Sin Dios no hay esperanza para el hombre

Dos encíclicas espirituales, casi intimistas. Una innovación total en la historia de la Iglesia. Desde el siglo XIX, las encíclicas papales fueron casi todas políticas, es decir centradas en el contexto histórico. Aún con referencias históricas concretas a las grandes corrientes de fondo de pensamiento del siglo XIX y XX, la Spe salvi plantea una pregunta de sentido: ¿Cómo poder esperar en un mundo como el actual?
Como buen profesor y pedagogo, Benedicto XVI responde teórica y prácticamente. La praxis, con testigos como Josefina Bakhita, la santa esclava. La teoría, echando por tierra las falsas salidas al problema. El marxismo y el iluminismo son «esperanzas terrenas fallidas». Más aún, la razón «sin Dios» y la ciencia «sin ética» no redimen al hombre. Su fracaso está escrito en la Historia reciente y en sus horrores. El «reino de Dios» en la tierra no se puede edificar sobre el materialismo sin Dios.
Refutados los contrarios, el Papa ofrece su respuesta: sólo nos puede salvar la «esperanza cristiana». Una esperanza a no confundir con el optimismo ingenuo. Y, mucho menos, con la terrible espera del Juicio Final. Esperanza como creencia personal y esperanzada en el reino del hic et nunc (del ya pero todavía no) que ofrece el Dios encarnado en Cristo. Escrita de su puño y letra y casi «de una tacada, la encíclica es una llamada apremiante a los católicos a depositar su esperanza sólo en Cristo.
Un texto que seguramente será criticado por los ateos, a quienes niega la posibilidad de tener esperanza y acusa de haber provocado los grandes horrores de la Humanidad. ¿Es que la historia de la Iglesia está libre de pecados y de horrores?
José Manuel Vidal (El Mundo)