"El pueblo de Dios no solo llora su ausencia: exige que su legado continúe" El 'santo pueblo de Dios' quiere un Francisco II: la Iglesia sueña con la continuidad de la primavera sinodal

"Francisco, el Papa de la cercanía, la escucha y la reforma, se convirtió en símbolo de una primavera eclesial que nadie quiere ver marchitar"
"Su funeral fue un auténtico plebiscito popular: 250.000 personas abarrotaron la plaza de San Pedro, en una despedida que fue mucho más que un rito, fue la expresión de un dolor auténtico y de una gratitud inmensa"
"¿Y qué pide el pueblo de Dios? El sueño de una Iglesia de hermanos y hermanas, sin exclusiones ni privilegios"
"El pueblo de Dios no quiere volver atrás, ni resignarse a una primavera efímera. Quiere una Iglesia que sea casa y escuela de comunión, donde todos puedan encontrar su lugar y su voz"
"¿Y qué pide el pueblo de Dios? El sueño de una Iglesia de hermanos y hermanas, sin exclusiones ni privilegios"
"El pueblo de Dios no quiere volver atrás, ni resignarse a una primavera efímera. Quiere una Iglesia que sea casa y escuela de comunión, donde todos puedan encontrar su lugar y su voz"
La historia reciente de la Iglesia ha sido marcada por un Papa que conquistó el corazón del pueblo. O, como él le llamaba subrayando con el tono cada palabra: el 'santo pueblo de Dios'. Francisco, el Papa de la cercanía, la escucha y la reforma, se convirtió en símbolo de una primavera eclesial que nadie quiere ver marchitar.
Su funeral fue un auténtico plebiscito popular: 250.000 personas abarrotaron la plaza de San Pedro, en una despedida que fue mucho más que un rito, fue la expresión de un dolor auténtico y de una gratitud inmensa. Desde entonces, la tumba de Francisco en Santa María la Mayor se ha transformado en un nuevo santuario del pueblo de Dios, con miles de fieles haciendo fila cada día para honrar su memoria y pedirle que siga intercediendo por una Iglesia en camino.

Pero el pueblo de Dios no solo llora su ausencia: exige que su legado continúe. El proceso sinodal, la gran obra de Francisco, fue un camino de escucha y discernimiento en el que participaron laicos, mujeres, jóvenes, sacerdotes, obispos y hasta quienes se sentían en los márgenes. En cada diócesis, en cada continente, en las asambleas y en las mesas redondas, el método de la “conversación en el Espíritu” permitió que la voz de todos resonara con fuerza inédita. Por primera vez, la Iglesia se atrevió a preguntarse a sí misma, a abrir sus puertas y ventanas para que entrara el aire fresco de la participación y la corresponsabilidad.
Las peticiones del pueblo: una Iglesia de hermanos y hermanas
¿Y qué pide el pueblo de Dios? Que el bautismo sea el verdadero fundamento de la igualdad eclesial; que los laicos tengan voz y voto real en la organización y las decisiones; que existan consejos pastorales realmente decisorios; que los párrocos y obispos sean servidores y no príncipes; que la Iglesia sea inclusiva y acogedora con la comunidad LGTBI y los divorciados vueltos a casar; que el celibato sea opcional; y, sobre todo, que la mujer tenga plena igualdad, con acceso a todos los ministerios, incluido el altar y el episcopado y el papado. Es el sueño de una Iglesia de hermanos y hermanas, sin exclusiones ni privilegios.
Estas peticiones, lejos de ser una utopía, son el resultado de un proceso de escucha global, de una Iglesia que se ha mirado a los ojos y ha reconocido sus heridas y sus potencialidades. El pueblo de Dios no quiere volver atrás, ni resignarse a una primavera efímera. Quiere una Iglesia que sea casa y escuela de comunión, donde todos puedan encontrar su lugar y su voz.

Un Francisco II: el deseo de un pueblo que camina
Para llevar adelante este programa, el pueblo de Dios quiere un Francisco II: un Papa que consolide y acelere la sinodalidad, que no tema a las reformas y que sepa escuchar el clamor de las bases. Entre los nombres que resuenan están el cardenal Leonardo Steiner, el pastor amazónico que encarna la voz de la periferia y de la tierra; el cardenal Robert Prevost, que une la eficacia norteamericana con la sensibilidad y la pastoralidad latinoamericana; y el cardenal Mario Grech, el alma del Sínodo y puente entre tradición y renovación. O quizá un tapado, alguien inesperado, pero decidido a continuar el camino sinodal hasta la magna asamblea de 2028, como el cardenal filipino, Pablo Virgilio «Ambo» David.
Steiner, el cardenal que acompañó a Francisco en el Sínodo de la Amazonía, representa la voz de los pueblos originarios y la defensa de la casa común. Prevost, estadounidense de nacimiento y latinoamericano de corazón, ha demostrado una capacidad única para tender puentes entre culturas y realidades eclesiales diversas. Grech, como secretario general del Sínodo, ha sido el artífice silencioso de la metodología participativa que ha revolucionado la vida interna de la Iglesia. Y Pablo Virgilio «Ambo» David, el obispo de los pobres y de los marginados de las periferias filipinas, un defensor de los derechos humanos, que se enfrentó a los asesinatos perpetrados durante el gobierno del expresidente Rodrigo Duterte, denunció los abusos y sostuvo que los crímenes cometidos por miembros del clero deben ser juzgados en tribunales civiles.
El desafío del próximo Papa: no apagar la llama
El desafío para el próximo Papa es enorme. No se trata solo de gestionar una transición, sino de mantener viva la llama de la reforma, de no defraudar la esperanza de millones que han creído en la posibilidad de una Iglesia más evangélica, más humana y más cercana. El pueblo de Dios, ese que Francisco llamó “santo” y que ha sido protagonista de este proceso, no aceptará una marcha atrás ni un frenazo. Quiere avanzar, caminar juntos, soñar juntos.

La Iglesia vive una hora decisiva. El Espíritu sopla fuerte, y el pueblo de Dios lo sabe. Por eso, desde la tumba de Francisco en Santa María la Mayor hasta las periferias más olvidadas, la oración es la misma: “Señor, danos un Francisco II, un Papa del pueblo y para el pueblo, capaz de llevar hasta el final la primavera sinodal”.
Porque la Iglesia, cuando camina unida, es invencible. Y el pueblo de Dios ya ha dejado claro el rumbo: una Iglesia de puertas abiertas, de escucha y de igualdad. Una Iglesia que, como Francisco, no tenga miedo de soñar.
Etiquetas