La paciencia llega lejos

“La paciencia lo es todo”, dice el Panchatandra, esa gran recopilación de fábulas e historias moralizadoras sobre la realidad hindú que nos transporta de lo real a lo fantástico continuamente. Cuando leí esta aseveración tan rotunda, no le di mucha importancia. Pero con el tiempo, voy descubriendo la gran verdad que atesora. Ahora suelo unirla al estribillo teresiano “Sólo Dios basta”: La paciencia lo es todo, solo Dios basta, que procuro interiorizarlo con fe en los pliegues más impacientes de mi persona.

Es fácil quedarnos con que la paciencia es una virtud que lleva a aguantar cualquier adversidad de manera pasiva, sin apenas decir nada, cuando en realidad constituye un atributo que exige poner en acción nuestros mejores recursos emocionales. Pero tampoco se queda solo en el logro de la serenidad frente a la actitud impulsiva. Si bien la paciencia implica mantener la serenidad durante los malos tiempos, o ante las ofensas, para un cristiano es mucho más que esto, aunque sea importante. La vida que dediquemos a cultivar la paciencia, es tiempo de siembra interior para ser en lo posible dueño de uno mismo; al fin y al cabo, mucho de lo que nos ocurra dependerá de la forma como actuemos ante los acontecimientos.

Pero hay algo más, como decía, que esa actitud de sana paciencia que nos ayuda ante cualquier problema para lograr que los sinsabores sean más manejables, duren menos y sus consecuencias sean más controlables. Ese plus es lo que me ha hecho reflexionar el sacerdote Tomás Halík, en el prólogo de su estupendo libro Paciencia con Dios (Herder). El se refiere a las tres formas de paciencia, profundamente interconectadas, frente a la sensación de ausencia de Dios: se llaman fe, esperanza y caridad. Y llega a señalar que la paciencia es la principal diferencia entre la fe y el ateísmo, en los momentos en que Dios parece estar lejos u oculto. Y lo mismo dice de la esperanza, como otra expresión de la maduración de la paciencia; y del amor, porque un amor sin paciencia no es auténtico amor.

El nexo de todo ello está en la confianza y la fidelidad, los dos potentes motores cuyo combustible es la paciencia. Por tanto, para Halík, las tres virtudes teologales son tres formas de asumir el ocultamiento de Dios, que a la postre es un camino muy diferente al del ateísmo y la credulidad superficial. Lo que les pasa a los ateos es que no tienen paciencia ante su verdad incompleta. Pero de igual forma, la fe de los creyentes inmaduros, es de algún modo también incompleta por no asumir la propia naturaleza de nuestra condición de peregrinos hacia la Tierra Prometida; algo que lejos de decepcionarnos con impaciencia frustrante, nos debe servir como reflexión pra la maduración de las virtudes teologales y como antídoto a la soberbia excluyente, acusadora y nada paciente tampoco con las debilidades del prójimo.

Paciencia como sanación del equilibrio interior pero también como el alimento que nos ayude a experimentar las gracias recibidas en forma de virtudes teologales. Paciencia con Dios, con el hermano siempre, y sobre todo empezando con ejercitar la paciencia con uno mismo: La paciencia activa lo es todo, solo Dios basta.
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