Cuando comienzo la jornada, a veces suelo pensar qué sería de mí si hubiera nacido con alguna minusvalía rara como tartamudo, enano, o hubiera sido uno de esos niños grandes que se detuvieron en el desarrollo de su psicología en la misma infancia. Pronto desaparece de mí esa preocupación, porque me digo: “Me superaría”. ¡Como si fuera tan fácil dominar estas situaciones!
Se me ocurren ahora estas cosas porque acabo de ver un reportaje sobre “Niños grandes”. Viven en una residencia donde todos son iguales. Parecen jóvenes o adolescentes, pero en realidad casi ninguno supera la edad mental de un infante de tres años, a pesar de poseer un cuerpo adulto. Andrés tiene más de veinte años y un cerebro de dos. Julio, con treinta, juega al escondite. Existen en España varios centros de acogida para estos jóvenes o adultos. Se les enseña a lavarse los dientes, vestirse bien, caminar erguidos. No aprenden a hablar fuera de algunas palabras sueltas muy elementales. Con los más capaces organizan talleres de trabajo; algunas fábricas reciben su mercancía y abonan a los interesados su peculio.
¿Imaginas, amigo, qué supondría para ti haber nacido con poca estatura y sin perspectivas de crecer? ¿Ser enano? He conocido a algunos con esta peculiaridad. Uno en concreto me decía: “Cuando estaba en el colegio lo pasé mal los primeros cursos. Después mis compañeros fueron mis mejores amigos: me entendían, discutía con ellos, jugaba según mis posibilidades. Guardo unos recuerdos imborrables de aquellos años. Tenía aquel chico casi veinte y estudiaba en la Universidad. Su inteligencia, algo más que normal. Estoy seguro de que se va a abrir paso en la vida; gracias a su fuerza de voluntad y al apoyo de sus colegas.
No abundan mucho los tartamudos. Y por fortuna hoy en día hay métodos para sanar esta deficiencia. Sufren mucho. Me decían de uno que siendo adolescente, cuando llegaba a una tienda y había gente, se colocaba en el último lugar. No quería exponerse a la curiosidad y sonrisas maliciosas de sus convecinos. Se encontraba más tranquilo solo. Aquel muchacho tenía dificultad para acercarse a las chicas; creía que se reirían de él. ¿Cómo encontrar pareja con esta dificultad?
Conviene que nos asomemos al mundo de éstas y otras personas que sufren alguna deficiencia. Hemos de esforzarnos por mantener un corazón sensible ante el débil. Tratar a todos con cariño, y sobre todo con normalidad. La cultura y la religiosidad de una persona se muestra precisamente en la acogida y ayuda a los “distintos”. Me alegra cuando veo en colegios casos ejemplares de empatía con los compañeros frágiles. Aunque vivamos en tiempos de abundante gamberrismo, por fortuna cada vez se apoya más al débil. Eso también es evangélico.
José María Lorenzo Amelibia
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