Caminar juntos desde la discreción

En esta breve historia de la Iglesia de comunión, necesitábamos a Francisco, porque con sus signos proféticos reactivó la recepción del concilio. Con estos signos se han abierto heridas enquistadas que necesitaban sanar, se han iniciado procesos nuevos y se han continuado los que estaban atascados, se puede hablar con libertad y nombrar lo que no se nombraba, se ha recuperado la esperanza en la institución y en la acción del Espíritu en ella

Este proceso no se fragua en unos meses, ni en un año, necesita el salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, pues es con el tiempo cuando, como decíamos antes, se nota el cambio, como cuando nos sorprendemos al ver al infante que en un año se ha convertido en adolescente

Demos tiempo a que haga su trabajo. Podemos estar seguros de que no lo hará solo, sino involucrando a la gran Iglesia en un nuevo tiempo para todos y todas

León XIV

A pocos meses de la elección del papa León XIV comenzamos a oír el descontento de personas que esperan con ganas algunos signos que marquen su programa de pontificado. Se pone en duda que León XIV vaya a continuar los procesos de reforma de Francisco y si su supuesta discreción en el trabajo es lo adecuado para un pontificado de continuidad.

Es importante distinguir que la visibilidad mediática no es el principal elemento de cambio en la Iglesia ni en cualquier otra organización internacional. Los recorridos secundarios y discretos, pero continuados, son los que verdaderamente marcan un antes y un después en la historia de las instituciones. Y es que, para algunos, la discreción no es una virtud que tenga buena fama en nuestro tiempo.

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Nos hemos acostumbrado a los grandes signos de los líderes de grandes organizaciones confundiendo el signo con la acción. No todo signo en la política o en otros ámbitos de la vida social va acompañado de una acción coherente y acorde a ese signo. Hay signos que se hacen y quedan vacíos, porque se convirtieron en forma estética sin contenido, y hay acciones invisibles que atraviesan nuestra cotidianeidad y que provocan cambios sin que nos demos cuenta en el momento.

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Solo a lo largo del tiempo es cuando percibimos la diferencia cualitativa en la realidad en la que se ha intervenido. Esta parece ser la principal diferencia de método de León XIV con respecto al pontificado anterior. Los que le han rodeado antes de que el cardenal Prevost fuera elegido papa, defienden que León XIV siempre se decantó en su vida y experiencia como obispo en la discreción como forma de ir realizando cambios. Y es que la discreción tiene sus ventajas, por lo pronto, la conflictividad se redirige a otros ámbitos más cercanos y familiares, rebajando el nivel de crispación y quedando mediada por un diálogo más directo.

Por otro lado, la discreción es menos efectista y esteticista, sorprende menos, pero genera menos perplejidad o rechazo, porque se integra en las acciones cotidianas normalizando lo que antes era excepcional. La discreción es un territorio difícil, que requiere de la colaboración de otros y el trabajo conjunto, justo lo que está buscando la sinodalidad, la corresponsabilidad de todos y todas.

Elise Ann y John Allen, con León XIV Vatican Media

Al mismo tiempo relativiza los liderazgos y mitiga las falsas idolatrías a los gurús de turno que pretenden liderar jerárquicamente a través de sus habilidades populistas y carismáticas. Lo que este mundo (y esta Iglesia) necesita es líderes colaboradores, negociadores y discretos que dejen espacio a los procesos que se generan colaborativamente, como está sucediendo en las comisiones derivadas del sínodo sobre la Sinodalidad y que varias conferencias episcopales, organizaciones intercongregacionales y otras entidades de la iglesia se están esforzando en implementar. Así deberíamos también implementarlo en nuestras parroquias y comunidades locales o de base, en vez de poner en duda las consecuencias de la discreción.

En esta breve historia de la Iglesia de comunión, necesitábamos a Francisco, porque con sus signos proféticos reactivó la recepción del concilio. Con estos signos se han abierto heridas enquistadas que necesitaban sanar, se han iniciado procesos nuevos y se han continuado los que estaban atascados, se puede hablar con libertad y nombrar lo que no se nombraba, se ha recuperado la esperanza en la institución y en la acción del Espíritu en ella. En definitiva, se ha recuperado también la idea de la historicidad del proyecto del Reino, es decir, que sin una lectura y diálogo con el tiempo de la pluralidad no es posible una Iglesia encarnada que muestre al Dios vivo. Pero ahora, tras los signos proféticos, necesitamos también a León XIV y la parresía de caminar juntos y juntas para transformar lo cotidiano con discreción, con naturalidad y con una participación creciente que aumenta la unidad desde la diversidad y la diferencia. Este proceso no se fragua en unos meses, ni en un año, necesita el salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, pues es con el tiempo cuando, como decíamos antes, se nota el cambio, como cuando nos sorprendemos al ver al infante que en un año se ha convertido en adolescente.

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Algunos llaman a este liderazgo una presencia de “perfil bajo” pero es una forma poco elegante de minusvalorar el trabajo de líderes colaborativos que muestran al mundo que dejar espacio a otros es la alternativa al poder individual y personal que lleva siempre a la confrontación, las jerarquías y la exclusión. Ser discreto no es tener un perfil bajo, es centrarse en lo importante y no en lo efectista, tampoco es preocuparse por la apariencia de uno mismo, ni en las expectativas que pueden tener los demás sobre uno, tampoco estar a la defensiva para protegerse.

El liderazgo de “perfil bajo” es siempre el más “peligroso”, porque hace, rehace, avanza, comparte, crea, transforma, reestructura, establece lazos y vínculos desde lo cotidiano, discretamente, como el tallo que crece constantemente, llueva o nieve y al final rompe el asfalto para dejar ver una bella plantita. Si defendemos una Iglesia sinodal, estamos defendiendo también un modelo de liderazgo alternativo a lo que hemos tenido hasta ahora. Quizá la discreción de León XIV sea un signo de esta renovada estructura sinodal, es decir, menos protagonismo papal y más trabajo colaborativo para sacar adelante una institución sedienta de cambios. Demos tiempo a que haga su trabajo. Podemos estar seguros de que no lo hará solo, sino involucrando a la gran Iglesia en un nuevo tiempo para todos y todas.

Etiquetas: elise ann allen, León XIV, mujeres en la iglesia