"Dios se inclina, se vuelca, se parte y reparte con los pobres, los humillados, los crucificados de la historia" Nuestro Dios no es un Dios apático, sino patético: sufre con la tragedia de Gaza

"A Dios Padre no le puede dejar indiferente que Jesús muera en la cruz. Dios Padre no puede quedarse sin sentir nada cuando su HIJO es crucificado. Dios Padre tiene que sentir como Dios siente, que evidentemente no será como nosotros sentimos"
"Apático sería el dios que observa Gaza desde un mapa, sin escuchar los gritos de las madres entre los escombros"
"Un Dios que ama hasta dolerse es un Dios que no abandona jamás"
"El Dios de Jesús no es ese. Él no calla, no se distancia, no se encierra en un cielo hermético. Él se afecta, se conmueve, se duele. Su grandeza no está en la indiferencia, sino en la cercanía; su eternidad no está en la frialdad, sino en la compasión que arde"
"Un Dios que ama hasta dolerse es un Dios que no abandona jamás"
"El Dios de Jesús no es ese. Él no calla, no se distancia, no se encierra en un cielo hermético. Él se afecta, se conmueve, se duele. Su grandeza no está en la indiferencia, sino en la cercanía; su eternidad no está en la frialdad, sino en la compasión que arde"
En este mi tiempo de recordar , recopilo textos de apuntes pasados . Me fijé en unos que decían que Epicúreo afirmaba “que los dioses existen, pero no se meten para nada en la vida de los hombres porque si se implicaran en nuestra vida no serían felices”. Yo creo que de estas 3 cosas que dice Epicúreo, dos son verdad. Una, que la divinidad existe y dos: que como se meta en las vidas de los hombres no es feliz. Se equivoca en lo que de hecho no se meten en la vida de los hombres. Esto es el punto central de la Encarnación: que la Trinidad se implica en nuestro mundo sin salida. Que la Trinidad podría haber dicho, hablando antropomórficamente, pues lo mismo que dije yo anoche ante las reiteradas noticias televisivas – según el interés de sus dueños- sobre Gaza, Ucrania ( menos) y otra tantas tragedias anónimas ( mucho menos): “Esto no tiene solución y me voy a la cama”. Pero es alrevés, y lo que nos consta y lo que es la Revelación y lo que está en el Evangelio es que la Trinidad se implica en nuestro mundo sin salida a riesgo de “perder su felicidad”.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME

De Dios no podemos hablar antropomórficamente tal y como nosotros nos comprendemos a nosotros mismos, pero Dios no puede ser feliz mientras su Hijo (sus hijos) es crucificado. Se compromete con nosotros, se compromete con un mundo sin salida, en gran parte de su existencia, con un mundo absurdo como el de Gaza, Ucrania, Sahel, etc, junto al de otros conflictos “menos mediáticos” según el interés que las superpotencias tengan en la zona, por cuestiones geoestratégicas o de suministros de materias primas valiosas. En consecuencia, en un mundo donde para tantos miles de millones de habitantes, la vida tiene poco valor, allá donde los informativos no llegan.
Pero …Nuestro Dios no es un Dios apático, sino patético
Apático sería el dios que mira desde un balcón celeste las hambres del Sahel, los campos secos donde los niños mueren antes de aprender a pronunciar su nombre.
Apático sería el dios que observa Gaza desde un mapa, sin escuchar los gritos de las madres entre los escombros.
Apático sería el dios que pasa de largo en Ucrania, sin estremecerse ante los ancianos que rezan en sótanos convertidos en refugios.
Apático sería el dios que ignora los cuerpos sin tierra de Sudán del Sur, las aldeas arrasadas, las vidas borradas como si nunca hubieran existido.

Y muchos más
Pero el Dios de Jesús no es ese.
Él no calla, no se distancia, no se encierra en un cielo hermético.
Él se afecta, se conmueve, se duele. Su grandeza no está en la indiferencia, sino en la cercanía; su eternidad no está en la frialdad, sino en la compasión que arde.
Por eso la cruz no es ornamento, sino testimonio.
Un Dios que se deja herir en la carne humana, un Dios que se deja atravesar por la injusticia, un Dios que sangra donde sangran los pueblos. Bonhoeffer lo gritó entre rejas: “Sólo un Dios que sufre puede ayudarnos”. Y Moltmannlo confirmó: “Un Dios incapaz de sufrir es incapaz de amar”.

Nuestro Dios es patético porque tiene pathos: entrañas, sensibilidad, pasión, lágrimas. Y también porque toma partido. No es neutral. No se ubica en la cómoda equidistancia. Dios se inclina, se vuelca, se parte y reparte con los pobres, los humillados, los crucificados de la historia. Es “partidista”, sí, pero de los últimos, de los que no cuentan, de los que son desechados.
A los no creyentes quizá les baste con sospechar lo que aquí late: que la neutralidad ante el dolor es complicidad. Que no hay dignidad posible si el sufrimiento de los otros no nos toca. Que un Dios indiferente sería inútil, pero un Dios sensible —patético— se convierte en fuente de esperanza y en denuncia contra toda apatía.
Nuestro Dios no es un Dios apático, sino patético.
Y esa afirmación, lejos de ser un juego de palabras, es un grito contra la indiferencia, un manifiesto contra la resignación, un canto a favor de quienes cargan cruces en silencio.
Un Dios que ama hasta dolerse es un Dios que no abandona jamás.