De moros y cristianos

No puedo dejar de manifestar mi indignación ante el racismo que cada día nos encontramos, y que me hace temer que cuando reaccionemos, sea demasiado tarde, porque habremos recogido lo que poco a poco y a fuerza de intolerancia hemos ido cultivando.

Esta tarde estaba en un hospital y me dijeron la hija de un amigo magrebí de 4 años había ingresado con una jaqueca muy fuerte y vómitos. Llevaba unos días mal, y a pesar de haber ido por urgencias la semana pasada, la niña no mejoraba. Su padre fue uno de los precursores del diálogo interreligioso en Manresa y un artesano de la paz: Buena gente de verdad.

Entré en la habitación, la ví muy apagadita y sin abrir los ojos. Pregunté a su padre qué decían los médicos y me dijo: “- Lucía, nadie me dice nada”. Fui al control, y mientras me acercaba oía una conversación a voz en grito de las enfermeras que decían: “Esta noche tenemos noche de moros” –ya que en el pasillo había alguna otra familia marroquí-.

Ni lenta ni perezosa me acerqué y dije: “- No, tenéis noche de “moros y cristianos”, porque ahora yo, que soy cristiana, quiero saber qué tiene Fátima. Supongo que se veía mi rabia e impotencia por el tono jocoso que tenían. Me dijeron que a mi no me darían explicaciones, y en presencia de ellas llamé por el móvil al superior. Minutos más tarde tenía en la habitación de Fátima unos cuántos profesionales que intentaban ganarse a Fátima y se deshacían en explicaciones. No sé si por mi actitud, o porque vieron que soy amiga del “jefe”.

Lo cierto es que el papá de Fátima tiene otros tres hijos, incluida una beba de dos meses. Su madre estaba con la pequeña, el niño de ocho años haciendo la cena y la niña de trece, cuidando a su hermanita en el hospital, porque entre otras cosas él -mañana que es fiesta- tiene que trabajar porque la casa se les está cayendo, viven en dos habitaciones, y tiene que dar de comer a una familia.

La historia de Fátima, es la historia de miles de personas que han huído de sus países buscando un futuro para sus hijos, y ellos, que no tuvieron la culpa de nacer donde nacieron –si es que en eso hay culpa- se ven, además de tener que asumir el drama del desarraigo, abatidos por estar dentro del mismo saco que sus paisanos, porque más que personas, a veces, acaban siendo “los moros”.

Faltaría a la verdad si dijera que eso lo he visto de forma habitual en el Hospital –he visto detalles increíbles y positivos-, y también si negara que “los que vienen de fuera” siempre son todo lo correcto que deberían… Pero, es que ni los del País, los de casa, lo son: todos tenemos días buenos y días malos, pero ellos con el agravante de que llevan a sus espaldas el fracaso y el dolor de haber tenido que emigrar porque entre los suyos no tenían futuro para vivir con dignidad. Eso también, un día y otro quema, y la rabia y la impotencia salen por alguna parte.

Si entre todos nos acogemos y ayudamos, juntos asumiremos los pesos que llevamos a nuestras espaldas, y seguro nuestras cargas serán más ligeras.

Abogo por la convivencia y el respeto, que demos un paso más allá de la tolerancia, y que entre todos construyamos la fraternidad y la paz, la llamada por Pablo VI “civilización del amor”.

www.dominicos.org/manresa
Volver arriba