Tomás, la fe del que duda

El Papa ha dispuesto que el comienzo del Año de la Fe coincida con el 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. Quienes tuvimos la fortuna de residir en Roma aquellos años, no podemos olvidar un acontecimiento tan grande que ha marcado la historia de la Iglesia en los últimos tiempos. Hemos de profundizar en sus contenidos, que es como decir que hay que profundizar en la fe y la práctica cristiana, y a ello nos aplicamos hoy, una vez más, de la mano del apóstol Tomás.
Tomás fue uno de los doce escogidos directamente por el Señor. Y el Evangelio nos trae algunas frases suyas que, aún siendo escasas, son muy ilustrativas. Benedicto XVI las repasó en sus homilías dedicadas a los pilares de la Iglesia. La primera intervención que recogen los evangelistas es cuando Jesús, en un momento crítico, decide ir a Betania para resucitar a Lázaro, poniendo en peligro su vida. "Vayamos también nosotros a morir con él" (Jn, 11-16), dijo Tomás. En efecto, "lo importante -dirá el Papa- es no alejarse nunca de Jesús".
Una segunda intervención es en la Última Cena cuando el Señor predice su muerte y dice a los suyos: "Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy". Tomás exclama: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn 14,5). Gracias a esa espontánea reacción, Jesús nos dejó una sentencia lapidaria: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
Hasta ahora Tomás era un creyente desconcertado. Creía en el Maestro, por eso le seguía, pero se le acumulaban las preguntas. Hay que llegar a su tercera intervención, la más famosa, para entender del todo al personaje. No se encuentra presente cuando Jesús resucitado se aparece a los apóstoles y, al decirle ellos lo ocurrido, afirma: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré" (Jn, 20-25). Cuando Jesús le muestra la evidencia, surge en él un acto de fe que la Iglesia repite cada día al celebrar la misa, antes de la comunión: "¡Señor mío y Dios mío!".
En la preparación del Año de la Fe, consideremos esta realidad. La duda no es mala, incluso puede ser necesaria para desembocar en una creencia más vigorosa. La lealtad y la sinceridad, como las que tenía Tomás, son las alforjas necesarias para este camino.