Algo sobre el suicido de Ramón Sampedro

 Enfermos y Debilidad

Algo sobre el suicido de Ramón Sampedro

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Nada de suicidios... calma monástica

            Todos conocen el trágico suicidio de Ramón Sampedro, pero muchos ignoran el caso de la mujer que le escribía cartas para disuadirle de que cometiera aquel acto contra la ley de Dios. Se llama Olga Bejano y también es tetrapléjica como Ramón, aunque su estado es aún más duro.

Olga recibe las visitas, sentada en una silla de ruedas, de espaldas a la ventana. Permanece siempre conectada a un respirador que llena de aire sus pulmones. Su enfermera le levanta el párpado del ojo derecho, para que pueda ver al visitante. Ha perdido la movilidad de todo el cuerpo. Para comunicarse Olga escribe de una manera muy curiosa, merced a un abecedario que solo su enfermera sabe descifrar; aprieta levemente con dos dedos de su mano derecha un rotulador especial, y traza unos signos ininteligibles para nosotros.

             A los trece años operaron a Olga de apendicitis y desde entonces, a causa de problemas de la anestesia, comenzó su calvario. Ahora tiene cuarenta y cuatro. Y escribe de sí misma con esos signos especiales: “Estoy paralizada de la cabeza a los pies; apenas veo; no puedo hablar. Me alimento y respiro de manera artificial. Padezco una enfermedad degenerativa, producida al parecer por un componente del curare que se utilizaba en la anestesia de los años setenta”.

             Pero Olga desea seguir viviendo hasta que Dios quiera. Es profundamente religiosa y sabe que el único dueño de nuestra existencia terrena es Dios; que a nadie le está permitido procurarse la muerte. Y a la vez comprueba que su vida produce frutos: “La gente – dice – me da la respuesta todos los días con sus llamadas, cartas y visitas”. Incluso ha escrito nuestra heroína dos libros de su propia experiencia: “Voz de papel” y “Alma de color salmón”. Sus amigos tienen una página web http://groups.msn.com/colorsalmon

            Un día la visitó un sacerdote que conocía a Sampedro y le aconsejó que le escribiera para ver si con su testimonio podía hacerle recapacitar. Olga le dio razones: “Llevo quince años de arresto domiciliario y con dolores crónicos… También tengo a veces ganas de irme de este mundo y te comprendo…” Y en sucesivas cartas le fue explicando el secreto de querer seguir con vida: su fe, su conciencia moral; Dios es el dueño de nuestra permanencia en este mundo. Le dio mil razones, pero nada consiguió.

             El Señor nos da paz si creemos y esperamos en Él. Nos ayuda en los momentos más duros de nuestra vida. Esa es también mi experiencia en los largos meses que yo también he pasado paralizado en la clínica. ¡Qué grande es la fe! Es un don de Dios que a nadie niega, pero hemos de conservarlo con más cuidado que la niña de nuestros ojos.

José María Lorenzo Amelibia 

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