Manos Unidas, manos amigas

La República Democrática del Congo, Filipinas, Haití… tres países de tres continentes que tienen en común la inseguridad y el hambre. De ellos se habla en la última revista de «Manos Unidas», como podría hablarse de otros. Son una muestra de la geografía del dolor que tan profundamente conocen las personas que impulsan desde hace años esta organización de la Iglesia especializada en campañas contra el hambre.

En el Congo se está trabajando en la zona de Kiela Balanda, cercana a la frontera con Zambia. Sus mujeres tienen un índice de analfabetismo del 85 por ciento; los hombres del 65 por ciento. Solo hay electricidad en la misión católica, y de sus 32 pueblos solo cuatro tienen agua potable.

En Filipinas Manos Unidas coopera con la población de la región de Mindanao, azotada desde hace cuatro décadas por la violencia humana y las catástrofes naturales. La ciudad de Zamboanga ha pasado de tener 200.000 habitantes a un millón por el éxodo rural. Las necesidades son enormes.

Haití es el país más pobre de América
y dentro de él la isla Tortuga es la región más pobre de Haití. El 90 por ciento de sus 45.000 habitantes viven en pobreza extrema. El único hospital existente no tiene quirófanos. La mayoría de gente se va a la cama con hambre.

Me he extendido en estos ejemplos porque a veces olvidamos que las ideas abstractas –Tercer Mundo, Países Subdesarrollados, etc.– tienen una plasmación concreta. Quienes no lo olvidan son los misioneros y los voluntarios de tantas organizaciones benéficas. Son los que conocen a los pobres, sus casas, sus necesidades y angustias y tratan de remediarlas.

Manos Unidas desciende sobre el terreno hasta la zona, el pueblo y la familia. Al mismo tiempo nos enfrenta a una realidad universal: 800 millones de personas padecen hambre en el mundo y denuncia que, mientras tanto, un tercio de los alimentos que se producen en la Tierra, acaban en la basura. Esta dilapidación, sobre todo en Europa y Norteamérica, son un escándalo.

¿Qué podemos hacer nosotros? No dejarnos vencer por la magnitud del problema ni entregarnos a la pasividad. Es cierto que las gentes deben salir del subdesarrollo por ellas mismas, y algunas ya lo han hecho, pero para ello necesitan de una mano amiga que les ayude.

Manos Unidas es esta mano generosa del que no pasa de largo o se contenta con entonar lamentaciones. Sois el orgullo de la Iglesia y una bendición para las sociedades más necesitadas.


† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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