Evangelizadores con Espíritu

Queridos misioneros:

Cuando finalice esta breve reflexión me voy a dirigir a vosotros para enviaros a evangelizar. A cada uno os enviaré a tener una función singular y escogida en nuestra Misión Diocesana Evangelizadora. Pero, sobre todo, os diré: “Id y evangelizad”. Lo hago con la confianza de conocer vuestra disponibilidad. Pero sabed que también intuyo que en vuestro corazón estáis sintiendo el tirón de la fragilidad y estoy seguro de no equivocarme si digo que no os dejan tranquilos vuestros miedos. Pues bien, en el Espíritu que nos fortalece, os digo: “No tengáis miedo”. Escuchad como dicho para vosotros lo que Dios Nuestro Señor le dijo a Moisés: “Habla, yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir (Ex 4:12). 10.

Abrid el corazón al Espíritu Santo, él es el animador de la misión en la Iglesia. Es más, la Misión que vamos a hacer se le ha ocurrido a él antes que a nosotros. Por eso quiero que sepan todos los demonios interiores que quieren acobardarnos que no tienen nada que hacer: el Espíritu del Señor, que es más poderoso que todos ellos, nos llevará al encuentro de nuestros hermanos, que seguramente se quedarán sorprendidos, tanto como los que escuchaban a los apóstoles en los comienzos de la misión de la Iglesia, cuando nos oigan hablar con ardor misionero de las maravillas que el Señor hace en favor nuestro en estos días del mundo y en estos valles, campos, montañas y pueblos de nuestras tierras diocesanas.

2. La mayoría de los que vais a ser enviados sois seglares, hombres y mujeres que vivís la fe en vuestras comunidades cristianas y, sobre todo, en las diversas realidades del mundo: casados y solteros, padres y madres, trabajadores en diversas profesiones y seguramente entre vosotros hay también parados, hay jóvenes, sois de mediana edad o mayores, estáis sanos o enfermos… Cada uno de vosotros vivís en vuestros hogares y en medio de la gente, a la que conocéis y, por eso, sabéis que necesitan que alguien les dé noticias del amor y la felicidad que sólo puede dar el Señor. Vosotros sois la Iglesia en el mundo que está dispuesta a anunciar a Jesucristo a sus hermanos y hermanas. ¡Qué oportunidad tan maravillosa es para vosotros la de ser animadores de una Iglesia que, por voluntad del Señor, quiere estar permanentemente en estado de misión! Por eso, cuando escuchéis el envío decidle al Señor: Estoy dispuesto. Aportaré lo que me corresponde en la Misión Diocesana Evangelizadora.

3. A cada uno se os ha asignado la tarea concreta que se os pedirá en la Misión, la que os corresponde llevar a aquellos a los que os habéis de dirigir. Pero no olvidéis que vuestra aportación va más allá del contenido y de las formas con que cumpliréis lo que se os encomiende. Lo que hagáis, porque es sumamente importante, ha de estar lleno de algo muy limpio, muy puro y muy de Dios, tiene que estar lleno de amor a Cristo. Sólo así, de lo que digáis y hagáis manarán torrentes de “agua viva” que lleguen hasta el corazón sediento de vuestros hermanos. Llevar a los demás las entrañas misericordiosas de Cristo es vuestra aportación.

Pero insisto, no temáis; el Espíritu pondrá en vuestros labios el sabor y en vuestro corazón el ardor, para que podáis decir, contar a los demás que es Jesús quien mueve vuestra vida, que Jesús es vuestro Señor, vuestro Salvador. Para la Misión que se os encomienda, habréis de estar abiertos sin temor a la acción del Espíritu Santo. “El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 259). Pero no olvidéis que la vida en el Espíritu, la que consolida y sella vuestra vida en Cristo, es un don que se cultiva en el espacio interior de nuestro corazón, se cultiva en la oración.

Por eso, a partir de ahora, y como preparación a la Misión, os recomiendo especialmente que cultivéis el gusto por la amistad, por la intimidad con Jesús: no hay mejor camino para buscar lo que él busca y amar lo que él ama. Sabed que si la espiritualidad es auténtica, de ella siempre brotará el gusto espiritual por estar cerca de la gente. “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (EG 270). Decía hace unos días el Papa Francisco que “las llagas” son el gran regalo de Cristo Resucitado al Padre; por las llagas los dos nos dieron su amor y su salvación a los seres humanos. Por eso hemos de saber que, si vivimos en las llagas de Cristo Resucitado, no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda: hacer llegar su amor a las llagas humanas (cf EG 275).


+ Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Plasencia
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