"El cristianismo parte de la esperanza de que toda persona puede cambiar" El cambio de la historia desde la periferia de la prisión

Mural en Sao Félix de Araguaia (Matto Grosso) sobre la Teología de la Liberación
Mural en Sao Félix de Araguaia (Matto Grosso) sobre la Teología de la Liberación

"La cruz dio carta de ciudadanía a los delincuentes, marginados, esclavos y humildes que un Imperio como el de Roma les negaba"

"Jesús como hermeneuta e interprete de Dios nos enseña que todo castigo o pena tiene un fin salvífico porque busca la conversión y el cambio de toda persona. Ofrece siempre el perdón para la reintegración en la lógica social"

"Adentrarnos en el mundo de la prisión nos puede ayudar a hallar luz sobre lo que tenemos que hacer y a lo que jamás podemos renunciar desde dos perspectivas"

A medida que pasen los años nos daremos cuenta del nivel profético de la Evangeliu Gaudium de Francisco. Ahí está contenido todo el programa económico, pastoral, político, social y teológico que está desarrollando. Creíamos que era una mera presentación, una exposición de intenciones con poca relación con la realidad; un escrito coyuntural, que simplemente tocaba para explicitar el inicio de un papado más en la historia. Nos equivocábamos. Cuando a partir de su concepto de periferia, clave para entender las ciencias sociales en la actualidad, denunció públicamente que hay dos sectores en la sociedad, las personas mayores, por una parte, y la juventud, por otra, que no sólo están sufriendo un descarte porque son apartados de la lógica económica y política, sino que más bien la sociedad, para ser ella misma, necesita prescindir de su presencia y valía, está haciendo una radiografía exacta del mundo que estamos construyendo, sus fugas de agua y miserias.

Recientemente, dos periódicos de tirada nacional mostraban de forma extensa y tendida los datos de la pandemia que asola a nuestra juventud. Las cifras son desoladoras. El paro juvenil alcanza el 30% entre los 20 y 29 años. La temporalidad supera el 50% y el riesgo, y aquí está la clave, de pobreza o exclusión social es el doble entre los jóvenes que entre los mayores. Ahora nos rasgamos las vestiduras sobre los fracasos de nuestro modelo social. Lo hemos silenciado y nos alarmamos porque la fractura social que se va a producir tiene efectos imprevisibles. ¿Qué sociedad podemos construir a partir de esta realidad? ¿Qué hacer y a qué recurrir?

Reinserción

Francisco viene insistiendo que la prioridad de todos y cada uno de nosotros, de los poderes públicos, la política, la Iglesia y todas las demás instituciones es que nuestra acción se centre única y exclusivamente en dar oportunidades y voz a aquellos que no la tienen. Una de las periferias que pueden servirnos para encontrar alternativas a todo lo que nos está pasando es, sin lugar a dudas, la prisión. Si nos preguntamos sobre las oportunidades de la juventud en general, dónde quedan las personas que están ya de por sí marginadas, que han perdido su libertad y su oportunidad de desarrollar un proyecto de vida. Hoy estamos ante nuevas cadenas que esclavizan y ponen coto a la libertad de las personas.

Vaclav Havel en su libro que escribió en prisión, Cartas a Olga, decía que la prisión “tendría que desempeñar el papel de una metáfora sobre la situación humana global”, porque estamos ante la tentación de la nada, ya que la esperanza se ha volatilizado del alma humana. El confinamiento que se da en las prisiones y que vivimos de forma light, con todos los recursos y facilidades a nuestro alcance, debería hacernos despertar y ser conscientes de lo que podemos perder, lo que está en juego y lo que no puede volver si no concebimos la vida desde un compromiso radical con las nuevas formas de exclusión y sufrimiento.

Al mismo tiempo, es una advertencia para el cristianismo y la Iglesia que queremos asumir y desarrollar. Ahora sabemos que aquello a lo que apuntaba en el inicio de su pontificado no fue un farol, sino que fue expresado desde un convencimiento auténtico y radical de entender y vivir el evangelio: “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres”. Adentrarnos en el mundo de la prisión nos puede ayudar a hallar luz sobre lo que tenemos que hacer y a lo que jamás podemos renunciar desde dos perspectivas.

Pastoral penitenciaria

1.Reconocer las periferias para comprender nuestro mundo

Las periferias tienen dos significados. El primero, son contextos y espacios donde se da un sufrimiento profundo en el que la vida tiene muchas dificultades para desarrollarse en condiciones. Podemos señalarlas: orfanatos, residencias, centros de menores y migrantes, hospitales o prisiones. El segundo, el silenciamiento de dichos ámbitos y contextos en nuestras prioridades tantos institucionales, legales como personales. Conlleva nuestro olvido sobre ellas. Si reparamos por un momento en sus implicaciones caeremos en la cuenta en una obviedad: la sociedad cambiaría de forma radical si nuestra acción se centrara en las periferias.

En otras palabras, construir el Reino de Dios en la tierra donde cada persona tenga las mismas oportunidades que otra persona. Gran parte de los conflictos y los problemas que tenemos encima de la mesa son por la desigualdad que vertebra al mundo de hoy. Todo ello en el mundo de la prisión aflora de forma clara y evidente.

En España contamos a día de hoy con cerca de 50.000 personas presas. Se ha reducido el número en casi 10.000 personas por la pandemia y la suspensión de muchos juicios. Poco a poco se irá volviendo a cifras de años anteriores que se acercaban a las 60.000. Ahora bien, esa desigualdad, una de esas fugas de agua que hacen que los cimientos de la sociedad se vayan desprendiendo es que tenemos cerca de un 39% más de población reclusa que la media europea a pesar de que los crímenes están un 27% por debajo de la media. Y el otro dato que nos hace caer en la cuenta que la solidez de la desigualdad tiene mucha más fuerza que antes es que el 70% de los delitos en una prisión en España son, y pueden ser trasladables a las prisiones de todo el mundo, contra la propiedad, desde robos hasta pequeñas y grandes estafas a gran escala.

Pues bien, ese 70% sólo es el 2% de los delitos contra la propiedad. Entonces ¿dónde está el 98% restante de delitos contra la propiedad? ¿Podemos imaginar quien cumple condena en las prisiones por estos delitos? Muy sencillo: las personas que carecen de oportunidades. Nuestra lógica y proyección social es que esta situación se dispare en los próximos años por la gran fractura social que se está produciendo a partir de la pandemia. ¿Estamos preparados como sociedad para afrontar los desafíos y retos que tendremos que asumir en un futuro nada lejano? ¿Somos conscientes del cambio que se está produciendo? ¿Tenemos claras las alternativas y prioridades a aplicar? ¿Hallamos las fuerzas necesarias y suficientes para resolverlo?

Pastoral penitenciaria
Pastoral penitenciaria

Para hacerlo tenemos que creer y vivir desde una concepción del mundo y de la historia diferente. Bonhoeffer, en un momento de su libro Resistencia y sumisión, redactado desde las cárceles de la Alemania nazi, argumentaba que sólo podríamos hallar un mundo más humano si comenzábamos a concebir la historia no sólo desde lo que las personas hacen, sino más bien desde lo que experimentan y sufren. Una noción de historia desde los de abajo. Esa variación sólo puede venir en un momento como el que estamos viviendo que no es, como nos ha enseñado Francisco, una época de cambio, sino un cambio de época. Si no lo hacemos, la historia nos devorará sin concesión alguna.

Cuando a una parte importante de la sociedad le va mal, comienza a generarse todo el proceso de deshumanización que tantos estragos hemos vivido en un pasado no muy lejano. Y como cristianos, ¿qué tenemos que decir ante todo ello? ¿Cabe el silencio y mirar hacia ninguna parte? ¿Es posible aplicar y llevar a nuestro mundo el mensaje de Jesús de Nazareth, del crucificado? Aunque parezca complicado, la figura de la prisión puede ayudarnos a ver un horizonte con más luz que oscuridad.

2.Evangelio y prisión: autenticidad y sentido para dignificar a las personas

En la tradición bíblica encontramos el sentido más profundo de la existencia humana a partir del amor y el compromiso con toda persona. El Dios de la Biblia es un Dios liberador que interviene en la historia de todos y cada uno de nosotros, para liberar y salvar, nunca para condenar. Fijémonos en la lógica de nuestro tiempo, en su forma de actuar, con sus prioridades y proyectos, a diferencia de la que expresa el Salmo: “Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y libertad a los cautivos” (Sal 146,7). O lo que nos recuerda Isaías que será la carta de presentación de Jesús de Nazareth en los evangelios: “Yo, el Señor, te he llamado para la justicia, te he puesto como alianza del pueblo y luz de las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, del calabozo a los que habitan en tinieblas” (Isaías 42, 6.7). No faltan citas en este profeta tan cristológico en la que se afirma de la necesidad y urgencia de abrir las prisiones injustas, romper los diferentes yugos que oprimen a las personas de toda condición para repartir tu pan con el hambriento y hospedar a los sin techo.

Pastoral penitenciaria

Aquí están las claves para interpretar qué noción de historia y de vida tenemos que conquistar: el compromiso y el servicio. El verdadero sentido de la vida sólo puede entenderse desde esta radicalidad. Que no esté de moda y que sea, incluso, contra cultural, va, simplemente, de suyo. Jesús encarna todas estas exigencias con su vida. Todas sus enseñanzas, gestos y palabras están para hacer realidad lo que los profetas dejaron escrito. Pero en carne y hueso y hasta sus últimas consecuencias. Dar su propia vida clavada en un madero en forma de cruz en el monte Gólgota. Y lo sintetiza en lo que es su programa político y social, en su mayor mandato para toda la humanidad y el porvenir: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui emigrante y me acogiste, estuve desnudo y me vestiste y estuve preso y fuisteis a estar conmigo” (Mateo 25, 35-39).

Jesús como hermeneuta e interprete de Dios nos enseña que todo castigo o pena tiene un fin salvífico porque busca la conversión y el cambio de toda persona. Ofrece siempre el perdón para la reintegración en la lógica social. Y lo hace posible porque lo vivió en sus propias carnes. Se hizo cargo de nuestras cargas, de nuestras muertes, de nuestras necrosis para dejar constancia que la exclusión, la muerte y la violencia jamás tendrán la última palabra a pesar del sentido de la historia. Fue tratado sin justicia, maltratado, insultado como tantas personas lo padecen hoy en nuestro mundo de forma silenciosa. Murió al pie de la cruz junto con dos criminales, eso sí, perdonando y orando por sus ejecutores y verdugos. La historia comienza desde ese momento a poder escribirse desde los que no cuentan, aquellos que son engullidos por las apisonadoras del poder.

Por ello, la cruz dio carta de ciudadanía a los delincuentes, marginados, esclavos y humildes que un Imperio como el de Roma les negaba. Y el servicio a éstos marca una antes y un después en el sentido de la vida para asumirla de forma auténtica a partir de la donación y el servicio. Las primeras comunidades cristianas así lo vivieron de la mano de Pablo y de los discípulos de Jesús como se expresa en la Carta a los hebreos: “Acordaos de los presos como si estuvieras encarcelados”. Por la sencilla razón de que la acción sobre una persona presa es un servicio a Jesucristo.

Liberación
Liberación

En definitiva, el cristianismo parte de la esperanza de que toda persona puede cambiar. Su historia también. Y es posible porque el legado de Jesús de Nazareth es que debemos inocular en la historia de las personas su carácter radical de dignidad. Para cambiar la historia tenemos que dignificar al que tenemos al lado, al que se queda por los bordes del camino y del olvido. La dignidad implica la necesidad de caer y volver a levantarse. ¿Qué pasa con todas aquellas personas que no tienen nada que ofrecer porque la vida no les ha dado más de sí? La tan manida y repetida reinserción es creer en la dignificación de todo proyecto vital. El delito como el error no tienen la última palabra, ya que “los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse. Son capaces de mirarse a sí mismos y de iniciar caminos nuevos hacia la libertad” (Laudatio si).

Si la historia de la humanidad nos ha enseñado una lección es que no tiene paciencia. Sólo presenta los grandes logros. Las empresas humildes y sencillas como lo sueños truncados ni aparecen. Es hora de que ampliemos nuestra mirada y nuestra dedicación hacia aquellos que no cuentan, pero que pueden levantarse y escribir su propia historia. Jesús nació y murió entre pastores y criminales, personas que no contaban para la sociedad de su tiempo. Haciéndolo se convirtió en luz para culturas, naciones y pueblos de todo el mundo. De esa forma cambió la historia para que viviéramos de forma auténtica. La cuestión importante es si nos atrevemos a transitar esta senda que conduce a la única libertad que existe a partir del amor absoluto a los demás. Una de las formas de hallarla está en el servicio y la presencia en las prisiones. Sólo cabe un SÍ para hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros.

*Doctor en Filosofía. Profesor del colegio Patronato de la Juventud Obrera (PJO) de Valencia. Autor del libro “Esperanza entre rejas: retos del voluntariado penitenciario (PPC, 2021, Madrid).

José Miguel Martínez Castelló
José Miguel Martínez Castelló

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