Buscadores de tesoros

Jesús cuenta tres parábolas en el evangelio de hoy. Voy a centrar la reflexión de hoy en las dos primeras, que tienen en común que el protagonista es una persona que busca un objeto valioso. En un caso es un comerciante de perlas, un joyero, que encuentra una de singular valor y hace todo lo posible para adquirirla; en el otro caso, el protagonista, entiendo yo, es un minero, que busca tesoros bajo tierra, y en un terreno descubre un yacimiento, y hace todo lo que está a su alcance para adquirir el terreno. En ambos casos, los interesados son emprendedores que buscan el logro supremo de su empeño profesional. La parábola no dice que hagan trampas o que recurran a engaños o a procedimientos turbios. Tienen claro un objetivo, actúan con habilidad para alcanzarlo y corren los riesgos propios del oficio, sin causar daños a otros. El hallazgo que cada uno hace es tan importante que sacrifican todas sus demás posesiones con el fin de adquirirlo.

Jesús admira en los protagonistas dos rasgos: su actitud de búsqueda, de emprendimiento, de iniciativa para perseguir el objeto valioso y su sentido de prioridad para saber qué se debe sacrificar para obtener el objeto precioso. Jesús dice que en el Reino de los cielos las cosas suceden como en la parábola, y nos deja a nosotros sacar las consecuencias.

Las parábolas con mucha frecuencia se refieren a Dios, a su modo de actuar con nosotros. En esta ocasión las dos parábolas no se refieren al actuar de Dios sino al del hombre. Las personas, los seres humanos, somos buscadores de un tesoros. Buscamos la felicidad, buscamos la plenitud. Hay personas que asumen esa actitud de búsqueda muy pronto en su vida, y experimentan con las opciones que se le ofrecen hasta dar la que les da plenitud y sentido. Muchos santos antiguos y modernos se caracterizaron porque asumieron esa búsqueda de la sabiduría, de la felicidad y de Dios desde muy pronto en sus vidas. San Justino en el siglo II, san Agustín en el siglo IV, san Ignacio de Loyola en el siglo XVI o santa Edith Stein en la primera mitad del siglo XX son algunos de ellos.

Otras personas ahogan muchas veces ese sentido de búsqueda en las múltiples búsquedas de pequeñas satisfacciones, de pequeños logros, y se contentan diciendo que eso es todo lo que hay. Éste es un pensamiento y un razonamiento muy propio de la postmodernidad. Todavía otros que piensan que lo más noble que puede emprender el ser humano es el logro de proyectos nobles de naturaleza política o social. Y se olvidan de que esos proyectos nobles de naturaleza política y social encuentran su consistencia en la medida en que sean manifestación temporal de esa otra búsqueda propia del ser humano de la plenitud que sólo Dios puede dar.

Uno diría que Jesús nos quiere animar con estas dos parábolas a ser personas abiertas a la búsqueda del Reino de Dios, a la búsqueda de la felicidad y la alegría que vienen de Dios. Debemos mirar más allá, ir más allá. El Reino de Dios es comparable a una perla rara y preciosa que un joyero busca con ahínco y tesón; es comparable a un yacimiento de sustancias valiosas que un minero busca con empeño y constancia hasta que lo descubre y adquiere el terreno que lo contiene.

La búsqueda nos desinstala del presente anodino y nos lanza a la búsqueda del futuro que solo viene de Dios. Ser personas que buscan nos humaniza y nos abre a la plenitud de Dios.

Por eso se nos ha propuesto hoy como lectura de apoyo al evangelio el pasaje del libro de los Reyes, que narra cómo Salomón supo discernir lo verdaderamente necesario, no sólo para gobernar al pueblo, sino también lo único necesario para la vida. Dios le dio carta libre para pedir. Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Ante un ofrecimiento de esa amplitud muchos hubieran elegido riqueza, poder, fama, que son las cosas que nos deslumbran y en las que pensamos que está la felicidad. Salomón elige algo mucho menos visible y deslumbrante: te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal. Ésa fue una decisión que Dios aprobó como la mejor.

En la parábola, el joyero y el minero, una vez que encuentran lo que buscaban, venden todos sus otros bienes para adquirir la perla preciosa y el terreno valioso. Jesús nos enseña así que para alcanzar el Reino de Dios hay que sacrificar todas las demás cosas que consideramos valiosas pero que son obstáculo para lograr el Reino de Dios. Jesús consideraba sobre todo la confianza en las riquezas como el gran impedimento para alcanzar a Dios. Nadie puede servir a Dios y al Dinero, dijo. El despojo de todos sus otros bienes que hacen los protagonistas de las parábolas para adquirir la perla y el tesoro es modelo del despojo que Jesús espera de los buscadores del Reino de Dios. Es el despojo de bienes menos valiosos para adquirir el bien verdadero y consistente.

El despojo de los bienes temporales que nos haga idóneos para el Reino de Dios es un proceso de reordenación de prioridades y de valores dentro de nuestra propia vida, de modo que solo Dios cuente y baste y todo lo demás sea medio e instrumento para las necesidades de esta vida. De nada vale el despojo físico de bienes si permanecen la ambición, la codicia y la envidia, el resentimiento y el rencor. En cambio quien tiene su mente y su corazón puesto en Dios de modo que solo él cuente y baste, manejará los muchos o pocos bienes materiales con libertad, con liberalidad y con solidaridad.

Que el Señor nos enseñe a buscar la perla preciosa y el tesoro escondido del Reino y a poner en él nuestra mente y nuestro corazón.


Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
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