Otoño del amor

Inicia su parábola con la tierna descripción del matrimonio otoñal como enramada de árboles desnudos y enlazados, de donde ya volaron sonoros pajarillos (nido vacío):
Como en otoño se desnuda el árbol
y queda solo, pero en pie, temblando
con los primeros fríos, tú y yo, solos
en la alameda de un amor más hondo
que nunca, entrelazamos nuestras ramas.
Oh, amada mía, más que nunca amada,
ya nuestras hojas se han caído y vuelve
nuestro primer amor, pero más rico
porque ha pagado ya todas sus deudas
en renuncias y adioses. Mira el mundo
más aumentado por nosotros. Mira
con qué alegría calla en nuestras ramas
esta coral de pájaros antiguos,
esperando un abril definitivo.
Somos ríos hacia el Mar, que ya resuena próximo y fecundo. Renaceremos en una nueva, maravillosa, experiencia de amor:
Seremos niños nuevamente. Nada
puede ya envejecer nuestra esperanza
de ser eternos, de poder amarnos
con la serenidad de quien se ha dado
y solamente espera vaciarse
del todo y que Dios llene de agua suya
esta reseca cántara de barro
que tantas veces se volcó y que pronto
se romperá contra la muerte. Entonces
comenzará la fiesta de haber sido
y nuestros ríos verterán gozosos
su júbilo en el mar de la alegría.
La luz de la fe se entremezcla con la niebla de la búsqueda. Pero el Paraíso acecha cautivadoramente del otro lado de la duda:
Ahora, desocupadas ya las manos
de moldear y de ofrecer, la duda
querrá robarnos este amor ganado
a fuerza de perder: ¿Para qué amamos?
Venceremos la muerte, sí, y entonces,
¿cómo crecer y en quién, si no habrá tiempo,
si el reloj será inútil para darle
más cuerda a la esperanza? ¿No te asusta
a tí también la eternidad? Decíamos
que lo hermoso se acaba. ¿Cómo, entonces,
imaginar eterna la hermosura
que nos espera? ¡Oh, Dios! ¿No es esta vida
agua escondida hacia tu Mar? ¿Sabremos
desembocar, después de haber amado,
nuestro amor en el Tuyo? No, no cabe
tu Mar en este vaso tan pequeño
y nuestra sed de dioses nos empuja
a querer contemplar el infinito
con la mirada de este amor que, apenas,
es hijo de una lágrima. ¡Dios mío,
dudo, pero confío en tu palabra
y si una vez ya la entendí, si puse
todo mi empeño en el amor, viviéndola,
sé que cuando vayamos a escucharla
en un después que no comprendo, todo,
la eternidad, el infinito, el siempre
y el nunca del amor, será tan claro
que tu contemplación será bastante
para entender de pronto el paraíso!
Por nuestros hombros ya están naciendo plumas para el definitivo salto al Amor:
Por eso, ahora que estamos ya desnudos
como las ramas en otoño, aumenta
cada día este amor que ya está cerca
de que le nazcan alas para el vuelo
hacia ese Amor que nos está esperando.