Antonio Roa Irisarri

Tengo a mucha honra haber sido compañero y amigo de Antonio Roa, durante mis largos años de estancia en Estella; y siento en el alma no haber podido cultivar más a fondo aquella amistad; la distancia geográfica suele ser causante de este fenómeno.
Antonio era persona buena a carta cabal desde sus tiempos de seminario. Menos de seis años fue su estancia en aquel lugar bendito, pero se grabó en su alma la formación recibida de tal manera que, a lo largo de su vida, ha aparecido siempre como hombre de fe, honor, laborioso y siempre a favor de la causa católica.



Antonio valía para todo. Su profesión, practicante; lo que hoy llamamos enfermero o ayudante técnico sanitario. Y era tan grande su prestigio, sobre todo después de haber ampliado estudios, que acudían a consultarle desde lugares muy remotos de distintas provincias.
A mí me llamó la atención de una manera especial la dedicación y afición en lo relativo a las cosas de Dios. Hasta su muerte fue director de la coral de la Virgen del Puy y de los Sesenta del Camino de Santiago. Fue gran impulsor de la ruta jacobea. Presidió la asociación de amigos del camino de Santiago durante seis años: del 96 al 99. En 1993 le dieron el galardón de estellés del año.

Gustaba tocar el órgano en la basílica mariana y en las monjas benedictinas. Con mucha frecuencia acudía a este convento a cantar las vísperas junto con la comunidad. Sabía disfrutar de las cosas de Dios, de quien siempre fue buen hijo y constante servidor.
La Virgen del Puy era su gran amor. En unión del capellán consiguió dar auge e impulso a la devoción mariana. La Virgen fue una de sus grandes pasiones cristianas. Dirigir el canto de auroras y el orfeón, un gozo mayúsculo para su alma, y una afición que nunca tuvo fin.
El señor Roa era amigo de todos. Te encontrabas junto a él siempre con confianza; te escuchaba y hablaba como si fueras la única persona del mundo. Ponía en todo su corazón. Además, era un hombre de un humor extraordinario y de una moralidad plena. Antonio era padre de seis hijas, a las que quiso mucho y por las que supo desvivirse junto con su esposa. Hubo tiempos difíciles en lo económico, pero nunca perdió el humor.
Recuerdo que un día – en una de sus confidencias – me decía: "Me confieso en los capuchinos. En una ocasión le pedí consejo a un fraile para poder luchar con mayor facilidad contra las tendencias naturales. Va, y me dice: "Duerme en una habitación distinta, y así te será más fácil". Yo me sonreí y le dije: "Pero ¡hay puertas!" Los dos nos echamos una carcajada y seguimos hablando con humor de todo lo humano.

Siempre estaba dispuesto a hacerte un favor, a acompañar a un enfermo, a ayudar en las cosas de la parroquia o del Puy. Acertó a llevar con total celo tanto lo profesional en el centro Fisios, situado en la Palacio de Luquin, como lo relativo a la ruta jacobea, y lo concerniente a la música religiosa, al santuario de la Virgen del Puy, la familia, la amistad y lo referente a su vida de piedad.
Es una persona – según mi propio juicio – a quien se puede considerar como verdadero santo seglar, aunque nadie aspire a subirlo a los altares de la beatificación; un santo sencillo, sin pretensiones, amigo de todos. Seguro que, si él lee esta línea desde el cielo, se echará a reír. Pero su buen nombre y grato recuerdo, su ejemplo de persona buena durará en Estella y en otros muchos lugares durante muchos años.
Falleció de forma repentina, a los 71 años, mientras ofrecía a Dios sus obras, en el propio domicilio de Estella. Era el 31 de enero del 2008.

José María Lorenzo Amelibia
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