Los jesuitas y Lasso de la Vega

La expulsión de los jesuitas de los reinos católicos y sus colonias (1767), tuvo dos componentes fundamentales muy complejos al tratarse no tanto de una actuación de carácter religioso sino sobre todo político-económica, de gran impacto social en su época. La expulsión no borró la impronta sembrada, subsistió la exigencia de su regreso y la huella imperecedera de sus obras.

Rafael Lasso de la Vega nació en Santiago de Veraguas, provincia de Panamá, perteneciente al Virreinato de Santafé de Bogotá, el 26 de octubre de 1764, tres años antes de la expulsión de la Compañía de los reinos hispánicos. Estudió en Bogotá donde transcurrió casi la mitad de su vida. Ordenado presbítero el 7 de abril de 1792. A partir de 1794 regentó el curato de Funza en la sabana bogotana, y ganó la dignidad de Canónigo Doctoral en 1804.

En 1810 se mantuvo fiel al Rey, negándose a prestar el juramento de sumisión al nuevo gobierno. En octubre de 1812 se opuso al Presidente Antonio Nariño, siendo obligado a abandonar Cundinamarca. Decide regresar a su tierra natal donde obtuvo el cargo de Chantre del Cabildo Catedralicio. Nombrado obispo en 1815 por disposición real, ratificado por el Papa Pío VII en 1816, recibió la ordenación episcopal en Bogotá a fines de ese año. Fiel al monarca hasta 1820. En 1829 fue trasladado a la sede de Quito donde murió en 1831.

En la bula de restauración de Pío VII “Sollicitudo omnium ecclesiarum (7-8-1814), el Pontífice confiesa que seríamos reos de una grandísima culpa delante de Dios si no aprovechamos los saludables auxilios que Dios nos suministra a través de la Compañía de Jesús. El 29 de mayo de 1815, el Rey Fernando VII promulgó la Real Cédula en la que derogó los decretos de su abuelo Carlos III, readmitiendo de nuevo a los jesuitas en sus reinos. El monarca reconoce los bienes temporales y espirituales que produjeron, están mermados ahora mermados con su ausencia. Su nueva presencia será lo más eficaz para recuperar por medio de la enseñanza y predicación los bienes espirituales que con su falta habían disminuido.

Para 1815 estaban todavía vivos seis de los miembros de la Compañía que habían trabajado en Maracaibo. El canónigo Mateo José Mas y Rubí era hermano del jesuita Alejandro Mas y Rubí, quien gozaba de fama en Europa por sus escritos sobre geografía y astronomía. Hombre de decisiones prontas, Lasso de la Vega se dirigió al rey Fernando VII, el 3 de diciembre de 1815, pidiendo la venida de los jesuitas, consciente de que sería Maracaibo una de las primeras beneficiadas. La sola noticia de la posibilidad de que estén presentes en la tierra del sol amada movió el ánimo de sus moradores que pusieron a disposición un templo.

El proyecto no pasó de allí, pero dejó sentado, hace doscientos años, el aprecio por la labor de la Compañía de Jesús. La restauración marca un hito importante que sobrepasa los intereses particulares de la Orden. Es una lección con enorme paralelo con la actualidad que viven la Iglesia y sus obras, en medio del reacomodo político de retroceso ideológico en varios países americanos, a postulados muy parecidos a los del despotismo ilustrado de los monarcas europeos. Es una aberración pretender dominarlo todo bajo la esfera de lo político, desconociendo libertades y derechos, en medio de un mundo plural y crítico. Las democracias que surgieron a raíz de la Revolución Francesa, la independencia norteamericana y los procesos separatistas de Latinoamérica, fueron, en parte, fruto de aquellos desafueros.



Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Volver arriba