Gregorio Delgado del Río Nada secreto que no sea descubierto
(Gregorio Delgado del Río).- Ha sido, desde siempre, un tópico frecuente entre la mayoría de nuestros obispos para justificar clamorosas inacciones. La Iglesia en España era un caso singular.
El 'culto sacrílego', felizmente, no se había instaurado por estos pagos ni, por tanto, había tenido oficiantes. Tampoco se podía pensar en complicidad alguna con el mismo. ¡Qué maravilla! Todo el mundo ha interiorizado -a estas alturas de la película- que semejante diagnóstico episcopal nada tiene que ver con la realidad. Está en la línea cierta de un presunto e hipócrita encubrimiento. Ahora -como presunta prueba de todo ello- ha saltado a los medios el escándalo de la Iglesia en Astorga. ¿Qué dicen ahora o como lo explican de forma creíble?
Aun cuando todo se cubrió, presuntamente, con el vergonzoso manto del silencio cómplice de muchos, lo cierto es que lo ocurrido y protagonizado por el sacerdote D. José Manuel Ramos Gordón, durante el curso 1988/1989 en el Seminario menor de La Bañeza, ha salido a la luz. Se ha cumplido, aunque ha llevado su tiempo, la profecía evangélica: "... nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto" (Lc, 8,17).
No parece creíble que la Iglesia en Astorga ignorase tal profecía evangélica. Si así hubiese sido, en el pecado llevaría la penitencia, que ahora se vería obligada a asumir (su total descrédito y vergüenza). Llama la atención que los entonces responsables de la Iglesia en Astorga pudiesen ignorar el c. 1395.2 del vigente CIC.
Como ello no es en modo alguno creíble, debemos preguntarnos: ¿Por qué, entonces, no actuaron y cumplieron con la normativa canónica vigente, precisamente, 'por el bien de los fieles'? ¿Por qué no pusieron en marcha las previsiones del c. 1717 del CIC vigente? Llama la atención que los entonces responsables de la Iglesia en Astorga pudieran ignorar la orientación firme que se formuló en la Respuesta de la Pontificia Comisión para la interpretación auténtica del Código de Derecho canónico en Carta de 10 de marzo de 1988 a pregunta del Prefecto de la CDF (cardenal Joseph Ratzinger) mediante Carta de 19 de febrero de 1988 (Cfr. Delgado, G., La investigación previa, Ed. Civitas Thomson, Pamplona 2014, págs.. 25-28). En ella, ante el 'relajamiento de la disciplina eclesiástica' existente en la Iglesia, se insistía en que los Obispos (cfr. c. 1389), "... cada vez que sea necesario, no dejen de ejercer su potestad judicial y coactiva ..." y apliquen el derecho vigente. ¿Qué ocurrió, entonces, que pueda, presuntamente, explicar y justificar el silencio e inacción de la Iglesia en Astorga?

Para salvar el muy estrecho callejón que ahora parece aprisionarle y no le permite una salida airosa ante la opinión pública, no veo que la Iglesia en Astorga tenga otra posibilidad diferente a la del silencio más absoluto (cerrarse en banda) o afirmar y mantener que los entonces responsables diocesanos no tuvieron noticia alguna verosímil de los hechos protagonizados por el sacerdote, D. José Manuel Ramos Gordón, en el Seminario menor de La Bañeza y, en consecuencia, ello explicaría y justificaría su actitud. Nada hicieron porque nada conocieron sobre el particular.
Si ese fuese el posicionamiento de la Iglesia en Astorga, a mi entender tropezaría con algunos obstáculos de difícil superación y que la ponen ante un verdadero atolladero, a saber:
1). El primer obstáculo a superar está en relación con la opinión pública. A partir de los términos que configuran todo lo ocurrido, la opinión pública ya se ha formado su juicio y ya ha realizado una valoración. Desmontarla y desacreditarla, esto es, conseguir que cambie de signo no se logrará ni con silencios, ni con omisiones, ni con declaraciones que no cojan el toro por los cuernos. Sería preciso algo mucho más contundente, más sustentado en hechos probados, más situado en un contexto de posicionamientos eclesiásticos a favor de la trasparencia y la aplicación de la normativa vigente en aquel tiempo. ¿Puede o está en disposición la Iglesia en Astorga de poner sobre la mesa la prueba cierta de no haber tenido conocimiento alguno de lo ocurrido en el Seminario?
2). El segundo obstáculo a superar lo constituye la denuncia en sí misma. La carta de una de las víctimas al Papa Francisco (30 de noviembre de 2014) sería, en este aspecto concreto, pura invención y no respondería para nada a la verdad de los hechos. ¡Casi nada! ¿Por qué, si ha dicho la verdad en cuanto al hecho de los abusos -así ha sido reconocido y castigado- hemos de entender, sin embargo, que falta a la verdad en el resto de su relato y denuncia? Haría falta algo más que el simple silencio o la mera negación.
3). El tercer obstáculo a superar se fija respecto a una parte esencial del contenido de su carta al Papa. En ella el denunciante es muy explícito y detallado, aporta nombres concretos con responsabilidades específicas en el Seminario, habla de la acogida recibida y la respuesta dada así como de los sentimientos experimentados. Todo un mundo, muy difícil de contradecir, que reclamaría, para intentarlo, complicadas pruebas incluso psicológicas. ¿Basta, para rechazar este relato, con calificarlo de inconcebible montaje? No.

En cualquier caso, una vez hecha pública la carta al papa Francisco y visto su contenido, parece difícilmente creíble y justificable ante la opinión pública que no se haya realizado valoración alguna sobre la existencia de un presunto encubrimiento. ¿Cuándo y cómo la Iglesia en Astorga ha investigado con rigor y seriedad que los hechos (que ahora, después de tantos años, han sido admitidos como ciertos) no fueron, efectivamente, denunciados a los superiores -entre ellos el Rector del Seminario- como cuenta una de las victimas?
¿Puede asegurar la Iglesia en Astorga que la víctima, que denunció lo ocurrido al Papa, no dice la verdad cuando enumera a sacerdotes con responsabilidades en el Seminario, que, sabiendo lo que ocurría, no hicieron nada para evitarlo? ¿En qué basa tal seguridad? ¿Por qué lo puede afirmar con tal rotundidad? ¿Por qué la víctima no merece credibilidad alguna cuando cuenta circunstancias relativas a un presunto encubrimiento? Si, efectivamente, la Iglesia en Astorga lo ha investigado, ¿dónde están los resultados y su participación a la comunidad de los creyentes y a las víctimas?
Llegados a este punto, no me parece que sea necesario darle más vueltas al tema. La carta del actual responsable de la Iglesia en Astorga, monseñor Menéndez (9 de mayo de 2016), a una de las víctimas (la que denunció su caso al Papa Francisco), ha de entenderse, en mi opinión, como 'eclesiásticamente correcta'. Sin embargo -y siento tener que subrayarlo- elude cualquier referencia y valoración acerca de una dimensión, a mi entender, capital en el relato de la víctima y en la comprensión de la respuesta de la Iglesia al abuso sexual del clero en aquel tiempo (Cfr. Delgado, G., La santidad fingida, Ed. Me gusta escribir, Barcelona 2016, págs., 8-10, 21-25, 28-30, 54-67. 73-76).
¿Puede aportar algo -más allá del silencio o el desconocimiento no justificado ni probado- para esclarecer lo realmente ocurrido? Si no puede hacerlo, ¿por qué no se da un paso al frente, se reconoce, con coraje, que, presuntamente, se silenció y tapó lo ocurrido y se pide perdón? Lo siento, monseñor Menéndez, pero me temo que muchos ciudadanos y muchos creyentes pensarán que no ha estado a la altura de las circunstancias.
Lo ocurrido ha traspasado los límites de la Iglesia en Astorga. En ese marco, se explica la intervención del Presidente de la Conferencia episcopal, cardenal Blázquez. Alabo sus declaraciones en el sentido de reiterar el 'perdón a las víctimas', de ofrecer total colaboración a las autoridades para 'clarificar lo que hubiera que clarificar', de demandar que, al sacerdote implicado, 'se le acompañe para que pueda superar esta situación oscura de su vida' e incluso en la precisión de que el abuso sexual a los niños tiene sus manifestaciones en otros ámbitos.
Me veo obligado, no obstante, a subrayar que sus declaraciones habrían bordeado la perfección absoluta si hubiese tenido 'el santo coraje' de pedir perdón también por el presunto encubrimiento y ocultación. Sabe que esa dimensión es la que más ha contribuido a la pérdida de credibilidad de la Iglesia. Sabe que la Iglesia en Astorga no ha dado hasta ahora una respuesta convincente, que anule -fuera de cualquier duda razonable- el contenido de la carta dirigida al Papa por una de las víctimas.
Sabe, Señor Cardenal, mejor que nadie que, como ha reconocido el Papa Francisco en el Prólogo al libro de Daniel Pitte, el encubrimiento 'ha sucedido en el pasado', que se construyeron 'muros de silencio que sofocaban los escándalos y sufrimientos'. ¿Está seguro, señor Presidente de la Conferencia episcopal, que la Iglesia en Astorga no actuó en aquel momento porque nada supo? Si es así, dígalo con claridad y ofrezca a la opinión pública razones convincentes. ¿No estima que, si no se destruye la apariencia y el contenido de la Carta al Papa, las víctimas merecen algo más de lo que se les ha dado?
Usted mismo. La credibilidad perdida de la Iglesia bien merece intentarlo. Sin transparencia, no la recuperarán.
