En mi sesenta cumpleaños

-Reflexiones y conclusiones al hilo del tiempo

Muy pronto, este 29 de enero, cumplo sesenta años. Es un cambio de década y soy consciente de que se me acaba el tiempo. La esperanza de vida en España para un hombre es de 80 años.  Pero he llegado hasta aquí y,  mientras Dios quiera, sigo sumando que es lo más hermoso. No penséis que estoy de despedida. ¡No,  no! A pesar de haber pasado  por momentos muy críticos vivo un momento de gran creatividad y felicidad. Hago lo que deseo hacer: escribir y acompañar a mi madre, viuda y mayor. Me encuentro bastante bien de salud, con algunas limitaciones,  y con muchos proyectos por delante. He tenido que renunciar a algunos proyectos muy valiosos pero he escogido otros no menos interesantes. Espero haber heredado los genes de  mi abuela materna que vivió casi cien años aunque mis abuelos paternos se acercaron también  a los noventa. En realidad no deseo vivir tantos años sino vivirlos en plenitud de facultades y con salud suficiente para saber que estoy vivo y que puedo hacer algo todavía por mí  y por los demás. No deseo ser una carga para nadie. Sí tengo claro que no quiero vivir cerca de gente tóxica, envidiosa y amargada, porque eso sí  hace que la vida no sea grata ni serena ni placentera. Vivir significa vivir y no malvivir. Por suerte mi madre es el ser más angelical y lleno de fe que he conocido. Me da ejemplo de oración todos los días. La vocación del ser humano y el deseo de Dios es que seamos felices, ni más ni menos.

Siempre que llegamos a  esta edad solemos mirar atrás, es inevitable. ¿Y qué veo?

Hace ahora veinte años, parece ya una eternidad, vivía una de las experiencias más fuertes que han marcado mi vida. Era elegido por los superiores mayores de consagrados de España, presidente de CONFER. Una de las experiencias más difíciles y gozosas, a la vez. Fue una gracia servir a los consagrados en esa misión.

Veo que Dios no ha dejado de acompañar cada uno de mis pasos, unos acertados y otros no, aunque yo no lo haya notado  en su momento. Siempre, incluso en noches muy oscuras, me ha acompañado el don precioso de la fe. Sin ella no hubiera podido hacer realidad mis mejores sueños. He vivido la gracia de ser consagrado  mercedario y sacerdote sin dejar de ser pecador. A ello le he dedicado el 90 por ciento de mi vida. ¡Toda una vida!

Y ahora, a mis sesenta años, con la experiencia que eso supone, he aprendido algunas cosas que quiero compartir:

1.- Que amo a Dios y quiero seguir amándolo hasta el final.

2.- Que me duelen mi congregación y mi iglesia por el mismo motivo. Hay una gran distancia entre el horizonte que ansiamos y la realidad que pisamos.

3.- Que me he perdonado mis muchos fallos y pecados y confío en que Dios también lo haga.

4.- Que no todo da igual. Lo bueno es bueno y lo malo es horroroso. He saboreado lo uno y lo otro. No creo en el “buenismo” absurdo que todo lo justifica.

5.- Que agradezco estar desbordado de amigos por medio mundo, amigos generosos, de “pata negra”. Y siento que no puedo corresponder a todos, precisamente, por ser tantos. Me sorprendo a diario de las personas que acompañan mi vida.

6.- Que sé reírme de mí mismo y eso me ha evitado algunas crisis y depresiones. Sé que debo cuidarme pero no obsesionarme.

7.- Que debo cuidarme del espiritualismo vacío y puramente formal y mucho más del asqueroso clericalismo que tanto mal hace a la iglesia.

8.- Que no debo renunciar al silencio y a la soledad como escenario de mis mejores conquistas.

9.- Que agradezco a Dios el carisma de poder escribir.  Es para mí un desahogo y un  camino de evangelización, ahora  que mi lengua es torpe –cada día menos-y  no me deja hablar y comunicar como siempre lo he hecho. Ya he publicado 24 libros y he acabado en estos días  el número 25.  Cosas de Dios.

10.- Que sé muy bien a dónde me dirijo porque he leído muchas veces el salmo 23 y me produce una inmensa paz.

11.- Que a mi edad me siento más libre que nunca y no tengo que rendir cuentas a nadie que no sea a Dios. Y puedo decir lo que pienso sin rubor y sin miedo alguno. Y lo hago.

12.- Que mis neuronas, a pesar de haber sido removidas, hace ahora nueve años, siguen funcionando con normalidad y creatividad y me permiten disfrutar mucho de un paseo por los hermosos senderos de mi pueblo, de un hermoso atardecer, de una música relajante de calidad o de una buena lectura. Estoy, eso sí, en guerra con los ruidos que aturden e impiden pensar.

13.- Que cada día soporto menos a los tiranos de lejos y de cerca, los mentirosos que nos gobiernan y los trepas incoherentes que dicen una cosa y actúan y viven de manera contraria, lo mismo en la sociedad  que en la iglesia. Vivimos en un país maravilloso y la iglesia es una institución única y divina, y  no hay derecho a que esa gente nos las ensucie de esta manera por intereses personales e ideológicos. Me rebelo. He tenido la suerte  de viajar mucho por el mundo y desde fuera esto lo he visto aun con mayor claridad. Y me da igual lo que piensen de lo que pienso.

14.- Que he disfrutado de una vida muy intensa, pero es la vida que Dios ha querido para mí y, con sus luces y sus sombras, me siento feliz de haberla vivo; es la que Dios tenía preparada para mí y lo agradezco con toda el alma.

15.- Que solo de dos cosas me arrepiento: de haber hecho daño a alguien, aún sin pretenderlo, y de no haber hecho más por ayudar a los que pasan por situaciones de pobreza, miseria y dolor. Es lo único que no me perdono.

16.- Que he conocido muchas propuestas de todo tipo y muchas ideologías y ofertas  que han querido llevarme a  su terreno pero solo una persona me ha convencido y me ha cautivado el corazón: Jesucristo, el pobre pescador de Nazaret y su Evangelio de liberación para la humanidad.

 17.- Que me entristece y me impacta mucho que estemos perdiendo humanidad. Violencia por doquier contra las personas e incluso contra los indefensos animales. Una violencia gratuita e innecesaria. Reivindico el derecho de ser, simplemente, humano.

18.- Que en nuestra mentalidad actual envejecer es una desgracia, pero para mí es un auténtico privilegio. Digo con  Pablo Neruda, el poeta: “Confieso que he vivido”. Y gracias a todos, gracias.

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