Los futuros asesinos de Jesús

Tanto el pasaje de Isaías como la parábola evangélica hacen referencia en primer lugar a situaciones humanas históricas. Isaías resume en la parábola la historia de Dios con el pueblo de Israel, a quien llama su viña, de la que él es el viñador. La cuidó, la trabajó, la protegió. En efecto, Dios sacó a su pueblo de Egipto, le dio la ley de la vida, lo colocó en la tierra prometida, puso su Templo y su morada en la ciudad de Jerusalén, le concedió reyes para que gobernaran a su pueblo con justicia. El Señor esperaba de ellos que obraran rectamente y ellos, en cambio, cometieron iniquidades; él esperaba justicia y solo se oyen reclamaciones.
Desde el tiempo de Isaías hasta el tiempo de Jesús las cosas no cambiaron. Pero Jesús, en su parábola, introduce unas variantes. Dios no es el viñador, sino el dueño de la viña que encarga a otros el cuidado de la viña. Son los viñadores responsables de cultivar la viña para que produzca frutos de santidad. Jesús centra la atención en los viñadores. Pero los viñadores no cumplieron su misión. Por eso Dios envió diversos emisarios, los profetas, para lograr que los viñadores cumplieran con su tarea, pero los viñadores rechazaron, maltrataron y hasta mataron a los enviados de Dios.
Finalmente Jesús se refiere a sí mismo. Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores tuvieron ante sus ojos al hijo, decidieron matarlo para quedarse con la viña. Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.
Jesús cuenta esta parábola a los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. Ellos son los viñadores que Dios había puesto para cuidar la viña, pero ellos hicieron de su ministerio un negocio y de su servicio un atropello. Con la parábola Jesús los acusa de antemano de ser sus futuros asesinos. Al final del relato, Jesús lanza la pregunta: ahora díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores? Y sus interlocutores, como si no se hubieran enterado de que la parábola se refería a ellos mismos, dictan su propia sentencia: Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo.
Ese es el sentido histórico de la parábola. Pero haríamos mal en quedarnos ahí. Hay que actualizarla. El Señor sigue teniendo su viña, que es el pueblo que él ha rescatado con su sangre. Y ha puesto al frente a los viñadores, que somos los obispos, los sacerdotes y demás responsables del cuidado pastoral del pueblo de Dios. Nosotros no somos inmunes a tener los mismos defectos, vicios y errores que los dirigentes religiosos en tiempos de Jesús. También nosotros podemos ser asesinos de Jesús el día de hoy. Es bueno, que de cuando en cuando, la palabra de Dios del domingo nos confronte a nosotros mismos para que tengamos que hacer examen de nuestro ministerio delante del pueblo que se nos ha encomendado. ¿Somos nosotros también viñadores homicidas? ¿Recibe Dios, gracias a nuestro ministerio, los frutos de santidad y justicia que él espera de su pueblo o somos nosotros mismos el obstáculo y la causa de que en la Iglesia haya divisiones, desánimos, defecciones y escándalos?
Puedo identificar tres maneras en las que fallamos en nuestra misión, la que Dios nos encargó. El primer fallo se da cuando no vivimos personalmente a la altura espiritual y moral que se espera de quienes Dios ha puesto al frente de su pueblo. Nuestra espiritualidad consiste en identificarnos con Jesús buen pastor; nuestra moral consiste en vivir de acuerdo con la coherencia ética que corresponde a los compromisos de vida que hemos asumido en el bautismo y en la ordenación. Nuestro ministerio no es una profesión, de modo que se puedan diferenciar las competencias profesionales de la vida personal. Nuestro ministerio es testimonial, y por lo tanto, el ejercicio idóneo depende de la calidad moral y espiritual de los ministros. También cuando nos volvemos inaccesibles y las personas no nos encuentran nunca, cuando tratamos a la gente de malos modos y las atropellamos con nuestras palabras y acciones, cuando nos volvemos altaneros y orgullosos y nos aislamos en nuestra propia presunción y suficiencia fallamos en la misión que hemos recibido.
También traicionamos nuestra misión y no le damos a Dios los frutos que él quiere, cuando ejercemos nuestro ministerio de acuerdo con nuestras propias ideas y no en comunión con el presbiterio, con el obispo, con la Iglesia universal. Construimos nuestra propia Iglesia, pero no la de Jesucristo. Instrumentalizamos el poder que nos da el ministerio para impulsar causas de nuestra preferencia ideológica, política, social o incluso teológica, pero de una teología que no es la que expresa la comunión en la Iglesia, sino de una teología de un sector, de una tendencia, de un grupo. Olvidamos que la Iglesia es de Jesucristo y no nuestra. El único criterio objetivo de discernimiento para saber cómo quiere Jesús su Iglesia es la propuesta que encontramos en los documentos del magisterio y en la comunión eclesial y no en nuestros gustos o convicciones personales.
Y un tercer modo como nos convertimos en viñadores homicidas es cuando el cinismo se apodera de nuestra mente y sacamos a Jesús totalmente de nuestra perspectiva. Decimos como los viñadores de la parábola: Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia. Esto ocurre cuando dejamos de creer en lo que representamos e instrumentalizamos el ministerio para alcanzar nuestros propósitos económicos o políticos, para ocultar nuestros vicios, para llevar adelante nuestros negocios; sin tener la valentía para reconsiderar el ministerio o convertirse. Convertimos la casa de Dios en cueva de ladrones.
La sentencia de Jesús pende también sobre nosotros. ¿Qué hará con esos viñadores? Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo. Podemos pasar tiempos de crisis y desconcierto, de infidelidades y traiciones. Pero tenemos la confianza de que como la Iglesia es de Dios, él sabrá suscitar viñadores que cuiden su viña para que dé frutos de santidad y esperanza.
He querido hacer este breve examen de conciencia ante ustedes, hermanos laicos, para que también ustedes sepan exigirnos estar a la altura del ministerio que hemos recibido. Ustedes, el pueblo de Dios, la viña del Señor, tienen derecho a tener pastores que los conduzcan a dar frutos de santidad. Pero a la vez que nos exigen, ayúdennos y oren por nosotros. Que no seamos viñadores homicidas, sino sembradores de la buena semilla del reino de Dios. Pidamos al Señor que suscite en nuestra arquidiócesis las vocaciones sacerdotales que necesitamos y que quienes recibimos el encargo de cuidar la viña actuemos según el propósito de Dios.
Y para concluir en una nota positiva, volvamos a escuchar las palabras de san Pablo en la segunda lectura de hoy. Aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio. Pongan por obra cuanto han aprendido. Y el Dios de la paz estará con ustedes.
X Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán