Tres obispos en dos meses... Omella puede hacer en 10 meses lo que no pudo en 10 años La línea Prevost-Omella, a toda máquina: León XIV confirma los candidatos episcopales del cardenal de Barcelona

Diez meses le quedan al purpurado turolense para cumplir los 80 años, edad más allá de la cual ‘sólo’ los papas aguantan el tipo al pie de la cátedra. Pero, visto lo visto, en estos diez meses Omella pueda hacer lo que en diez años no acabaron de dejarle, lo cual trae algunas jugosas evidencias, además de la poquedad de sus sepultureros
La línea directa entre Omella y quien era su ‘jefe’ en el Dicasterio para los Obispos, Robert Prevost, sigue funcionando, y más engrasada que antes. Entre Burke y Omella, la elección (como se evidenció en las fotos difundidas por esa web de la que usted me habla) del entonces cardenal y poco papable para la inmensa mayoría, estaba clara
Tiene el cardenal Juan José Omella una risa socarrona. Antes de que le salga por la boca, la preanuncia el brillo una mirada astuta. Estos días le imagino a mandíbula batiente, pensando en la cara de todos aquellos que ya prácticamente le enterraron el mismo día que daban sepultura a su amigo Francisco en Santa María Maggiore.
“Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”, hubiesen dicho Zorrilla o Tirso, que vaya usted a saber, de haberse parado a perder el tiempo en analizar las esquelas que le han dedicado algunas webs al arzobispo de Barcelona una vez desaparecido el papa Bergoglio, viniendo a decir que no había entendimiento con León XIV y que estaba ya en tiempo de descuento.
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No les faltaba razón en esto último, cierto. Diez meses le quedan al purpurado turolense para cumplir los 80 años, edad más allá de la cual ‘sólo’ los papas aguantan el tipo a pie de cátedra. Pero visto lo visto, enestos diez meses Omella pueda hacer lo que en diez años no acabaron de dejarle, lo cual trae algunas jugosas evidencias, además de la poquedad de sus sepultureros.
La línea Omella-Prevost, sin interferencias
Para empezar, la línea directa entre Omella y quien era su ‘jefe’ en el Dicasterio para los Obispos, Robert Prevost, sigue funcionando, y más engrasada que antes (pero esto forma parte de la segunda evidencia). Entre Burke y Omella, la elección (como se evidenció en las fotos difundidas por esa web de la que usted me habla) del entonces cardenal y poco papable para la inmensa mayoría, estaba clara. Busquen aquellas fotos (si las encuentran) que pretendieron ser intimidantes y apreciarán que la elección era más latina que norteamericana.
Aquellos augures que pronosticaban una edad de hielo en los nombramientos episcopales en España, esperando poco menos que la entronización de Luis Argüello como el nuevo hombre del Papa (aunque no se dude de que, en su apuesta por la unidad, León XIV tendrá en consideración al arzobispo de Valladolid), están dando unos días de júbilo casi incontenible a Omella, como es fácil suponer.

Dos meses de Papa y Prevost ha nombrado a tres obispos para España. Uno en mayo, otro en junio y otro en julio. A este ritmo, Omella, con los otros dos españoles que forman parte del Dicasterio, Cobo y Satué (y sin nuncio, pero esta sigue siendo la segunda evidencia) tiene tiempo de sobra en estos diez meses para seguir apuntalando el perfil del obispo que demandaba Francisco y, sí, encarnó Prevost.
Desatranco en la Nunciatura
La segunda evidencia ya está dicha. El desatranco en la Nunciatura resultó providencial para agilizar los nombramientos. Tienen razón esos mismos augures que colocan al antiguo inquilino en puestos de confianza cercanos a León XIV. Pero no en esto, no. Tienen razón en que la comisión asesora de obispos que le montó Bergoglio al nuncio filipino resultó un dolor de muelas… para esos obispos.
Dos meses y tres obispos. Está dicho, sí. Lo que no está dicho, pero es una tercera evidencia, es que esos tres obispos llevan el sello de Omella. Son tres ‘creaturas’ suyas. Los conoce, ha trabajado con ellos, y no se ha equivocado. De Daniel Palau, el nuevo obispo de Lleida, y al que Omella ha conocido en los últimos años, hablan muy bien en la Tarraconense, lo que no siempre ha sido fácil entre ellos. Y eso hay que ponerlo también en el haber del cardenal.

Pronto se cumplirá una década desde la llegada del anterior presidente del Episcopado a Barcelona. Le recibieron como españolista -como a Argüello en Vic- y torcían el gesto porque decían que chapurreaba el catalán. Aguantó el procés, sirvió de interlocutor con Madrid y cuando tocaba nombrar al primado catalán coló a Planellas, un mosén catalán y catalanista, pero de la vieja escuela, leído y reposado, que sólo se ha hecho notar cuando al actual presidente de la CEE se le descompensó la colegialidad y pidió elecciones por su cuenta y la de García Magán, que lo secundó a pies juntillas.

De Satué se ha repetido tanto que es un ‘cura’ de Omella que le han querido colocar como su sustituto en Barcelona, desconociendo la alergia que tiene el de Cretas a los incendios. ¡Por favor! Su sucesor está a salvo de miradas indiscretas, tanto como la buena labor que lleva ya haciendo desde hace un tiempo.
Y a Abilio Martínez Varea, en fin, vicario suyo en los tiempos de obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño, no le ha perdido la pista ni un instante, algo que es mutuo. Ahora este riojano llega a una diócesis que tuvo a un excelente obispo, turolense, como Omella, Antonio Algora, a quien el nuevo pastor de Ciudad Real sustituyó al frente de la cenicienta de los departamentos de la CEE, el de Pastoral Obrera, porque nadie lo quería. Y Martínez Varea, desde una diócesis despoblada y desindustrializada, no le hizo ascos. Puro servicio. En lo escondido.
Mientras tanto, Omella, en sus cuarteles de invierno, cuenta los meses sin dramatismos ni fijación con la cátedra. “Unos son más de Omella, otros son menos… No importa”, señalaba a modo de balance de sus casi cuatro años al frente de la Conferencia Episcopal Española en un acto público, donde, como cuota institucional, sólo figuraba García Magán. Lo cierto es que el cardenal está deseando irse. Pero seguro que lo que más gracia le hace en estos meses son las ganas que tienen los demás de que se vaya.

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