La encíclica descoloca a los conservadores y da aire a los moderados
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A los miembros de la derecha eclesiástica no le gusta la encíclica del Papa. O mejor dicho, les ha sorprendido o les ha defraudado. Según se mire. Algunos llegan a decir entre dientes: "Este no es nuestro Papa que nos lo han cambiado".
Porque el caso es que, se diga como se diga, la encíclica del Papa Ratzinger está mucho más cerca de los planteamientos de la social democracia que de los del neoliberalismo. Por eso les duele. Y hasta la critican. O la defienden en exceso, haciéndole un flaco favor. O no saben que hacer. El Papa dejó descolocados a los más conservadores.
Y eso siempre es de agradecer. El centro y la izquierda eclesial (por usar esa terminología que no le gusta nada a Camino, pero que refleja mejor que ninguna otra las distintas sensibilidades eclesiales) necesitaban ya un cariño. Una caricia papal. Y llegó nada menos que de la forma más solemne y, al mismo tiempo, más íntima: una carta, una encíclica. Que seguramente pasará a la historia como la gran encíclica del pontificado de Ratzinger.
Una encíclica que hace pensar que Benedicto XVI asume el esquema (reduccionista como todos los esquemas, pero tan gráfico)que se aplicaba a su predecesor: "Un Papa abierto en lo social y conservador en lo moral".
Una encíclica, pues, que ha permitido respirar a gran parte de la Iglesia moderada actual. Aunque haya desilusionado a la minoría involucionista. Gracias, Santidad. ¡Qué bien sienta poder decir, con la boca llena, que ésta es "una encíclica progresista de un Papa conservador"!
José Manuel Vidal