"Los que comemos del mismo pan estamos unidos entre nosotros"

Quiero destacar algunas ideas a partir de las lecturas que hemos escuchado en la misa de hoy. En el libro del Deuteronomio, hemos escuchado a Moisés que se dirige a los israelitas antes de entrar a la Tierra Prometida para hacer el recuento de lo que ha sido su camino hasta ese lugar. Ha sido un camino duro, les dice, lleno de pruebas y dificultades. Pero ese ha sido un entrenamiento, un ejercicio para fortalecer el carácter, para fortalecer la resolución y la perseverancia. La vida humana también es una especie de camino, lleno también de adversidades, de retos y desafíos, de problemas y dificultades. El Señor quiere que perseveremos a través de todos estos obstáculos hasta llegar a la meta, a nuestra Tierra Prometida, que es el mismo Dios. El camino hacia el cielo se hace aquí en la tierra a través de las decisiones y acciones coherentes con nuestro propósito de llegar hasta Dios.
En el camino por el desierto, Dios alimentó al pueblo con el maná, dice Moisés. El maná era un pan enviado por Dios. No era un pan común, elaborado por el trabajo humano. Y dice Moisés que también ese alimento tenía un propósito educativo. Para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. Es decir, por medio del maná, Dios enseñaba al pueblo a vivir confiado en Dios y en su providencia. Es la misma enseñanza que Jesús repetirá en el Nuevo Testamento con aquella frase: No se inquieten pensando qué van a comer o a beber para subsistir o con qué vestirán su cuerpo. Ya sabe el Padre celestial lo que necesitan. Busquen primero el reino de Dios y hacer su voluntad, y todo lo demás les vendrá por añadidura (Mt 6, 25. 32-33).
A veces esas necesidades, comida, vivienda, trabajo, ingreso, salud, justicia, son urgentes y graves. Perdemos de vista, que el ser humano tiene también necesidad de sentido de vida, de perdón de sus culpas, de razones para hacer el bien, de esperanza de que sus aspiraciones de felicidad y plenitud tengan cumplimiento. La respuesta a estas necesidades solo viene de Dios. La gran contribución de la Iglesia al bien común de la sociedad es ofrecer esta propuesta de sentido y plenitud que viene del amor de Dios que se nos manifestó en Jesucristo.
La Iglesia y los cristianos nos preocupamos por ayudar a resolver las necesidades temporales y materiales de nuestros hermanos. Eso lo hemos hecho siempre; pero no es lo único ni lo principal que podemos ofrecer. No sea que te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto y de la esclavitud. El recuerdo del don del maná y del agua de la roca en el desierto, debía servir a los israelitas de recuerdo de Dios. Para nosotros el don de la Palabra de Dios y de la Eucaristía debe ser el recuerdo perenne de la meta a la que conduce el camino de la vida.
El evangelio actualiza para nosotros el episodio de los israelitas en el desierto. Un día en que Jesús enseñaba en la sinagoga de Cafarnaúm después de haber multiplicado el pan, evocó la experiencia del desierto cuando Dios alimentó al pueblo con el maná del cielo. Pero Jesús dice que aquel maná en realidad no daba la vida eterna. Era un maná capaz de sustentar la vida temporal, pero no era capaz de dar vida eterna. El maná que verdaderamente alimenta es él mismo. Jesús invita a comer su cuerpo y a beber su sangre. La expresión es muy dura y escandalosa; parece una invitación al canibalismo. De hecho su audiencia se escandaliza y rechaza la propuesta. Jesús no se arredra, no suaviza las expresiones, mantiene la crudeza y el realismo del lenguaje. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. En esta afirmación tan contundente de Jesús podemos distinguir dos enseñanzas.
En primer lugar Jesús se presenta como el único alimento capaz de dar vida eterna. No hay muchos alimentos, muchos caminos, no hay muchas opciones. Esto es bueno recordarlo cuando en este tiempo en que conocemos muchas propuestas religiosas, incluso ajenas al cristianismo, y se nos dice que todas son iguales, que da lo mismo, que todas conducen a Dios. Ese no es el lenguaje de Jesús. Yo les aseguro: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.
En segundo lugar, en estas declaraciones tan crudas y realistas, Jesús enseña que la unión con él tiene que ser real, corporal y espiritual. No se trata de una unión de ideas, de pensamiento, de voluntad; se trata de una unión personal. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Jesús nunca enseña en este pasaje que está hablando de la eucaristía. Que el realismo del lenguaje está mitigado por el carácter sacramental del medio. La carne y la sangre de Cristo nos llegan por medio del pan y de la copa consagradas. San Pablo, en la segunda lectura de hoy lo expresa en forma de pregunta. El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une al Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? Se produce una unión real con Cristo, porque el pan y el vino son verdadera y realmente el cuerpo y la sangre de Cristo. La realidad de la unión efectuada por el sacramento presupone la realidad de la presencia de Cristo; y al revés, la realidad de la presencia del Cristo en el pan y en el vino es la causa de la realidad de la unión producida entre quien come y Cristo.
Finalmente una enseñanza más. La realidad de la unión con Cristo tiene otra consecuencia. Los que comemos del mismo pan estamos unidos entre nosotros. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan. Esa es la Iglesia que nace de la eucaristía. El cuerpo de Cristo congrega en sí la diversidad humana en la unión de la única vida divina que compartimos. Dios busca no solo nuestra unión con él a través de Jesús, sino que también se logre la unión entre los que comemos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz. Y esto es todo un reto, pues nuestras comunidades están muchas veces afectadas por divisiones que nacen del egoísmo, de la búsqueda de poder y protagonismo, de rivalidades de todo tipo. Los que comulgamos el mismo pan debemos tener la voluntad de buscar la unidad. Ese es uno de los retos que debemos asumir.
Que esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo nos motive a crecer en la fe, en la unión con Jesús y en la unión con los hermanos.
Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán