No se trata de una ruptura ni de un giro radical, sino de una continuidad profunda León XIV: El hilo invisible entre León XIII y Francisco

León XIII, quien ocupó la sede de Pedro entre 1878 y 1903, fue, en muchos sentidos, el pontífice que abrió las puertas de la Iglesia al siglo XX. En un mundo sacudido por los inicios del capitalismo industrial y los agudos conflictos entre fe y razón, supo articular una respuesta católica que no se refugiara en la nostalgia ni se paralizara por el miedo

Francisco ha recuperado la fuerza del testimonio evangélico desde la periferia del mundo, no solo geográfica, sino existencial. Y al hacerlo, ha acercado a la Iglesia a su raíz más profunda: el seguimiento de Jesús pobre y servidor

Ayer, el mundo volvió su mirada hacia Roma. La espera, cargada de signos, preguntas y silencios expectantes, unía a creyentes y curiosos en una misma inquietud: ¿quién sería el nuevo sucesor de Pedro? ¿De dónde vendría? ¿Continuaría el camino abierto por su predecesor?

Mientras transcurrían las horas, esas preguntas nos atravesaban con una mezcla de fe y expectativa. Hasta que, a las seis de la tarde, la Plaza de San Pedro estalló en júbilo al elevarse la fumata blanca: habemus Papam. El anuncio del nombre y del origen no solo despertó emoción, sino también un movimiento interior de búsqueda. Como tantos, quise conocerlo más allá del nombre: su recorrido, su misión, su palabra y las simbologías que expresan su visión de Iglesia.

Especial Papa León XIV

Pero fue el nombre elegido, León, el que detuvo mi atención. Un nombre que inevitablemente remite a León XIII y que traza, como un hilo invisible entre siglos, una invitación a mirar no solo hacia adelante, sino también hacia atrás, para descubrir lo que inspira y sostiene esta nueva etapa del camino eclesial.

En esta línea de continuidad transformadora, el pontificado de León XIV se presenta como heredero de una doble fuente de inspiración: la visión doctrinal y social de León XIII y la cercanía pastoral y reformista de Francisco. Dos papas de contextos distintos, pero con una misión compartida: acercar la Iglesia al mundo real, desde las periferias y con una voz profética, fiel al Evangelio y atenta a los signos de los tiempos.

León XIII, quien ocupó la sede de Pedro entre 1878 y 1903, fue, en muchos sentidos, el pontífice que abrió las puertas de la Iglesia al siglo XX. En un mundo sacudido por los inicios del capitalismo industrial y los agudos conflictos entre fe y razón, supo articular una respuesta católica que no se refugiara en la nostalgia ni se paralizara por el miedo.

Rerum Novarum
Rerum Novarum

Su encíclicaRerum Novarum(1891) marcó un hito: el nacimiento de la doctrina social de la Iglesia, que reconocía la dignidad del trabajo humano, el derecho a la propiedad y el papel del Estado como garante del bien común, especialmente en defensa de los más vulnerables. Frente a los excesos del liberalismo económico y al auge del socialismo y el marxismo, que proponían la lucha de clases y la abolición de la propiedad privada, León XIII ofreció una tercera vía inspirada en la justicia, la solidaridad y la caridad cristiana.

Aquella fue una revolución silenciosa pero decisiva: la Iglesia dejaba de ser solo una autoridad moral para convertirse también en una voz activa en la transformación social. León XIII fue, además, un reformador intelectual. Promovió el estudio riguroso de las Escrituras, el diálogo con la ciencia, y abrió los Archivos Vaticanos a los investigadores. Fundó instituciones como el Observatorio Vaticano y fomentó el desarrollo de universidades católicas capaces de tender puentes entre la fe y la cultura. A todo ello sumó una diplomacia eclesial vigorosa, orientada a reconstruir vínculos con potencias europeas con las que la Iglesia había tenido relaciones tensas o rotas. En todo esto, no se rendía ante la modernidad, sino que le respondía con una Iglesia pensante, dialogante y socialmente comprometida.

Prevost, con Francisco
Prevost, con Francisco Vatican Media

En otra época, desde otro continente y con otro estilo, el Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano y jesuita, asumió la misión de una Iglesia pobre para los pobres en el siglo XXI. Con una voz fuerte y compasiva, ha querido colocar en el centro de la vida eclesial las heridas del mundo: el clamor de los migrantes, el grito de la tierra, el dolor de las víctimas de abuso, el vacío de las periferias existenciales. Desde su encíclica Laudato Si’, que retoma la sensibilidad social de Rerum Novarum desde la ecología integral, hasta sus reformas para una mayor transparencia y rendición de cuentas en la Curia, su pontificado ha estado marcado por una voluntad de conversión institucional. Ha abierto la Iglesia al diálogo interreligioso y ha pedido una Iglesia más sinodal, menos clerical, donde la voz de los pueblos y los laicos tenga mayor protagonismo. Francisco ha recuperado la fuerza del testimonio evangélico desde la periferia del mundo, no solo geográfica, sino existencial. Y al hacerlo, ha acercado a la Iglesia a su raíz más profunda: el seguimiento de Jesús pobre y servidor.

Es un papa que conoce la institucionalidad romana, pero no está encerrado en sus muros. Un religioso agustino que, como León XIII, cree en la educación y la razón; y como Francisco, apuesta por una Iglesia más samaritana y misionera

Con la elección de León XIV, el primer papa estadounidense de la historia, Robert Prevost, se abre un nuevo capítulo en esta línea de renovación eclesial. No se trata de una ruptura ni de un giro radical, sino de una continuidad profunda, tejida entre la lucidez doctrinal de León XIII y el coraje pastoral de Francisco. Como ellos, el nuevo pontífice ha vivido en las periferias, no como espectador, sino como protagonista: misionero agustino en Perú, obispo en regiones olvidadas, educador y formador de generaciones. Su biografía, marcada por la migración, el servicio y la interculturalidad, es ya un mensaje en sí mismo. León XIV no es solo norteamericano; es fruto de una familia migrante, como Francisco, y ha vivido la fe desde América Latina, una región donde la Iglesia ha aprendido a resistir, acompañar y transformar desde la fragilidad. Su mirada es global, pero nace del sur. Es un papa que conoce la institucionalidad romana, pero no está encerrado en sus muros. Un religioso agustino que, como León XIII, cree en la educación y la razón; y como Francisco, apuesta por una Iglesia más samaritana y misionera.

No se trata de comparar. Las comparaciones son reductoras y, a veces, injustas. Cada papa responde a su tiempo con los dones que el Espíritu le concede. Pero sí podemos trazar un horizonte común: la Iglesia del siglo XXI se está dejando reformar desde las periferias. León XIII abrió el camino con su doctrina social; Francisco lo amplió con una Iglesia sinodal, ecológica y compasiva. León XIV parece llamado a continuar ese impulso, articulando una visión más global, donde el centro y la periferia dialoguen y se nutran mutuamente. En un mundo fragmentado, polarizado y herido, el nuevo pontificado puede ofrecer luces si mantiene viva esta tensión fecunda entre tradición y renovación, entre centro y periferia, entre fe y justicia. León XIV tiene ante sí el desafío de una Iglesia que ha despertado, pero que aún busca su forma. Su historia personal, entre América Latina y América del Norte, entre la vida misionera y la responsabilidad institucional, le ofrece herramientas únicas para este tiempo. Quizás el Señor, una vez más, esté diciendo a su Iglesia: miren al mundo desde abajo, desde los márgenes, porque allí me encontrarán. Como dijo el Papa Francisco: “La realidad se ve mejor desde la periferia que desde el centro.” Y desde ahí, seguir construyendo una Iglesia más humana, más cercana y más evangélica.

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