"Apología pro vita sua", de Luis Cernuda: ENSAYO PARA LA BUENA MUERTE

Descubriremos también hoy más y más versos cernudianos de extraordinaria calidad literaria y humana (pulsar aquí). No van a faltar en la exploración desafiantes preguntas sobre el alma y la trascendencia.
Soy de los amantes de poesía que buscan en los poemarios brevedad y sentimiento. Frente a un poema notablemente extenso, acostumbro pasar página, esperando una nueva oportunidad, que nunca llega. Así me ha ocurrido con la lectura de hoy: estremecedora ficción dramatica ¡de 135 versos! Pero, ya lo veréis, va a merecer la pena. Aunque hemos hecho trampa y sólo estudiaremos las últimas 59 líneas. El poema está tomado del libro "Como quien espera el alba" (1941-1944). Como se ve por las fechas, fue redactado, en Inglaterra, en plena guerra mundial.
Repasa Cernuda su existencia en el lecho de muerte. En la primera parte (ausente en el post de hoy) convoca a los protagonistas más entrañables de su vida.

COMO PÁJARO HERIDO BAJO UN ALA

Ya desde la frase inicial se explicita la clave última del poema: "Caminar a la muerte no es tan fácil". Se puede uno morir como quien duerme. O velar, con ojos muy abiertos, la larga tarde del último día, resistiéndose a entregar también el alma. "Como los objetos puestos al fuego se consumen, transformándose en llama ellos mismos -escribe Cernuda en "La luz" (Ocnos)-, así el cuerpo en la muerte, para transformarse en luz e incorporarse a la luz que es Dios, donde no habrá ya alteración de luz y sombra, sino luz total e infalible".
“APOLOGÍA PRO VITA SUA”
Caminar a la muerte no es tan fácil,
y si es duro vivir, morir tampoco es menos.
La llegada a esa meta final pudieron otros
aliviarla, ya rota la cadena, el eslabón doliente
de la conciencia propia; no asistieron
como yo insobornables al vencimiento amargo
de la muerte, renunciando a sus almas
con adiós inconsciente. Yo contemplo
la mía, como pájaro herido bajo un ala
que a tierra viene, mas lucha todavía
con plumas abolidas que no sostiene el aire.
Cuán hermosa la luz parece ahora
temblando en halo azul tras de las ramas
pardas de invierno donde brilla el hielo.
La renuncia a la luz más que la muerte es dura.

LA ORACIÓN DE LA FE SALVARÁ AL ENFERMO

Con un conocimiento muy preciso del ritual de Extremaunción y cierta animosidad hacia el ministro del Sacramento de la Unción y el de la Penitencia, se hace una bella alusión al escrito de Santiago 5, 13-16. "Y la oración de la fe salvará al enfermo." Se devuelve el organismo humano a los cuatro elementos. Se sella el cuerpo, como beso, como gracia, con la caricia vegetal del aceite...
Hipérbaton raro el del segundo verso, que se puede leer: "me pesan los pecados que no tuve la ocasión ni el valor de cometer..." Extraña confesión, como una burla, declararse arrepentido de no haber pecado lo suficiente. ("Todo lo bueno, o es pecado o engorda", decimos hoy.)
Sólo resta decir: me pesan los pecados
que la ocasión o fuerza de cometer no tuve.
He vivido sin ti, mi Dios, pues no ayudaste
esta incredulidad que hizo triste mi alma.
Heme aquí ya vencido, presa fácil ahora
de tus ministros, cuyas manos alzadas
remiten o condenan a los actos del hombre.
Pero ¿quién es el hombre para juzgar al hombre?
La oración de la fe salva al enfermo,
y si cayó en pecado le será perdonado.
Este cuerpo que ya sus elementos restituye
al agua, al aire, al fuego y a la tierra,
puede la gracia sellarlo todavía con un beso,
por la virtud de aquel oscuro juego de la oliva
ungiendo al luchador y al moribundo.

EXTREMAUNCIÓN DE LOS SENTIDOS

En el actual rito de Unción sólo se acerca el óleo a las manos y a la frente. Pero hasta hace poco se ungían, como señala el poeta sevillano, los cinco sentidos clásicos: ver, oír, oler, gustar y tocar... Ya en el siglo XV (Concilio de Florencia), se enumeraban así las zonas a santificar y las razones para hacerlo: "Y ha de ser ungido en estos lugares: en los ojos, a causa de la vista; en las narices, por el olfato; en la boca, por el gusto o la locución; en las manos, por el tacto; en los pies, por el paso; en los riñones, por la delectación que allí reside." Esta última observación nos puede dar cierta pista del porqué añade Cernuda, en la enumeración de lugares a purificar, al menos para ciertos amantes, la espalda, "árbol trémulo del espasmo".
Bien está que la sangre de la tierra
moje y perdone al hombre cuando muere,
aún turbias entreabriendo sus puertas los sentidos,
y en ellas trace un dedo el signo mágico
con el óleo más puro: sobre los ojos, que miraron
la luz y la hermosura, codiciándolas;
sobre el oído, concha de la voz y la música;
sobre el repliegue de la nariz, abierto
al aroma del nardo, del cuerpo y de la lluvia;
sobre la boca, que cantó, que besara y que mintiera;
sobre la mano, de seda y de metales ambiciosa;
sobre la espalda, árbol trémulo del espasmo.
Como un vuelo dibuja por el aire,
no la forma del ave, sino el surco efímero,
desertan los recuerdos en nube mi memoria.

HALLAREMOS EN TI RESURRECCIÓN Y VIDA

Frívolos juegos iniciales que enmascaran el feroz grito de la búsqueda y la fe. Conmovedores versos ("No destruyas mi alma, oh Dios"), preguntas y certezas sobre el misterio del alma en salto a la trasvida ("sálvala con tu amor"). Una explosión de fe final ("hallaremos en ti resurrección y vida")...
Clausura Cernuda la escenificación de su muerte con la consigna: "Para que entre la luz, abrid las puertas." Como Goethe agonizante, desde la noche oscura del alma suplicamos: "¡Luz, más luz!".
Para morir el hombre de Dios no necesita,
mas Dios para vivir necesita del hombre.
Cuando yo muera, ¿el polvo dirá sus
alabanzas?
Quien su verdad declare, ¿será el polvo?
Ida la imagen queda ciego el espejo.
No destruyas mi alma, oh Dios, si es obra de
tus manos;
sálvala con tu amor, donde no prevalezcan
en ella las tinieblas con su astucia profunda,
y témplala con tu fuego hasta que pueda un día
embeberse en la luz por ti creada.
Si dijiste, mi Dios, cómo ninguno
de los que en ti confíen ha de ser desolado,
tras esta noche oscura vendrá el alba
y hallaremos en ti resurrección y vida.
Para que entre la luz abrid las puertas.