Pregón de la Semana Santa de Valencia de Alcántara El valor de la fraternidad

Fraternidad
Fraternidad

"El mágico sonido de estas campanas, que ha acompañado a la Cristiandad desde los estertores del Imperio romano, se expande desde la sencillez robusta de la torre y recorre las calles y plazas, atraviesa las ventanas y las puertas de los hogares y se pierde en las suaves ondulaciones de nuestra campiña"r

"Durante este último año han doblado por nosotros, por todos y cada uno de nosotros, cada vez que han anunciado la muerte de un vecino en las residencias de mayores por culpa de esta maldita pandemia que nos asola"

“La injusticia es como la serpiente. Solo muerde a quien va descalzo”, decía monseñor Romero en El Salvado

No hay mensaje más fuerte contra la xenofobia, el racismo y el nacionalismo excluyente que el que Jesús nos envía con la parábola del Buen Samaritano

"Este Lunes Santo las campanas de todas las iglesias de Extremadura repicarán al unísono contra la despoblación y el olvido del mundo rural al que pertenecemos"

Buenas noches, y un saludo afectuoso, lleno de agradecimiento sincero, a las Cofradías del Nazareno y de la Soledad que han tenido a bien elegirme pregonero de la Semana Santa de Valencia de Alcántara, mi pueblo.

Me dirijo a ustedes desde este precioso templo de la Encarnación, parroquia de la Villa durante siglos y que posee para todos los valencianos una especial relevancia. El campanario que se apoya en estas paredes nos llama para acudir a las celebraciones y festivos, pero también a las más tristes despedidas. El mágico sonido de estas campanas, que ha acompañado a la Cristiandad desde los estertores del Imperio romano, se expande desde la sencillez robusta de la torre y recorre las calles y plazas, atraviesa las ventanas y las puertas de los hogares y se pierde en las suaves ondulaciones de nuestra campiña. Un sonido de repique a veces alegre y a veces, demasiadas veces, espaciado, lastimero… seco.

Cuando doblan las campanas el sonido también atraviesa nuestras retinas para llegar a lo profundo del corazón y de los sentimientos, porque en este pueblo, en Valencia de Alcántara, cuando doblan las campanas sabemos que un vecino, alguien al que conocíamos y al que hasta ese mismo momento veíamos como parte inseparable de nuestra comunidad, nos ha dejado para siempre.

Iglesia de Valencia de Alcántara

Hemingway se preguntaba en una de sus novelas, escritas al calor de la Guerra (In)Civil española, por quién doblaban las campanas de las iglesias. Y hoy esa pregunta sigue sin tener respuesta en las atestadas ciudades y urbes que saltean los mapas de España, de Europa y el mundo, donde las personas apenas se conocen, no se pueden conocer entre sí y, lo que es peor, a veces ni quieren hacerlo. La impersonalidad de unas megaciudades anónimas, donde a los tiempos acelerados hay que añadir un individualismo compulsivo que solo encuentra satisfacción en el consumo y en la trivialidad, nunca entenderá la pregunta del escritor y nunca, nunca, comprenderá la sensación que muchos sentimos en pueblos como Valencia de Alcántara cuando este campanario nos llama.

Aquella misma pregunta se hizo también el poeta inglés John Donne a principios del siglo XVII… a la que respondió: “Ninguna persona es una isla. La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas… doblan por ti”.

Durante este último año han doblado por nosotros, por todos y cada uno de nosotros, cada vez que han anunciado la muerte de un vecino en las residencias de mayores por culpa de esta maldita pandemia que nos asola. Ellos y ellas, ancianos que sobrevivieron a dos dictaduras, que lucharon por mantener a su familia en condiciones hoy inimaginables, que superaron el hambre y la carestía de la posguerra, que emigraron y trabajaron hasta la extenuación. Una generación entera que se ha ido en la más triste de las soledades y cuyo esfuerzo nunca podremos ni deberíamos olvidar.

Valencia de Alcántara

Las campanas han doblado por nosotros desde hace siglos cada vez que un conocido, un amigo o un familiar se ha ido, cada vez que la persona que queríamos o apreciábamos nos abandona. Doblaron el pasado 14 de septiembre para despedir a mi amigo Pablo Guillén Méndez, ejemplo único de superación, de resistencia frente a la adversidad de la enfermedad y de firmeza en la vida. A él, a ti Pablito, y a todos los vecinos de aquella generación luchadora que nos han dejado abruptamente este último y trágico año, quisiera dedicar las humildes palabras de este pregón.

Doblan por nosotros porque somos nosotros quienes más perdemos: perdemos su presencia, su compañía y su afecto. Porque nos conocemos, porque sabemos quiénes somos y formamos una comunidad, entendemos a la perfección la frase del poeta inglés, la respuesta que le da a la pregunta de Hemingway. Sabemos por quién doblan las campanas y salimos a las puertas de nuestras casas para asegurarnos. La preocupación por el otro, por un otro que se considera como parte del “yo”, del “nosotros”: he aquí la verdadera fraternidad.

Fratelli Tutti, hermanos todos. Así comenzaba San Francisco de Asís sus cartas, y así denomina el Papa Francisco a su última y reveladora encíclica. Un canto a la fraternidad, un llamamiento a que recuperemos el verdadero espíritu cristiano de solidaridad, que es, y cito textualmente, “un pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”.

FRatelli tutti
FRatelli tutti

Fraternidad es unión, es reconocimiento de que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo; de que todos, hombres y mujeres, cristianos, judíos y musulmanes, españoles o foráneos, somos uno, como dijera San Pablo en su carta a los Gálatas. En palabras del Evangelio: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis”. En el Antiguo Testamento se puede leer: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. Y en todo caso y siempre, añado, seres humanos.

La fraternidad a la que llama Francisco es universal y no entiende de fronteras ni de distinciones artificiales. Recoge el mensaje de amor incondicionado y preferencia por los pobres y afligidos de la tierra que nos transmite el Evangelio en sus sagradas palabras, esas mismas que parecen no leer quienes hoy, aupados por los extremismos políticos, rechazan al foráneo y vierten odio contra los pretendidos “extranjeros” que crean, ya sean emigrantes, refugiados o miembros de minorías.

Cuando Cristo sube al Gólgota arrastrando la Cruz se dirige a las mujeres que sentían lástima por su estado y destino con estas enérgicas palabras: “hijas de Jerusalén, no lloréis por mí. Si esto se hace con el leño verde, con el seco, ¿qué se hará?”. Si aquello le hicieron a Jesús, al hijo de Dios, ¿qué no harán los fanáticos actuales con los pobres y humillados del presente? No dejemos que conviertan la actualidad en una guerra del penúltimo contra el último.

Romero
Romero

“La injusticia es como la serpiente. Solo muerde a quien va descalzo”, decía monseñor Romero en El Salvador, y por sostener tal verdad fue asesinado. La propia Sagrada Familia, con el niño Jesús en el regazo, fue toda ella refugiada al huir en la tierra de Egipto de la tiranía y la opresión. ¿Acaso no fue el propio Jesucristo objeto de la más conocida de las injusticias? Y es que no podemos dejar que esa sinrazón de odio y fanatismo, anticristiana, nos venza, pues como ha escrito el Papa: “si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del país.”

No hay mensaje más fuerte contra la xenofobia, el racismo y el nacionalismo excluyente que el que Jesús nos envía con la parábola del Buen Samaritano. Los ricos y potentados, los gobernantes y quienes eran bien considerados en la sociedad pasaron de largo y no atendieron al judío apaleado que pedía ayuda en la cuneta. Quien se le acercó y socorrió fue un samaritano, es decir, un excluido y discriminado por los propios judíos, un “apestado”.

Porque el prójimo no es solo el que necesita de nuestra solidaridad, el que implora nuestra fraternidad y caridad, sino que el prójimo es también el que se acerca activamente, el que no huye o rehúye. Prójimos son la Verónica y el Cireneo, que ayudan y asisten a Jesús en su subida al Calvario. Somos nosotros los que, como el samaritano, podemos en todo momento convertirnos en los prójimos de quienes más sufren y de quienes precisan de una cada vez más urgente y necesaria fraternidad universal. José María Valverde, poeta y pensador cristiano nacido entre las calles de este hermoso pueblo, hablaba de cuidar del “prójimo lejano”, de la necesidad de que la preocupación por el otro no se limite al más cercano, al que vive entre nosotros, sino que se expanda hasta alcanzar a la humanidad en sí como un todo.

Aylan
Aylan

Intentemos no olvidarlo en un mundo, como el presente, cada vez más global e interconectado, donde los desafíos son también comunes y mundiales. Mientras pronuncio estas palabras se cumplen diez años, diez años ya, del inicio de la guerra de Siria, que ha provocado un desplazamiento masivo de refugiados que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Entre estos refugiados estaba Aylan Kurdi, de la ciudad de Kobane, quien falleció en las playas del mediterráneo con apenas 3 años, junto a su madre y hermano.

¿Cómo hemos llegado a permitir que hombres, mujeres y niños mueran en las puertas de Europa y en las costas de nuestro mar común? Un mar que durante siglos fue la principal vía de enriquecimiento mutuo, de comunicación entre pueblos y culturas, y que ahora se baña de sangre y se convierte en un descomunal cementerio líquido. La respuesta nos la da nuevamente el Papa Francisco en lo que llama, con acierto, “la globalización de la indiferencia”, es decir, la extensión y generalización de la actitud de Poncio Pilato ante la injusticia. Quid est veritas?, se preguntó el prefecto romano. ¿Qué es la verdad? El silencio de Jesucristo ante la más escéptica de las cuestiones tuvo que helarle. Porque a veces a la verdad le basta con el silencio, con la evidencia sin adornos de la injusticia absoluta que conlleva el sufrimiento de los inocentes y que se enfrenta a la pura fraternidad.

Fraternidad… hermosa palabra que nos habla de hermanos y hermanas. Siempre me ha llamado la atención ese tratamiento que dábamos a las monjas en el colegio y que aún hoy se da entre los miembros de la cofradía a la que pertenezco desde niño, la del Nazareno. Me acuerdo de cómo, siendo bien pequeño, mi madre me llevaba a la procesión del Silencio y contemplaba el paso solemne, el solemne desfile de cofrades con sus cíngulos de humildad. Y aunque anónimos tras sus capirotes yo sabía, desde entonces, que entre ellos iba mi padre… rodeado de sus otros hermanos, con los que desde hace años comparto el mismo recorrido de estaciones, solemnidad y silencio.

Fraternidad
Fraternidad

En un mundo atiborrado de sonidos, de notificaciones, de ruido y continuas interrupciones, se hace casi imposible ya encontrar espacios y momentos de recogimiento, de reflexión y sosiego. La Semana Santa, con todo su potencial simbólico y religioso, nos conmina con sus actos y procesiones a desconectar del mundanal escándalo, de la bulla diaria, para sumergirnos en la costumbre, en la comunidad y en nosotros mismos. Conservarla es mantener la tradición, pero no por motivos puramente culturales o hasta turísticos, sino por seguir recordando el mensaje que trasmite y el sentimiento de copertenencia que reviste.

“La tradición es la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas”, escribió el compositor Mahler. Debemos continuar transmitiendo el fuego de la fraternidad cristiana y de los valores de nuestra comunidad si no queremos convertirnos en cenizas, en recuerdo difuminado de una tradición transformada en escaparate y teatro. Para ello, necesitamos también continuar luchando por la preservación de todo aquello que queremos y apreciamos, una preservación que comienza por el compromiso con el futuro de la tierra que nos vio nacer.

Este Lunes Santo las campanas de todas las iglesias de Extremadura repicarán al unísono contra la despoblación y el olvido del mundo rural al que pertenecemos, de todas las tierras de España que han nutrido durante siglos de savia el gran árbol de lo humano y que ahora se ven amenazadas por la desidia de los poderes públicos y privados, cada vez más concentrados en pocos sitios y en manos también de muy pocos. Evitar el abandono de nuestra tierra se convierte ya, hoy, en una necesidad insoslayable de compromiso público contra el orden actual de las cosas y los acontecimientos.

Acomodarnos en la indiferencia, el escepticismo y en la tibieza nos convertiría en los herederos y sucesores del cobarde Pilato, quien se lavó las manos para desentenderse de la injusticia que estaba contemplando. No nos lavemos nosotros también las manos ante los problemas, retos y desafíos del tiempo presente y del futuro inmediato, sigamos cuidándonos entre todos y cuidando de nuestra hermosa Valencia de Alcántara, un pueblo que seguirá siempre y contra todos los obstáculos, no lo dudo, irradiando la belleza de sus calles y la energía de sus hijos.

Como la función tradicional del pregonero era la de leer y anunciar lo que otros habían escrito, quisiera para terminar hacer mías las palabras de mi admirado Hans Küng, uno de los grandes pensadores de los últimos tiempos: “la cruz de Jesús, ese sello cruento sobre una vida vivida con coherencia, se ha convertido en un llamamiento a renunciar a una existencia presidida y marcada por el egoísmo, en un llamamiento en favor de una vida sencilla volcada hacia a los otros y hacia nuestra comunidad”.

Muchas gracias.

Gabriel Moreno
Gabriel Moreno

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