#pascuafeminista2025 El Espíritu no espera cónclave: lo que Hildegarda susurraría al alba del cónclave

El Espíritu no espera cónclave: lo que Hildegarda susurraría al alba del cónclave
El Espíritu no espera cónclave: lo que Hildegarda susurraría al alba del cónclave

Tras la muerte del Papa Francisco, la Iglesia Católica entra una vez más en tiempo de espera, discernimiento y transición. Mientras el mundo observa hacia Roma, muchas miradas también se vuelven hacia el Espíritu que sopla más allá de los muros vaticanos.

Este texto nace como una meditación imaginativa desde la figura de Santa Hildegarda de Bingen —mística, profetisa, médica, teóloga, compositora y consejera de Papas— quien en su tiempo desafió las rigideces de la jerarquía eclesial con visiones ardientes de justicia, creatividad y sabiduría divina. Hildegarda denunció la corrupción del clero, defendió el canto como vía espiritual, y escribió con fuego sobre la necesidad de una Iglesia viva, conectada con la creación, y en profunda escucha del alma femenina.

Hoy, al alba de un nuevo cónclave, podríamos preguntarnos: ¿Qué susurraría Hildegarda si escucháramos su voz en este momento? Este poema intenta recoger ese susurro encendido.

El Espíritu no espera cónclave

No esperen al nuevo Papa como si el Reino viniera con él. El Espíritu no habita solo en el palacio romano. Sopla en las grietas, en las cocinas donde se reza en silencio, en los pies que caminan sin papeles, en las mujeres que enseñan sin púlpito.

He visto en mi espíritu una Iglesia que se volvía rígida, como un árbol viejo que se resiste a la primavera. Su corteza era doctrina sin compasión, y sus ramas, palabras secas sin fruto.

Pero también he visto la savia: esa fuerza verde que sube desde lo hondo cuando nadie la ve. La savia es justicia, es canto, es cuerpo que no se avergüenza de sentir a Dios.

A ustedes, mujeres de fe, parteras del sentido, en medio de los sin sentidos, les digo:

no esperen la renovación desde arriba. Háganla germinar donde pisan. Que su voz no se apague. Que su canto no pida permiso.

Porque el Verbo ya fue sembrado en ustedes como semilla que escucha la luz.

Y al que venga, al que elijan como sucesor de Pedro, oren por él. Pero recuérdenle, con firme ternura, que la Iglesia es una sinfonía, no un solo instrumento.

Que no hay santidad sin justicia. Ni profecía sin escuchar a las mujeres. Ni Iglesia sin la savia del Espíritu que danza donde quiere y no necesita cónclave para hacerse presente.

Contexto de la reflexión

Mientras preparaba un retiro espiritual para mujeres, me senté a escribir este texto como un ejercicio de escucha interior. No surgió desde la urgencia de decir algo, sino desde el deseo de abrir un espacio de resonancia profunda, inspirado por dos fuentes que se entrelazaron en mi corazón: el legado indomable de Santa Hildegarda de Bingen y la inquietud compartida por muchas de nosotras ante la elección de un nuevo Papa.

No lo escribí para anticipar respuestas, sino para invocar preguntas más hondas. Preguntas que brotan del alma de las mujeres que han caminado con la Iglesia, sirviendo en el silencio, soñando en voz baja: ¿Qué Iglesia soñamos las mujeres que hemos servido en el silencio?¿Dónde está el Espíritu cuando el mundo mira hacia Roma?¿Y qué pasaría si escucháramos a nuestras profetisas?

Esta reflexión no pretende representar literalmente a Hildegarda. No es una reconstrucción histórica ni una ficción piadosa. Es más bien un susurro desde su fuego místico, una evocación de su espíritu visionario, una chispa encendida en medio de este tiempo de espera.

Es, en parte, una plegaria. En parte, una advertencia. Y, sobre todo, un recordatorio de que la savia de la Iglesia no fluye solo desde lo alto, sino también desde lo profundo.

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