El arroz eucarístico: Una realidad sacramental en el corazón de Camboya

En pocos lugares he sentido tanta alegría como en los arrozales con los campesinos y jóvenes de Camboya. Con una mirada sacramental sobre la realidad en Camboya nos lleva a decir que, en el corazón de esta cultura, el arroz aparece una realidad sacramental de comunión y gozo. Creo y creemos que porque Dios habita en todo y en todos, la realidad está “vestida de su hermosura” y que sólo con esa mirada acertamos a entender algo de la gracia presente en todo lo creado.

¿Qué tienen que ver el arroz y la eucaristía?, ¿cómo puede ser el arroz ser símbolo de comunión y entrega?

Desde hace algunos años y con la inestimable ayuda de muchas personas las aldeas que tenemos comunidades católicas como: Tapung, Knae Romias, Tahen, Chomnaon, Battambang, … se cultiva arroz como proyecto común de la Prefectura. No es sólo un medio de autofinanciación, sino también de compartir con otras comunidades pobres. No producimos grandes cantidades pero lo hacemos juntos y para otros.

Acostumbrado desde hace 10 años a recorrer los caminos de Camboya y ver los campos de arroz y agraciado desde hace 8 de acompañar a los católicos como Prefecto Apostólico, veo que este arroz une entre sí y que se abre a las necesidades de los otros: tiene un carácter sacramental. Es decir, es un signo visible de una gracia invisible que transforma la existencia personal y social, la vida propia y la de la comunidad.

Tiene muchas facetas: antropológica, simbólica, teológica, eclesiológica, celebrativa,

La tierra y el agua forman parte no sólo del paisaje camboyano sino, más profundamente de su cultura. Aparecen en los cantos, en los relatos, en las danzas, en las esculturas y en los sueños del pueblo. Es por esa razón de significatividad la tierra y el agua, como son los cultivos de arroz, son más que un cereal, una actividad económica. El arroz es alimento, es sustento, medioambiente, cultura, sociedad… el arroz es vida.

El 85% de la población trabaja en los arrozales: la preparación del terreno (arar con animales), sembrar el arroz, transplantarlo y cosecharlo; más tarde secarlo y almacenarlo. Es un trabajo manual en casi todo el proceso, en condiciones difíciles: muchas horas expuestos al sol, viento y lluvia, la mayor parte del tiempo agachados y con el agua hasta la rodilla.

El arroz configura además las festividades del país y del pueblo. Nunca se oirán tantas músicas de boda como en enero, después de la cosecha. En Octubre y durante la fiesta que honra a los difuntos de la familia, los fieles van a los templos a ofrecer arroz a sus antepasados: alimentan así a sus familiares fallecidos. Rezan juntos, en una ambiente de fiesta. También durante esos días las familias y los amigos se obsequian unos a otros con dulces de arroz y plátano.

El trabajo expuesto al sol modela el vestuario y el ideal de belleza, especialmente entre las mujeres: se cubren de arriba abajo con sus “kromas” no sólo para resguardarse del calor, del aire y del agua, sino también del sol que les quema y oscurece la piel. Muchas mujeres envidian la tez blanca y por eso, según posibilidades, buscan blanquear el rostro o al menos transformarlo con el maquillaje durante las fiestas.

En las tierras que la Prefectura ha conseguido para las comunidades este trabajo es comunitario: las tierras pertenecen a la comunidad, todos participan en el trabajo: jóvenes y mayores; las distintas fases de preparación de la tierra, sembrado, transplante, cosecha se realizan en grupo; implica a muchos: desde el Prefecto buscando financiación, a las comunidades que colaboran, pasando por los sacerdotes que lo organizan y todos los que trabajan directamente en el arrozal.

El arroz se utiliza en todos proyectos de la comunidad: en los kinders, en la acogida del huesped, en los servicios sociales y se reparte a las comunidades que no tienen. Por ejemplo, este año 2008 la comunidad de Chomnaom ha entregado 100 kilos de arroz a Kompong Kor, en la provincia de Kompong Thom. Este arroz alcanza también a los niños discapacitados del Centro Arrupe en Battambang.



El arroz es un alimento que da vida, no sólo en el sentido primario de proporcionar las energías necesarias para el organismo, sino además es el principal medio de subsistencia y elemento de cohesión comunitaria de Camboya.

Damos un paso más y nos preguntamos ahora, en concreto, de qué es símbolo el arroz, qué nos evoca y sugiere: Por el duro trabajo que conlleva, por los “sudores” de todos los que participan, por la alegría que se vive durante la cosecha y por el bien que resulta para la propia comunidad y para otros, es símbolo de lo que muere para dar vida; por otra parte el arroz se guarda para la estación venidera, es símbolo de seguridad y confianza en el futuro; también intenta aliviar la inseguridad, la pobreza de estas comunidades (entendemos “comunidad” en sentido amplio, no sólo comunidad católica, porque se benefician no sólo los católicos sino el resto de la sociedad en ese lugar geográfico y en otros de la zona).

El arroz es símbolo de la compasión, un valor fundante de la cultura camboyana; es símbolo de la espera confiada del campesino que mira al cielo en busca del agua para sus campos; símbolo de la capacidad de vivir las contrariedades y de configurar un carácter especial: resistente, con sentido del humor y adaptándose a los cambios; símbolo de la alegría también durante el trabajo, cantando y animándose cuando el sudor va cayendo por la frente; símbolo del saber disfrutar de las cosas sencillas, como la vuelta a casa en bicicleta o en remolque, hablando con el de al lado o el baño cuando se va poniendo el sol; es símbolo de sanación de las heridas recientes. Al hacerlo juntos y para otros, se cuenta con su libertad y su generosidad.

La VIDA que resulta del arroz y de su trabajo nos conduce gradualmente hacia el que es LA VIDA de estas comunidades católicas: el Señor Jesús. Presente en ellas, por la acción de su Espíritu, les incorpora a su entrega, fortalece en la fe y anima al servicio compasivo.

Una mirada sacramental nos hace descubrir en lo visible, humano-simbólico como el arroz, la gracia invisible de Dios transformando la propia vida y la de la comunidad. La gracia invisible de Dios haciendo posible que la entrega personal se convierta, junto a la de Cristo, en vida para los demás. Esta mirada nos abre a entender la relación existente entre el arroz trabajado en las comunidades católicas con la eucaristía, entre el arroz y a la comunión teológica en la Iglesia.

La Iglesia es lugar de manifestación de la comunión CON Dios y de la comunión y reconciliación de los hombres ENTRE sí. Ahí está nuestro proyecto: acogiendo el plan salvífico de Dios, su misterio manifestado en Cristo, vivimos entre nosotros lo que El es, comunión.

Accedemos a la comunión CON Dios POR Cristo. Pero esta mediación no es puramente exterior. Nuestra respuesta a la misericordia de Dios, nuestro “sacrificio” es abrir nuestra existencia personal y social a la acción transformadora de Dios (Rm 12,1) que se muestra en la caridad y el compartir (Heb 13,16).

Los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) cuando el Señor se queda con ellos a cenar y le miran, le encuentran y reconocen en la fracción del pan. Le reconocen porque es sacramento.

La vida de la comunidad cristiana se mueve entre dos polos: la vida en común y la actividad de la misión. El cultivo del arroz en las comunidades de la Prefectura de Battambang lo mismo. Y en ambos está presente Jesús, activo por medio del Espíritu Santo. La Eucaristía es fuente y culmen porque ahí se cruzan esas dos dinámicas: el don de Jesús a los suyos y el don de unos a otros.

En Camboya celebramos en comunidad la gracia transformadora del Señor en nuestras vidas para que sean VIDA. Celebramos que el Señor se alegra de nuestra vida, aunque nuestro trabajo y servicio no sean perfectos. Celebramos en comunidad y damos gracias porque otras comunidades lejos de Camboya quieren compartir con nosotros y ayudarnos a ganar el sustento de forma digna. Celebramos que esa generosidad contagiosa que nos mueve a compartir con otros menos favorecidos.

Celebramos que el Señor nos regala una mirada nueva que le busca y le encuentra en todo lo creado, en todo lo que humaniza; una mirada que se alegra en la alegría de los demás, que hace bello todo lo que toca y que se alegra en la alegría de Dios.

Enrique Figaredo Alvargonzález sj
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