Ahora da la impresión de que los obispos vigilan más para que no nazcan herejías en la Iglesia. Es una obligación de ellos.
Durante el último tercio del siglo XX, por todas las partes se barruntaba la herejía, ante la perplejidad e inoperancia de la mayor parte de los obispos. Yo me preguntaba y comentaba con algunos compañeros: “Es de admirar el celo con que los obispos custodian al pueblo para que ningún sacerdote casado se cuele en las parroquias para celebrar la Eucaristía. En cambio les estaban metiendo goles en la propia portería, porque ignoraban o se hacían los ignorantes, ante una serie de teólogos recicladores que propugnaban ideas semi heréticas”. Porque eran pocos los que pronunciaban claras herejías, pero lo hacían sus seguidores.
Siempre ha habido en la Iglesia una tendencia por parte de ciertos teólogos hacia la herejía. En la edad media y moderna se pudo contener por a la inquisición. Fue una manera drástica y maquiavélica de eliminarla; consiguió su efecto a costa del terror infligido al Pueblo. Una salvajada.
Ahora sabemos que el hereje se elimina él mismo de la Iglesia, pero son pocos los que toman la determinación de marcharse de la grey; les gusta permanecer agazapados dentro; les falta honradez.
Es necesario que los obispos vigilen; no como inquisidores, sino como padres que guardan a sus hijos. Y que no tarden décadas en detectar los focos, como sucedía a finales del siglo XX, sino mucho más rápido, para que no cunda la herejía. Diálogo, advertencia, retractación y contundencia si no se retractan. Porque la mayor parte de los herejes taimados: ellos no pronuncian de manera clara la herejía, pero con facilidad quienes les escuchan la sacan como consecuencia.
Y hoy nos puede llegar otro problema: el de los obispos que por todas las partes ven herejías y sientan en el banquillo de la marginación a hombres beneméritos del saber, a sacerdotes del todo íntegros en su doctrina, que están profundizando en los dogmas católicos, admiten y defienden la verdad ortodoxa, y ponen la doctrina de la Iglesia más al alcance del hombre culto de hoy.
Necesitamos todos mucha humildad para no meternos a descifrar, sin contar con el Magisterio de la Iglesia, los misterios de Dios. ¡Por supuesto! Pero también es verdad que esperamos de nuestros obispos que no aparezcan como cuasi talibanes; que estén bien formados en Teología; que no se extralimiten en sus poderes. Es muy difícil el equilibrio.
No es lo mío denunciar a personas concretas. Pero sí mostrar tendencias y actitudes.
Que el Espíritu Santo en su día ilumine a los teólogos, alumbre también a los obispos.
José María Lorenzo Amelibia
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