En una excursión que hicimos el verano pasado, pude conocer a una monja muy singular. Mi amigo quería visitarla y me pidió le acompañara. Una señora del pueblo nos indicó el sitio y nos decía:
- Sor Antonia es en este lugar algo imprescindible. Todos la conocemos y la queremos. Se dedica a curar los pies a los ancianos y visitar enfermos de la zona. Siempre está dispuesta; además la vemos alegre en todo momento. A mi marido le hacía hasta tres visitas al día en su última enfermedad. Y así se comporta con todos los vecinos del pueblo.
Casi me daba apuro ir a saludar a una persona con tanta actividad, pero ya habíamos anunciado nuestra visita y nos aguardaba. Pensaba yo encontrarme con una religiosa joven, pero mi sorpresa fue grande cuando nos dijo que ya tenía setenta y cinco años; la edad en la que casi todos están más para ser cuidados. Sor Antonia derrocha simpatía; es alegre y sencilla. Inspira confianza y veneración, como la mayor parte de las almas humildes que viven para Dios y para los hermanos.
- Sí; les han informado bien. Me gusta curar los pies de los ancianos. Además me parece que hago como Jesús cuando lavó los pies a sus discípulos. ¿Puede haber mayor honor que hacer lo que practicó nuestro Maestro?
Sor Antonia nos enseñó después la iglesia, que parecía una catedral. A pesar de las grandes proporciones del templo, estaba todo él limpio y encerado; como un espejo.
- He conseguido animar a sesenta señoras del pueblo, y hemos organizado cinco turnos de limpieza. Lo hemos tomado con ilusión. Además esta iglesia está abierta la mayor parte del día. El sacerdote visita al Señor varias veces a lo largo de la jornada; yo siempre que paso por aquí, entro. Y las señoras de alrededor vigilan el templo. Muy difícil que nadie entre a hacer una gamberrada.
Sor Antonia vive una jubilación feliz. En lugar de buscar ayuda para sus problemas, los ignora o los deja aparcados para un buen momento. Ella vive para los demás. Eso sí; nos dice con énfasis:
- No tengo tiempo para ver la televisión. De 10,30 a 11,30 me lo paso muy a gusto con Jesús en nuestra capilla. ¡Es mi gran tiempo libre!
Ha sabido nuestra monja divertirse: estar con el Señor en el Sagrario es su fuerza, su gozo, su mejor entretenimiento para sentirse del todo bien consigo misma y poder ayudar con alegría a sus ancianos. Para mí ha sido una gracia actual hablar con ella. Me ha quitado el miedo a ser viejo, porque también los ancianos podemos hacer cosas muy buenas y ser felices. Aunque seguir el ritmo de Sor Antonia es difícil.
José María Lorenzo Amelibia
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