Relectura del hijo pródigo

Esta parábola me parece una de las más impactantes de todo el evangelio, teniendo en cuenta el contexto socio-religioso y la mentalidad judía del tiempo de Jesús. A la humildad heroica de aceptar a un hijo así con una fiesta cuando por su ignominia la ley le borraba de la memoria de toda su parentela, y por ende de toda la comunidad (la ceremonia quetsatsah), se le añade el orgullo herido del hijo mayor que pide explicaciones perfectamente ajustadas a lo que se entendía entonces como bueno y justo en cualquier familia judía de bien.

Siguiendo el hilo de esta parábola, las preguntas son inevitables: ¿Dios ama a todos? ¿Dios ama más a los cristianos que a quiénes no lo son? Creo que Dios no puede en su omnipotencia amorosa -Dios es Amor- amar más a unos que a otros, o dejar de amar a un ser humano. Como tampoco es posible que una persona se comporte mal todo el tiempo, ni lo contrario, por nuestra imperfecta naturaleza. Si venimos de Dios, no podemos decir que somos malos, sino que nos comportamos mal porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Si alguien es malísimo durante demasiado tiempo, es porque las patologías mentales afloran por detrás.

Adolfo Hitler es el nombre más citado en la literatura científica. De personalidad bipolar, sufría paranoias y complejos de diversa índole, que para nada maquilla sus horrores sino que demuestra que la maldad excesiva es enfermiza porque no es posible una maldad equilibrada, sana, al servicio del mal. Es común que los dictadores, una vez instalados en el poder, pierdan al menos parte de la cordura. Según ciertas teorías, sufrirían de algunos trastornos genéticos cerebrales que les convierten en agresivos y aislados en su mundo de aduladores. El mundo de la empresa y de cualquier grupo humano, no está exento de este tipo de perfiles de maldad aunque sea con guantes de seda.

En el lado contrario, la bondad proporciona equilibrio y logra sacar de la persona lo mejor de sí misma. Por algo al inteligente (el de verdad) se le reconoce porque se benefician haciendo el bien a los demás frente a quienes perjudican al resto para su beneficio. Solamente en la experiencia de sentirse aceptado y querido, se pueden romper los muros de hielo para abrirse a la humanización. Cuando decimos que el amor de Dios es gratuito quiere decir que no depende de nuestra vida moral: nos alcanza incondicionalmente "a pesar" de nuestras malas obras; la consecuencia es otra: nosotros nos alejamos del amor de Dios hasta el punto de que ahí fuera hace tanto frío que podemos llegar a desequilibrarnos, a enfermar de maldad. Al hacer daño a otros, en primer lugar nos dañamos a nosotros mismos.

En definitiva, ¿somos capaces de aceptar que Dios ama igual que a nosotros, "los buenos", a violadores, genocidas, terroristas y codiciosos? ¿Cómo, si no, podemos encontrar a Dios "en perfecto estado de revista" para acogernos cual hijo pródigo, l arrepentidos o perjudicados por nuestras miserias? El pecado contra el Espíritu Santo es precisamente eso: no creer que somos aceptados incondicionalmente por el Padre cuando hemos hecho mucho daño, y darle cuerda a nuestra desesperación. Todos somos igual de importantes para Dios; todos y todas aunque a veces no podamos aceptar a un Dios infinitamente bondad. Pero no proyectemos sobre Él nuestra limitación miserable haciéndole cómplice de nuestras particulares Cruzadas justicieras. ¡Cuántas guerras "santas" en nombre de este falso dios a imagen y semejanza nuestra!

Incluso de los momentos en que somos miserables, Dios quiere que saquemos chispas de amor: podremos, más adelante, ofrecer palabras de curación y consuelo a otros precisamente porque tuvimos experiencia de estar heridos.

Si es cierto que la reconciliación es un estadio de madurez cristiana difícil, no es menos cierto que por ello no debamos considerarla como la meta a la que acercarnos todo lo posible. Bien cerca los cristianos tenemos dos campos "calientes" para madurar la parábola del Padre bueno (mal llamada del hijo pródigo): la memoria histórica pendiente, al pasar otro aniversario del alzamiento militar que derivó en golpe de Estado y dictadura; y los goteos pequeños pero firmes de reconciliaciones entre víctimas y victimarios de ETA; y entre familiares de víctimas de ETA y GAL y asimilados. La escocida que sentimos al pasar por estas líneas nos indica la dificultad del camino, pero nunca la señal del camino equivocado. Al menos con el evangelio en la mano el Año de la misericordia.
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