Jesús en el sagrario ¿para quién?

Hoy resulta difícil visitar a Jesús en el Sagrario. Cuando acudimos a los pueblecitos en paseo reconfortante y las iglesias se encuentran cerradas, sentimos nostalgia de épocas pasadas. Caminamos por la ciudad y el fenómeno es parecido. Cuántos templos clausurados fuera de las horas de culto.
A las doce y cuarto de mediodía entraba no hace mucho tiempo en una iglesia. Diez minutos más tarde, el sacristán, provisto de enormes llaves me invitaba a salir, porque procedía a cerrar las puertas. “Aquí nadie viene después de las misas”, me dijo. Y yo pensaba: ¿Dónde comenzará el círculo vicioso? Son pocos los templos abiertos durante todo el día. Depende del sacerdote rector de la parroquia.



Me voy cansando de empujar portones de iglesias; resulta inútil. Es preciso visitar a Jesús desde el atrio espiritualmente.
Hace ya muchos años fui invitado a pernoctar en Madrid en el domicilio de los padres Blancos. Eran todavía tiempos preconciliares. Cené con aquellos amigos. Me acompañan después al dormitorio circunstancial, un moderno cuarto de estar. Me dice un padre: “Hoy vas a dormir en compañía de Jesús Sacramentado”. Acto seguido abre el armario. Dentro aparecía un digno Sagrario y en su interior la Eucaristía. “¿Cómo habéis conseguido permiso para reservar en casa al Señor?” Y me responde: “A nadie hemos pedido permiso. Pero somos sacerdotes y amamos a Jesús. Por eso habita en nuestra casa. Cuando alguien quiere orar, abre la puerta del armario... Quedé perplejo de momento. Después he pensado muchas veces en las palabras del amigo padre Blanco: “Aquí le amamos...”

En el Código de D.C. aparecen las personas que con derecho propio pueden reservar en su casa la Eucaristía: El Papa, los obispos, los reyes... Observo también que comunidades religiosas muy reducidas lo reservan en sus pisos. Se supone en el Código que todos estos pueden disfrutar de la presencia de Jesús porque le aman. No quiero pensar que se les conceda por su dignidad privilegiada, ya que en la oración litúrgica cuando piden a Dios por ellos mismos usan esta expresión “Yo indigno siervo tuyo”. Nadie es digno de que Cristo permanezca en su casa, ni de comulgar. “Señor, yo no soy digno”. La ley del amor es la suprema en que se encierran todas. Por amor le hemos visitado durante tantos años.
¡Cuántos miles de Sagrarios en el mundo ignorados por todos! ¡Cuántas iglesias cerradas! Nuestra campaña de abrir iglesias ha sido baldía. Cada vez se cierran más.
Sé de algún sacerdote que a algún feligrés de verdad amante de la Eucaristía, le ha permitido mantener en su casa el Santísimo, porque sabe que allí es amado, adorado, reverenciado Jesús. ¿Quién puede reprender a este sacerdote? ¿Quién podrá prohibir a quien así ama a Jesús mantener esta relación intima? Iglesias, sí, abiertas. Todos los de aquella familia le aman y forman una pequeña comunidad de fe y quieren comprometerse con Jesús. El uso de la epiqueya en este asunto me parece del todo oportuno. Pero si resulta imposible mantener las iglesias abiertas, al menos facilitar a las almas amantes de Jesús un sagrario en casa. Que si los obispos tienen su capilla, ¿por qué no las almas fieles al gran Amor? Atender más que a la ley estricta, al espíritu de la ley.


José María Lorenzo Amelibia
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