La Iglesia ha muerto y resucitado muchas veces en la Historia

SEGÚN la reciente encuesta de la Fundación BBVA sobre las actitudes sociales de los españoles, las instituciones en las que estos menos confían son las multinacionales, la Iglesia Católica y el Gobierno. Los titulares de muchos medios subrayaron, de entre los múltiples aspectos del extenso estudio, el suspenso a la Iglesia, enriquecido por la paradoja de que en un 74,1 % los encuestados se declaraban católicos. La paradoja, sin embargo, podría ser solo aparente: para alcanzar ese suspenso (alto, pues un 4,4 roza el aprobado) basta con que el 25,9 no católico haya calificado muy bajo a la Iglesia.

En realidad, entre las diversas etapas del proceso estadístico es normal que se generen inexactitudes o vacíos que hacen que los resultados enfatizados en los medios tampoco sean del todo fiables. Pero de toda esta noticia, exacta o no, queda en el aire una cuestión inquietante: ¿cómo es posible que el nivel de confianza de los católicos (o de los españoles en general) en su Iglesia sea tan bajo como para aparecer en titulares?

La formulación concreta de las preguntas añade leña al fuego de las mencionadas inexactitudes. Para empezar, no está nada claro qué se entiende aquí por 'Iglesia'. ¿Se refiere al Vaticano, a Benedicto XVI, o quizá a la Conferencia Episcopal española? ¿O acaso el encuestado está pensando en los curas de su parroquia, los norteamericanos condenados por pederastia, o el profesor que le dio capones en el colegio? No parece que se entienda por Iglesia lo que realmente es, la comunidad de los bautizados, el cuerpo místico de Cristo, usted (si es el caso) y yo. ¿'Desconfían' los encuestados de la iglesia que levanta colegios y hospitales, atiende a enfermos, ancianos, marginados, niños e indigentes (solo en España promueve más de mil cien centros asistenciales), es pionera en la acogida de inmigrantes, o manda al Tercer Mundo misioneros que lo dejan todo para servir a los más pobres de los pobres?

Esto me lleva a pensar que la expresión 'desconfiar' utilizada podría resultar imprecisa. Se desconfía de alguien si es malvado, ignorante, imprudente o incoherente, y no creo que ninguno de esos calificativos se aplique de modo propio a la Iglesia española, que es benefactora, instruida, prudente y a la vez coherente hasta enfrentarse a los poderes públicos o mediáticos por defender sus valores. Por extensión, se suele hablar también de 'desconfianza' como sinónimo de 'rechazo', acaso ideológico, y me inclino por considerar que este podría ser el enfoque más extendido entre los encuestados. Un rechazo que no parece fruto de un debate intelectual profundo, más bien al contrario: la supuesta desconfianza se asemeja a la 'impopularidad', en su sentido más superficial.

¿Y cuáles serían los factores que influyen en esta presunta impopularidad? Uno de los primeros podría ser el permanente carácter 'contestatario' de la Iglesia. Aunque el estereotipo progre la asocie con la burguesía conservadora, en realidad allí donde existe la Iglesia es una voz crítica, con una autoridad e independencia por encima de las derechas e izquierdas. Donde la sociedad es materialista, predica los valores espirituales; donde insolidaria, la caridad; donde escéptica, el amor a la verdad; donde fanática, la libertad. Su mensaje tiene que intentar llegar a todos, pero curiosamente no a fuerza de regalar el oído sino de apretar donde más duele.

Su fundador ya advirtió de que sería signo de contradicción, de que no traería paz a la tierra sino división, de que siempre estaría expuesta a la persecución. Y mientras el laicismo occidental hace su parte en el plano cultural o sociológico, hoy en día son aún demasiados los cristianos asesinados o perseguidos en países de radicalismo islámico o marxista (que, en este aspecto, constituyen una especie de 'alianza de persecuciones').

Pero en ocasiones los católicos pueden estar tan mimetizados con los defectos de su entorno que les resulte difícil entender las razones de la Iglesia para criticarlos. Esta dificultad viene agrandada por la escasa formación del laico de a pie en cuestiones teológicas y doctrinales. Los católicos españoles estuvimos en el pasado tan acostumbrados al argumento de «esto es así porque lo dicen los curas» que, ahora que los sermones dominicales se han vuelto un tanto melifluos, la fundamentación intelectual de la doctrina brilla por su ausencia. ¿Cuántos de ese 74,1% se preocupan por avanzar en su preparación como católicos? ¿Cuántos leen los clásicos de espiritualidad cristiana, o los escritos del Papa, o, sin ir más lejos, el Catecismo o sus resúmenes? Sospecho que el nivel de conocimientos teológicos de bastantes católicos adultos no se ha actualizado desde su primera comunión.

Esta ignorancia religiosa generalizada se agrava más ante la implantación actual del llamado 'pensamiento débil' (Gianni Vattimo), según el cual cualquier verdad ha de ser expuesta en lo que ocupa un SMS para ser inteligible. Si hoy en día 'tiene la razón' quien sea capaz de fabricar el eslogan más conciso y contundente y lo difunda con mayor eficacia, la Iglesia puede jugar en desventaja, pues en ocasiones necesita recurrir a argumentos antropológicos complejos para razonar algunas posturas polémicas (aborto, experimentación con embriones, matrimonio, eutanasia, etcétera). En un contexto de pensamiento débil también pasa desapercibida una contradicción del tipo «yo creo en el cristianismo pero no en la Iglesia», quizá en la mente de muchos de los dos mil encuestados. La Iglesia ha sido y es la que viene transmitiendo el cristianismo de una generación a otra, y no podemos excluir elementos esenciales de la creencia sin incurrir en importantes contradicciones, sin caer en un catolicismo 'a la carta', a imagen y semejanza de nuestra propia limitación vital, formativa o intelectual.

También hay que referirse al desprestigio de la Iglesia que fomentan con evidente provecho determinados agentes de la cultura, sociedad o política en los países occidentales. Las corrientes literarias de intrigas vaticanas o las campañas de desacralización de Jesucristo son ejemplos habituales que, si bien no suponen un obstáculo intelectual contra la verdad cristiana, sí que influyen paulatinamente en las masas poco doctas, aportando ese sentimiento indefinido de sospecha. Un 'Código da Vinci de Brown', un Evangelio de Judas 'redescubierto' por National Geographic, o el documental de la enésima tumba auténtica de Jesús por James Cameron, no hacen más que revivir cuestiones que la primitiva teología o la apologética de los primeros siglos de cristianismo dieron por refutadas. Pero, aunque el teólogo o el historiador las rechace como paparruchas, lo cierto es que sus mensajes llegan a millones de personas que se quedarán, a falta de otros referentes, con la copla de que todo lo predicado por la Iglesia en estos dos mil años podría ser un fraude.

De todos modos, independientemente de su grado de exactitud, los resultados de esta estadística -o lo que pudieran tener de premonitorios- no deberían turbar en gran medida al creyente. Como explica Chesterton en la conclusión de 'El hombre eterno', la Iglesia ha muerto varias veces a lo largo de su historia bimilenaria, y ha resucitado otras tantas, con espíritu renovado, porque es un ser vivo y con originalidad divina. Pasó con Roma, con el arrianismo, con las invasiones bárbaras, con los albigenses, con el Renacimiento, con la Ilustración, con las revoluciones, con el darwinismo, con el marxismo Parecía que la Iglesia, anclada a una sociedad en decadencia, iba también a morir con ella. Pero al cabo del tiempo resucitaba, como su fundador. Una generación vieja en cuerpo y espíritu daba paso a otra joven entusiasmada por profundizar en el tesoro espiritual transmitido durante siglos, que sus padres quizá habían arrinconado. Y esto no es una cuestión de fe. Esto es historia.

Carlos Villar Flores, escritor
Volver arriba