer de un planeta que cada año solo consigue regenerar mucho menos de lo que nosotros descomponemos.

Esta comparación médica ayuda a comprender que no se trata de comenzar de cero sino (además de corregir), de conservar y universalizar todo lo bueno conseguido hasta ahora: es el caso por ejemplo de la sanidad pública, tan poco universal todavía y tan amenazada hoy.

En situaciones así de difíciles hay una tendencia general a eliminar solo los síntomas molestos sin atacar las causas que los producen. La tierra nos va dando ya bastantes avisos; pero nuestra reacción es mucho más la de protegernos contra inundaciones devastadoras, contra tormentas desbocadas o calores insoportables…, que la de evitar que esos desastres se produzcan. Olvidamos esa evidencia que recordó hace poco Francisco, obispo de Roma: “Dios perdona siempre, las personas perdonamos a veces, pero la naturaleza no perdona nunca”.

De la sinodalidad eclesiástica a la sinodalidad humana.

La Iglesia no es sinodal por capricho o para parecer más guapa, sino porque es servidora del mundo: porque los gozos y esperanzas del mundo son también suyos. El verdadero progreso humano, en el sentido explicado antes, es un crecimiento en comunión y en convivencia: esa paz que brota no del miedo ni de cálculo sino de la justicia fraterna en el convivir era el don de Jesús de Nazaret y es uno de los signos más gráficos de una auténtica relación con Dios. La Iglesia no debe definirse meramente como “sociedad” sino como “comunión”: palabra que indica la común-unión en el ser (koinonía en griego). Y esa palabra griega nace también del adjetivo koiné (común)[9], pero perdiendo ese matiz negativo de “vulgar”, y convirtiendo lo vulgar en excelente por la misma unión amorosa con todo.

Pero el ser humano es actividad y crecimiento. Por eso a la comunión en el ser le sigue necesariamente una comunión en el obrar: la sinodalidad (del griego odos: camino). Uno de los ejemplos más gráficos de esa sinodalidad podría ser la marcha del pueblo judío por desierto, saliendo de la esclavitud (Egipto) en progreso hacia la tierra prometida. Allí se ven algunas características de toda sinodalidad: el camino es largo, a veces difícil. Unos pueden tener la tentación de abandonarlo y volver a los “ajos y cebollas” de la esclavitud. Otros la tentación de adorar falsos dioses que les parecen más cercanos. Hacen falta líderes que no siempre coinciden en todo; durante el camino se van aprendiendo normas de comportamiento, y se percibe a veces como la presencia de una luz (o una “nube”) que acompaña y da seguridad.

Pero es un camino de todos y con todos: no vale la tentación de adelantarse los mejores, para llegar ellos antes y solos a la tierra prometida prescindiendo del pueblo. Incluso puede ser que el más responsable y más meritorio de todo este proceso, atisbe la meta pero se quede sin entrar en ella. El libro bíblico del Éxodo (que ha tomado su nombre de la “salida”), podría muy bien titularse hoy libro del progreso, o libro del camino.

Ese camino no es fácil. Pero, como canta una conocida sardana catalana: “tot es camí, tot es drecera si ens dem la ma”. En cambio, si no nos damos la mano habremos de seguir cantando: “tot es Ucraïna tot es Rússia”...

Tareas posibles

1.- Casi la primera sinodalidad que necesita nuestro mundo está en la ONU. Pese a su buena voluntad resulta ser muchas veces una ONS (organización de naciones sometidas). Sin una profunda reforma de la ONU, con la supresión del derecho de veto que tienen los poderosos, nuestro mundo no podrá tener solución ni podrá progresar verdaderamente. Hoy lamentamos cada vez más el fracaso de las reformas propuestas en 1998, cuando se celebró el cincuentenario de su creación.

2.- Y si difícil es esta tarea, mucho más lo es la que está en la raíz de esas dificultades. El Capitalismo es el sistema antisinodal por excelencia con su busca del máximo beneficio individual a costa de quien sea: pisotear en vez de caminar juntos. Todos contra todos en vez de todos con todos. Como dice Amaia Pérez Orozco, el conflicto hoy ya no es capital-trabajo [añado que ahí ya ha ganado el capital] sino capital-vida[10] y, por tanto, capital-progreso. En otros lugares he intentado mostrar cómo la llamada “economía de mercado” es hoy una economía de engaño y, por eso, totalmente antisinodal. Las economías de tipo cooperativo, más que competitivo, resultan mucho más sinodales.

3.- Podría dar la sensación de que esas son tareas que nos superan o están reservadas solo a unos pocos. Esto puede permitir que nos sintamos progres sin hacer nada. Valga pues aquí una parodia del evangelio: “No todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”. Versión laica: no todo el que aplaude a Greta Thunberg sino el que intenta vivir como ella. Esto exigiría una seria moderación de nuestro consumo: sobre todo de tanto consumo inútil, que en buena parte es el sostén de nuestro sistema económico. Una huelga de consumo, lo más universal posible será una de las grandes armas contra el sistema y una de las grandes terapias contra nuestra inhumanidad. Y un esfuerzo hacia esa sociedad “de la sobriedad compartida” (I. Ellacuría) sería una buena inyección de sinodalidad.

4.- A todo eso estamos los cristianos más obligados que nadie por la fe que profesamos en Dios como “uno y trino”. El asombroso misterio de la Trinidad no es una cuestión de matemáticas irracionales sino una proclamación de que Dios es la Sinodalidad Absoluta: lo que llamamos Padre, Palabra y Espíritu es un misterio de comunión infinita y tan plena que cada uno conserva su nombre y su identidad, pero todos van siempre juntos, son absolutamente iguales y la comunión entre ellos es tal que, a pesar de su personalidad distinta, son un Único Ser. Ese es el misterio del Amor infinito.

Nosotros, finitos y empecatados, no podemos llegar hasta ahí, por supuesto. Pero estamos llamados a esa misma Vida del Dios Amor y somos ya, en esta dimensión finita, “imágenes de la Trinidad”.

5.- Ello implica también otra característica a la que los cristianos estamos particularmente llamados. Desde la entrada de la maldad en nuestra creación, se ha vuelto necesaria la entrega o “la muerte” de unos pocos para la salvación de todos. “Redentor” no significa simplemente salvador sino “que entrega su vida”. Por eso, y aunque la meta es caminar todos juntos, la sinodalidad necesita al comienzo el sacrificio de unos pocos: ya no será un progreso deformado, edificado sobre víctimas y ambiciones, pero sí un progreso edificado sobre esa entrega y sacrificio solidarios y voluntarios. Hará falta ese sacrificio para que el progreso vuelva a ser (aunque lentamente y poco a poco) verdadero progreso humano.

Conclusión

Debemos terminar diciendo sencillamente que: “o progresamos todos o no progresa ninguno”. Por eso hoy, la primera tarea del género humano es evitar que la historia avance construyéndose sobre víctimas y cadáveres como, en buena parte, ha sucedido hasta ahora. Esta es la verdadera noción de progreso humano y, por eso, deberíamos evitar durante un tiempo ese sustantivo, a menos que vaya acompañado de algún adjetivo que lo concrete: progreso solidario, progreso universal, respetuoso...

En definitiva: progreso sinodal. No hay otro.

[1] Como he mostrado en otros sitios, el verbo hebreo kabash (poner el pie) no tiene sentido sólo de pisotear, sino de habitar: hacer habitable. Es curioso que esa misma bipolaridad la tenga el giro castellano.

[2] Adversus haereses IV, 11,1

[3] Prefiero esta traducción a la habitual de “acostumbramiento” porque creo que señala mejor la idea de una posibilidad adquirida por parte del hombre.

[4] Para las referencias remito a la p. 366 de Otro mundo es posibledesde Jesús (Santander 2010) con particular acento al libro de Reyes Mate allí citado.

[5] Lo tiene por muy irracional que sea un régimen que usa una “policía de la moral”, sin haber aprendido que la moral solo puede brotar de la libertad, no de la policía. La policía puede salvaguardar el orden y la seguridad pero no la moral. Pues, como dijo san Agustín: quien obra bien por miedo, no es bueno sino simplemente cobarde.

[6] 314 realizados en 2020.

[7] Remito al Cuaderno 113 de Cristianismo y Justicia: ¿Abjurar la Modernidad?, con citas increíbles de los “padres” de nuestro progreso.

[8] Es curioso el contraste entre el afán con que (durante la transición española) luchábamos contra los “poderes fácticos” cuando parecía que estos eran el ejército y la Iglesia, y la tranquilidad con que hoy aceptamos otros mucho más poderes y mucho más fácticos, cuando estos son Bancos, empresas multinacionales o inversiones extranjeras.

[9] Así se llamaba aquel griego “barato” que servía como lengua común para todo el antiguo imperio.

[10] Subversión feminista de la economía, Madrid 20194ª,pp. 37, 109, 119ss.

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