La importancia “de los hábitos”

Hace unos días en los comentarios de un blog se me preguntaba qué pensaba del velo de las monjas y del uso del hábito. Al nos responder –estaba fuera- al correo personal me han enviado unos cuantos mensajes pidiéndome manifestara qué pienso del tema. Voy a intentarlo.

Dicen que “el hábito no hace al monje” y es verdad. Siempre he dicho que antes de llevar el hábito, se han de crear buenos hábitos; hábitos que expresen lo que vive quien lo lleva. Y lo he dicho repetidas veces a aquellos que al ingresar a un seminario o a una Orden religiosa parece que “viven” por llevar el hábito o alzacuello.

Son “hábitos de vida” –no los trapos, ni las púrpuras- los que dan contenido al compromiso que libremente asumimos con Dios y con la gente.

El hábito, y “los hábitos” son una manera de recordar la misión a la que nos hemos consagrado o “para quien trabajamos”.

Dicho esto creo que hay que considerar la situación en la que se encuentra cada religioso y la oportunidad o no de utilizarlo. No es esencial, como lo son los votos o el compromiso con el evangelio: a eso no podemos renunciar. Se tiene que ver el ambiente en el que se mueven, y sobre todo si son un signo “significativo” allí donde son enviados. En esto, como en todo hay que ser muy respetuosos.

Los miembros de las comunidades contemplativas y/o monásticas y muchas de las órdenes mendicantes, tenemos la costumbre de utilizar el hábito siempre, y otros siempre que están en el convento o monasterio, como una manera de recordarnos, y recordar, sin hablar, sin pronunciar, que queremos estar revestirnos de la sencillez y austeridad de la que nos habla el evangelio y que asumimos al profesar la pobreza.

Personalmente lo uso como un medio más de austeridad y pobreza, con un par o tres de hábitos me despreocupo por diez años de “comprar ropa” –ahora que la tela es de peor calidad, duran menos- y de pensar cada día: ¡y ahora qué me pongo!

Digo de paso, para que me oigan también los que son tan críticos a “los hábitos”, pero que sin embargo no dicen nada de los que van con los pelos pintados, los piercings en lugares más insospechados, o tatuajes que son un auténtico “sello” de por vida. Pareciera que hoy podemos ser libres para ir como nos da la gana y tolerantes con cualquier moda, ¡menos con los que llevamos hábitos!

Creo que es muy importante no utilizar el hábito como bandera de nada; y mucho menos como parámetro para medir la fidelidad o la calidad de una vida consagrda: eso no es válido

En una ocasión entrevisté a un político –no digo quien para evitar “ataques infundados”- que respondió a toda mis preguntas, -incluso algunas de temas de los que se negaba a hablar habitualmente con la prensa- porque estaba sorprendido de que se las formulara. Acto seguido, en una conferencia confesó que se esperaba una entrevista para decir cuatro cosas para quedar bien pero que lo descoloqué, y dijo: “- Tengo la impresión que Sor Lucía utiliza el hábito como un factor de desorientación”. ¡Reímos mucho! ¡Claro se piensan que como voy con un hábito “medieval” mi pensamiento lo es, y de eso ¡nada de nada! No lo uso como factor de nada, simplemente me siento cómoda y punto.

He de decir además que cuando vemos a un hombre con bata blanca y un fonendo, pensamos que es médico; y si vemos otro vestido de verde con botas y a lo mejor un arma, que es militar. Y si vemos a una mujer vestida de blanco, con un velo ¿por qué no pensar que quiere ser signo de la paz, y que no se avergüenza del evangelio y de su compromiso con él? ¡Los que no llevan hábito también tienen este compromiso, pero cada uno tiene sus motivaciones, razones y maneras de expresar lo que es, vive y siente.

Lo realmente importante “son los hábitos” que surgen de nuestro compromiso; aquellos que son expresión de lo que vivimos en la fe.

Todos sabemos que hay hábitos, mitras, cruces y sotanas, que se convierten en un antisigno de lo que se pretendía significasen, y al no tener una vida que les respalde, o al no expresar la sencillez del evangelio –como una gran capa magna- ya no expresan nada. Pero es lo que hay y lo que tiene la condición humana y la calidad y opciones de las personas.

No olvidemos que “en la viña del Señor hay de todo”, ¡también cosas buenas, muy buenas y excelentes! –lleven o no lleven hábito, lleven capa pluvial o capa magna, que tampoco son excluyentes del Reino, aunque no hagan demasiada memoria de él.

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