Levántate (Lc 7,11-17)

Nos jugamos la partida a una sola carta.
La compasión y la acogida como forma de vida,
como un sentimiento profundo, real, conmovido,
ante tanta angustia, sufrimiento y muerte
como ocurre y pasa cada día a nuestro lado:

Cuando nos impacta la desesperación
de los padres y las madres
ante la muerte injusta de sus seres queridos.
Cuando vemos la imagen de un niño exánime
en los brazos de un voluntario que lo contempla impotente.
Cuando escuchamos la noticia de un nuevo suicidio
de alguien que ha sido injustamente desahuciado.
Cuando vemos en la televisión a miles de personas
celebrando la victoria de su equipo de fútbol
mientras nadie sale a la calle a denunciar
que 700 personas se han ahogado en un solo día en el mar
intentando llegar a nuestros puertos de insensibilidad.
Cuando los golpes, los desprecios y la mano asesina
siguen acabando con la vida de tantas mujeres.
Cuando el hambre, el frío de la noche y la desilusión
continúa creciendo como una mancha de aceite a nuestro alrededor...

Es el momento de decir a los demás,
de decirnos sobre todo a nosotros mismos,
como Jesús: “A ti te lo digo, levántate”.
Porque no podemos pasar de largo
ante las lágrimas de aflicción de tanta gente.
Es hora de levantarse, de compadecerse,
de sentir cómo se nos conmueven las entrañas
ante la desesperación, la marginación, el olvido,
para buscar soluciones y llevarlas a la vida,
para desprendernos, como hojas de otoño,
de tantas comodidades, evasivas y disculpas.

Porque entre todos y todas podemos hacer,
con gestos pequeños, con la solidaridad compartida,
con un deseo profundo de justicia,
que tantas historias tristes, desgarradoras
puedan transformarse en liberación, esperanza,
alegría de vivir.

Es hora de levantarse para sanar las heridas,
para enjugar tantas lágrimas, para despertar
nuestra humanidad dormida.
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