Por un nuevo tiempo eclesial
A seguir sembrando, tras Francisco
| Gabriel Mª Otalora
Estamos inmersos en el legado del Papa Francisco que ha logrado retorcer lo accesorio para centrarse en que vivamos lo esencial. Es uno de sus grandes aportes de fondo, deslindando con maestría pastoral lo que es esencial en nuestra vida cristiana.
Naturalmente que esto ha puesto de manifiesto una vitalidad que unos aplauden y otros discuten, e incluso combaten porque no están centrados en el fundamento vital del Evangelio.
Él ha puesto en valor experiencias para el crecimiento interior como medio de ser mejores cristianos, y no lo ha tratado desde la autocomplacencia, sino desde la realidad de cada día. Él ha tratado de activarnos interiormente para que seamos capaces de responder a los desafíos cotidianos con una manera de ser -no solo de hacer- auténticamente cristiana. Nuestra fe no puede verse reducida a momentos de emoción, más propios de de un “consumismo” de vivencias, ni a subidones espirituales que acaban apagándose en cuanto volvemos a la realidad cotidiana. No debemos centrarnos en el consumismo de dopamina, sino en propiciar la serotonina que se activa desde el compromiso ético y fraterno, como bien señalan los que entienden de la mente humana y de los caminos de la felicidad.
Evangelizar es una actividad prioritaria que no puede priorizar los ritos y liturgias sobre las expresiones de fe. Todo debe apuntar a la vivencia interior que transmite alegría, esperanza, cercanía y disponibilidad. A Ser Buena Noticia en este siglo XXI que nos ha tocado vivir con desafíos e incertidumbres que nos amenazan desde fuera y desde dentro de la institución eclesial a la que tanto le cuesta caminar entre diferentes y la escucha, sacudirse el clericalismo incluso en el laicado, y volverse propositiva allí donde cunde el desánimo y la desesperanza. No es posible mantener por más tiempo la confusión entre la Tradición de los Padres de la Iglesia, con la tradición cultural del “siempre se ha hecho así” a costa de vulnerar aspectos esenciales del Evangelio.
Estos tiempos nada fáciles tienden al pensamiento de que “no hay nada que hacer”, ante lo cual parece urgente e importante modificar nuestro interior (conversión) confiando en la fuerza que tiene la Palabra en sí misma, sin cansarse nunca de sembrar. Hemos de vivir enraizados en el encuentro apasionado con Jesucristo. Sin esta experiencia de encontrarse con Cristo, que hay que pedir y estar abiertos a ella, difícilmente seremos sus testigos. Hablaremos sobre Jesús, pero no desde Jesús.
No hay camino de provecho si escapamos de la relación personal y comprometida Yo-Tú que al mismo tiempo nos compromete con los otros. Y mucho menos permaneciendo cerrados desde la pertenencia a tal o cual grupo que se siente diferente o especial (Evangelii gaudium 88, 91, 98).
El ejemplo de Francisco nos interpela a tomar decisiones dando prioridad a unas maneras de ser y de hacer sobre otras; y hacernos preguntas que confronten la vida y el Evangelio. Este es su gran legado que supone asumir actitudes de humildad dejando espacio al Espíritu desde la escucha activa. Lo contrario nos conduce a la pasividad, al inmovilismo, a situarnos a la defensiva y al conformismo espiritual que nos descompromete por el camino equivocado. Lo tenemos muy presente en la teoría, pero no es el núcleo central por donde discurre los procesos formativos cristianos; así me lo parece. Ojalá que el nuevo Papa dinamice la autocrítica positiva y la crítica que potencie la mejora continua personal e institucional para no quedarnos como Iglesia en las zonas de confort. Son tiempos de “odres nuevos” para vivir y compartir el Vino nuevo.
Bendigamos con actitud adecuada a este nuevo tiempo eclesial que se avecina.