Carta abierta a mis hermanas y hermanos católicos

Carta abierta a mis hermanas y hermanos católicos
¿Por qué un católico no debería votar por el PRI?
En marzo de 1980, Óscar Romero, “San Romero de América”, fue asesinado por paramilitares por ser molesto y hostil al régimen violento de El Salvador. Su muerte, a pesar del tiempo, es motivo de esperanza y signo de contradicción ante los poderosos empecinados en denigrar y maltratar las dignidad de la personas, de los más vulnerables y de los pobres.
La Verdad en el testimonio de San Romero de América radicó siempre en la causa del Evangelio. Al momento de su martirio, la situación política se ubicó en un escenario similar al contemporáneo. Desde su elección como arzobispo de San Salvador, la violencia se recrudecía en el país y la oligarquía mantenía su poder. En su Cuarta Carta Pastoral del 6 de agosto de 1979, el obispo mártir, a la luz de los documentos conclusivos de la CELAM de Puebla, expuso las causas de la desgracia de su pueblo: materialismo individualista, consumismo, manipulación y soborno de los medios de comunicación, corrupción de las instituciones, prostitución de la justicia, atropellos a la libertad, impunidad de crímenes horrorosos, indiferencia, ineficacia de la justicia, manoseo de los procesos electorales democráticos, propaganda e imposiciones políticas, maniobras represoras de los empresarios sobre los derechos de los trabajadores, sustracción y malversación de fondos públicos, trata de personas y la práctica de formas modernas de chantaje como los secuestros y las amenazas de organizaciones clandestinas “a veces de sospechosa complicidad oficial” (Núms. 18-21).
Tales pecados subyacen en la situación actual de nuestro país en medio de este proceso electoral necesitado de un examen sereno y radicado en la verdad iluminada por la doctrina social cristiana y el Evangelio mismo. Mi opinión como bautizado obedece, en conciencia, a ver una realidad compleja y descompuesta y que no es, necesariamente, la de los jerarcas y pastores, de por sí atados por una legislación decimonónica y laicista censora de sus opiniones políticas. De hecho, el título de esta carta estará vetado de cualquier sitio católico oficial puesto que tendría sanciones severas, sobre todo promovidas por el PRI represor y manipulador de la buena voluntad de los mexicanos que han visto en su candidato un motivo de esperanza después de los 12 años que parecen desperdiciados por la alternancia.
Mi examen se realiza, en primer término, por el pasado criminal del PRI que no se ha ido. Enquistado aún en los niveles de gobierno, sus esbirros reprimen, roban y benefician a costa de los más pobres. Durante estos doce años fuera de la presidencia, los notables del Partido Revolucionario Institucional empoderaron sus feudos por el uso indecente de recursos públicos en sus Estados para amarrar sus negocios y transas con poderes fácticos y violentos. Todos lo saben, no se necesitan pruebas contundentes, su candidato se gestó gracias a los movimientos de ese ajedrez trabado entre los grupos de poder, dueños del capital y de los gobernantes impunes a pesar de las sentencias de los Poderes de la Unión, señalándolos como violadores de los Derechos Humanos.
Es falaz, mentiroso y ruin decir que el PRI de hoy es nuevo y diferente al de sus antecesores que ahora, juzgados por Dios, pagan el precio de sus crímenes contra el pueblo de México; otros viven aún, soportando la senilidad o el remordimiento de sus conciencias al haberse parado sobre muertos y recursos enriquecedores de sus familias y dinastías, aniquilando y cancelando el futuro de millones de jóvenes y niños quienes ni siquiera tienen qué comer y vestir.
El pasado del PRI pesa hoy en la complicidad y protección de sus exgobernadores que se han burlado de los electores. Corruptores de la niñez y de la juventud, socavaron los derechos más sagrados de los mexicanos, aliándose a empresarios y dueños de fortunas generadas por la explotación y la denigración de los trabajadores. Se pasean por los barrios más exclusivos del mundo gracias a sus raterías y cargando sobre sus hombros la vida de seres humanos denunciantes de sus tropelías y mezquindades. Tales políticos son representantes de la injusticia, como diría el obispo mártir de América, devastadora y humillante que ha provocado mortalidad infantil, falta de vivienda, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo desnutrición, inestabilidad laboral… (Cuarta Carta Pastoral. No. 13).
No pretendo hacer un análisis exhaustivo del pasado del PRI, pero recordemos algunos aspectos de su presencia nefasta en la vida de este país. En el régimen presidencialista, el priísmo mantuvo la lealtad de los monopolios, como televisa, cuyos propietarios se autonombraron leales soldados del sistema. El mítico milagro mexicano se acabó cuando el peso supervaluado sucumbió por tendencias inflacionarias que incapacitaron a México para competir con el extranjero. Las crisis sucesivas generaron subempleo y desempleo, migración a Estados Unidos y pobreza apenas maquilladas por el boom petrolero. En 1982 inició una de las peores crisis provocada por los errores y una confianza desmedida en las exportaciones, en los precios del petróleo y la sobrevaloración de la moneda en la política económica de quien juró defender el peso “como un perro”.
En lo político, las sucesiones presidenciales iban delineadas por la voluntad del hombre en el poder aglutinando sectores sociales cuyas bases apoyaron al favorecido por el presidente en turno. La oposición política no tenía un peso definitivo que pudiera eclipsar el poder del PRI y desde Adolfo López Mateos se consolidó la mano dura como en la extinción de la huelga de los trabajadores de los Ferrocarriles Nacionales de México de 1959.
Al final de la década de los cincuenta, se afianzó la autoridad presidencial al ordenar la remoción de gobernadores o la eliminación de enemigos políticos; sin embargo, la estructura monolítica del PRI pareció cimbrarse ante los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, lo que representó un replanteamiento de la opinión pública sobre la naturaleza del sistema. Intelectuales, académicos, periodistas, artistas y escritores iniciaron un proceso sobre su relación con el régimen generando una ruptura para denunciar la represión, destacando el papel de las universidades. El movimiento intelectual dio lugar al periodismo opositor que abrió espacios de libertad y veracidad perseguidos por el partido.
Después del régimen lopezportillista, el sistema enarboló la bandera de la tecnocracia y el liberalismo. La galopante inflación, la carencia de subsidios y el escaso poder adquisitivo hicieron que el sistema se enfrentara a los sectores a los que había aglutinado para legitimarse. Las clases más golpeadas, obreros y campesinos, sufrieron un empobrecimiento rayando en el escándalo. La época salinista se deshizo de los sectores estratégicos reconocidos así por la Constitución al vender empresas estatales, como teléfonos de México e IMEVISION, en nuestros días las minas de oro de los hombres más poderosos de México.
La tecnocracia y liberalismo suprimieron del texto social de la Constitución de 1917 la naturaleza jurídica de la propiedad agrícola desprotegiendo al campo mexicano, además de trabar negociaciones con Estados Unidos y Canadá que llevarían a la eventual apertura de los insumos agrícolas protegidos por subsidios gubernamentales, cosa que en el campo mexicano ni siquiera tiene comparación; por otro lado, la infraestructura ferroviaria dejó de ser sector estratégico desmantelando Ferrocarriles Nacionales de México. La principal vía de comunicación, el ferrocarril, con la cual México vio el nacimiento del siglo XX, a inicios del XXI, estaba acabada y en ruinas gracias al Partido Revolucionario Institucional. Desde luego, no podría dejarse a un lado el error de diciembre de 1994, empobrecedor de miles de mexicanos quienes, de la noche a la mañana, perdieron todo su patrimonio.
El PRI fue una bestia herida en el 2000 que se negó a morir. Su ataúd estaba vacío cuando miles de ciudadanos lo alzaron frente al monumento a la Independencia. Se arrastró al rincón para lamer la herida, tomar las fuerzas necesarias y regresar vorazmente, cobrando venganza y exhibir una cara indecente y cínica al decir que ellos sí saben cómo gobernar este país.
Hermanas y hermanos católicos,
Mi punto de vista podrá ser discutible y muchos podrán ignorarlo; sin embargo, apelo a la conciencia para actuar conforme al Evangelio como factor incómodo que llevó a nuestro Maestro al grado extremo de entregar su vida en la Cruz. Como Él, muchos mexicanos y latinoamericanos ofrendaron su existencia como culto agradable a Dios al exhibir la indecencia de quienes se han valido de la vida de miles de seres humanos para encumbrarse, cometiendo pecados gravísimos a los ojos de Dios.
Nuestro proceso electoral se ha deteriorado porque el nuevo PRI y su candidato siguen echando mano de esas antiguas prácticas que niegan cínicamente: acarreos, engaños, manipulación de la pobreza, uso indebido de recursos públicos, sesgos informativos, medios de comunicación parciales, nepotismo, represión, amenazas, impunidad. El PRI no vuelve por otros 70 años, regresa por 140 más. No dudo en afirmar, como ciudadano y creyente, que todos los cristianos católicos debemos aceptar un compromiso evangélico para hacer oír nuestra voz, denunciando y condenando estas situaciones, más aún cuando candidatos, gobernantes, responsables electorales y partidistas se dicen devotos cristianos y fieles católicos.
A nadie le interesa mi opción partidista. Mi reflexión no pretende inclinar la balanza por un candidato azul o amarillo. Mi invitación es, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, a analizar este proceso electoral y considerar las posibilidades que se ciernen sobre nosotros y nuestro futuro. Ningún católico, como manifiesta el magisterio, debería permanecer pasivo y ajeno a esto. A pesar de las desilusiones y la desconfianza en todas las instituciones políticas mexicanas, no sería lícito justificar que este deterioro político abre la oportunidad a quienes han causado males gravísimos. El deber de la Iglesia, de la cual somos parte, es denunciar ese reino del pecado y de abusos sociales cometidos por el antiguo régimen inicuo impelidos por una responsabilidad ciudadana y de fe negando el voto a quienes sumieron a México en este estado de cosas.
Todos los bautizados en la fe católica, como enseñan los obispos, debemos estar dispuestos a la conversión para levantar una Iglesia profética que sea para México Sacramento Universal de Salvación. (Constitución Lumen Gentium, 48)
Que los 25 santos mártires de Cristo Rey y el siervo de Dios Óscar Romero intercedan por todos nosotros.
Su hermano,
Guillermo Gazanini Espinoza
Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México
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17 de mayo de 2012.
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