Me acaba de llegar un magnífico soneto de mi amigo octogenario José María Fernández Nieto. Mi operación de cataratas le ha recordado el poema que escribió hace dos escasos meses a raíz de otra intervención oftalmológica. Y, con dificultad pero con determinación, se ha acercado al ordenador y lo ha tecleado para mí, para vosotros. Una delicia los versos que amasaron las manos y el corazón de este jovencito poeta palentino, místico él, divertido, metafísico, auténtico. ¿La fecha?: el 26 de agosto del presente año. Suenan así sus luminosas estrofas:

Desde mi ceguera

Estos ojos que tanto han adorado
de rodillas, Señor, tu Eucaristía,
se me van apagando cada día
como se apaga un lirio deshojado.

Me siento como un pájaro cansado
de volar y no ver cuanto vivía,
el cielo, azul, radiante el mediodía,
y dorada la mies, y verde el prado.

Pero me queda el corazón, me queda
esta lumbre, esta llama, este deseo
de traspasar mi noche para verte.

Mas no importa que pueda o que no pueda,
que con los ojos de la fe te veo
más allá de la vida y de la muerte.

Me viene al sentimiento otro inolvidable sonetazo, esta vez de Ramón de Garciasol, escrito pocas fechas antes de su operación de la vista
–más de 30 dioptrías–. Cuando falta la luz, ¡cómo se encienden los demás sentidos: el oído, el olfato, el tacto…! Mano necesaria la de Mariuca, clave del arco de su vida:

Pero a tu sombra, amor

Rompe el tabique, trae a la ceguera
el diálogo, tu música. Me llenas
de otra luz esta carne donde penas,
recuerdos van. Tú sigue, compañera,

cogida de mi mano. Me redime
esta voz tan alzada de romero,
de campo con simienza y caminero
paso. Veo en tu verbo, creo. Dime

por qué ese olor –¿es mayo?-, cómo ha sido.
Habla o calla, mujer, pero a mi lado,
pero a tu sombra, amor, pero a tu oído,

pero a tus brazos. Habla o calla, esposa,
pero ahí. ¡No me sienta abandonado
sobre la Tierra inmensa, silenciosa!

Encontró José María la luz en su fe de creyente. Ramón en el calor de su compañera. Dos hermosas experiencias de AMOR.