Jesús es para el mundo

Acabamos de escuchar cómo relata san Mateo el inicio del ministerio de Jesús. El evangelista destaca varios elementos que merecen nuestra atención, pues con ellos da criterios para nuestra propia misión. Jesús deja Judea a donde había ido para hacerse bautizar por Juan y regresa a Galilea, pero no a su pueblo, sino a la ciudad de Cafarnaúm. Este dato es importante para el evangelista pues lo presenta como cumplimiento de una profecía. En segundo lugar el evangelista nos da en una frase el contenido de la predicación de Jesús. Luego, con mayor amplitud nos informa cómo llamó a sus primeros cuatro discípulos. Finalmente hace un resumen de cómo Jesús iba de una parte a otra por Galilea enseñando, predicando y curando enfermos. Veamos qué enseñanza tienen para nosotros estos gestos de Jesús.

El traslado de Jesús a Galilea parece normal. Juan el Bautista ha sido arrestado, ya no se puede estar con él. Además los que estuvieron con Juan corren el peligro de ser también arrestados. Por lo tanto, lo prudente es alejarse. Pero Jesús no regresa a su aldea de Nazaret, sino que se establece en la ciudad de Cafarnaúm. El evangelista nos dice que esa decisión cumple una profecía. ¿Qué tiene Cafarnaúm que no tiene Nazaret? Es una ciudad, no una aldea. Está a la orilla de Mar de Galilea y por lo tanto comunicada con muchos otros pueblos, no refundida en la montaña. Tiene gente judía, pero también no judía, gente pagana, es una ciudad abierta al mundo. Así nos la presenta san Mateo. Jesús hace de Cafarnaúm una especie de centro de operaciones.

El evangelista ve en esa decisión de Jesús un signo del destino universal de su mensaje y de su persona. Jesús no es simplemente de los judíos o para los judíos. Jesús es para el mundo. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció. Jesús tiene un mensaje que traspasa las peculiaridades culturales, nacionales, étnicas y sociales porque es para el hombre, para el ser humano, donde quiera que haya uno. Jesús le habla al hombre agobiado por el sufrimiento, el atropello y la enfermedad, y personas así hay en toda la humanidad. Jesús tiene un mensaje para el hombre apenado por el mal, el error, el pecado, y eso lo sufren personas de toda raza, lengua, pueblo o nación. Jesús tiene una palabra para el hombre atemorizado por la muerte, y esa es el patrimonio de todos los hijos de Adán. Ahí está la primera enseñanza que nos da Jesús: Él y su Evangelio son para todos y se dirigen a la condición humana de cada uno y eso nos obliga a nosotros hoy a la universalidad, a vencer el particularismo, el etnocentrismo, el sectarismo, y todos aquellos límites que recortan nuestra mirada y así actuar sin poner límites a nuestra tarea y nuestra misión.

El mensaje de Jesús se concentra en una frase: Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos. Hay un modo equivocado de entender esta frase, como si fueran dos acciones independientes. Uno podría entender: prepárense moralmente y así estarán listos para recibir el Reino de los cielos que llega. Pero la cosa es al revés. Con esa frase Jesús anuncia la cercanía de Dios. El Reino de los cielos es el mismo Dios, es el mismo Jesús. Dios se acerca con compasión, con perdón, con el don de la vida. Primero está la acción de Dios, que se convierte en oportunidad de conversión. La acción de Dios suscita la respuesta humana: la conversión. Es como si Jesús dijera: “Esta es la oportunidad de convertirse, porque está cerca el Reino de los cielos”.

La conversión de la que habla Jesús es en primer lugar la vuelta a ese Dios que se acerca, primero. En consecuencia, si nos acercamos a Dios, nos alejamos de todo lo que nos entretiene lejos de Dios. Jesús no nos propone un esfuerzo moral que tengamos que realizar por nuestra cuenta para hacernos dignos de recibir a Dios. Ese es el pensamiento humano. La sabiduría de Dios es otra. Él hace las cosas fáciles para nosotros. La conversión a la que Jesús invita no es un esfuerzo moral anterior y por nuestra cuenta. Lo que Jesús nos pide es la respuesta de fe al Dios que se acerca en él para iluminar nuestras vidas, para darnos aliento ante el sufrimiento, para darnos perdón ante el pecado, para darnos eternidad ante la muerte. Por eso es buena noticia. En consecuencia vendrá la conversión moral. A veces nuestra predicación sólo ve la cuestión moral, el esfuerzo moral, y se olvida que la rectitud moral es la consecuencia de habernos vuelto hacia el Dios que se nos acerca con amor y nos sostiene con su gracia. Dios y su Reino, Jesús y su Evangelio son el centro de nuestra predicación y de nuestra fe. Lo demás viene por añadidura.

En tercer lugar está el llamamiento de los primeros discípulos. Son dos pares de hermanos: Simón y Andrés, Juan y Santiago. Los cuatro son pescadores en el Mar de Galilea. Jesús pasa, los ve y los llama para que lo sigan. Les propone ser pescadores de hombres. Ellos dejan todo y siguen a Jesús. Así de escueto, breve y sobrio es el episodio; en total desproporción con las implicaciones y la radicalidad de la decisión. Esta llamada es continuación de la anterior, pero pide algo más. Esta llamada es una conversión a Jesús para seguirlo físicamente en su estilo de vida y para compartir su misión. La propuesta de ser pescadores de hombres indica la radicalidad del cambio. Los hombres eran pescadores de peces obviamente. Ahora el empeño y la capacidad que han puesto en su oficio de pescadores se emplearán en la misión de anunciar y rescatar hombres para el reino de Dios. Jesús necesita colaboradores no solo para que lo acompañen durante el desarrollo de su ministerio; Jesús necesita colaboradores para dar continuidad a su misión cuando él ya no esté. En este llamado late la conciencia de que la misión de Jesús va más allá de la duración de su vida. Los cuatro hombres, con resolución, aceptan la llamada de Jesús. Dejan todo y lo siguen.

Hoy Jesús sigue necesitando y llamado a personas para que se consagren totalmente a su misión, al reino de Dios. El ejercicio del ministerio sacerdotal que nace del ministerio apostólico, y las diversas formas de vida consagrada son la configuración actual de aquella llamada a dejarlo todo para seguir a Jesús de manera radical, con el fin de empeñar y emplear todos los talentos personales al servicio del anuncio del reino de los cielos.

Finalmente el evangelista describe de manera apretada el ministerio de Jesús y de los que lo siguen. Jesús va por toda Galilea. Enseña en las sinagogas. Proclama el reino de Dios, cura a la gente de toda enfermedad y dolencia. Jesús es uno que va. Hoy se nos pide de nuevo ir y llegar, en vez de esperar y acoger. El papa Francisco habla de ir a las periferias existenciales. La nueva evangelización se concibe como una dinámica misionera que llega a aquellos que, siendo bautizados, se mantienen al margen de la vida de fe porque nadie les ha hablado de Jesús y su Evangelio. Jesús enseña y proclama. En el resto del evangelio sabremos qué enseña y qué proclama: la misericordia de Dios, el amor del Padre, la promesa de vida eterna. Jesús enseña y proclama a Dios. Jesús pone a Dios al centro. Lo demás viene por añadidura. Hoy se nos pide hacer lo mismo. Lo ha dicho Francisco en la Exhortación “El gozo del evangelio”. Primero hay que anunciar a Dios: el desarrollo humano, la justicia social, la integridad moral, la economía al servicio del hombre, la política al servicio del bien común serán las consecuencias de haber puesto a Dios primero en el corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Jesús también cura y sana. Cuando uno lee los evangelios, se queda con la impresión de que un componente central de la misión de Jesús es expulsar demonios y curar enfermos milagrosamente como testimonio del poder de Dios. Pero ya en san Pablo y en toda la historia de la misión y de la evangelización posterior, el centro de la misión ha sido anunciar la muerte y la resurrección de Jesús para el perdón de los pecados y la vida eterna. Es verdad que los creyentes han asistido a los enfermos, han acogido a los migrantes y forasteros, han educado a los que no saben, han socorrido a las personas en sus diversas necesidades. Pero nada de esto de manera milagrosa como lo hacía Jesús, sino como expresión de la caridad. Jesús cura y sana como testimonio de que su misión no es solo transmitir una doctrina, enseñar una filosofía o una moral, sino que su misión es poder transformador del hombre, y eso se hace visible en la curación de la enfermedad. Ese testimonio lo dará después la propia resurrección de Jesús por el poder del Espíritu que transforma a los creyentes y el compromiso de la caridad que acoge, sostiene y auxilia al hombre y a la mujer en su necesidad.

Este es el modelo que se nos propone. Sigamos sus huellas.

 Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
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