Francisco reza para que se sanen las "llagas" del último ataque en Londres El Papa, en Pentecostés: "El perdón da esperanza. Sin perdón no se construye la Iglesia"

(Cameron Doody).- Preciosa meditación del Papa Francisco sobre el perdón en la Misa de Pentecostés esta mañana en la Plaza de San Pedro. Perdón que es fruto del corazón nuevo que recibe el pueblo nuevo de Dios por obra del don del Espíritu Santo, ha afirmado el pontífice. Que es garante, también, de la verdadera "unidad en la diferencia" -no la diversidad no reconciliada o la uniformidad sin más- que ha de vivir la Iglesia, cuyo "cumpleaños" se celebra hoy.

Una monja de lengua española se encarga de la primera lectura de la Misa, de los Hechos, 2,1-11. "Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse". Un niño corista con gafas de sol lidera el salmo, 103, cuya antífona es "Envía tu Espíritu, Señor, a renovar la tierra".

Una mujer joven, con mantilla, empieza la segunda lectura. "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común", reza el texto de 1 Corintios. Al final de la lectura se da lugar a las estrofas de la secuencia de hoy, la Veni Sancte Spiritus. "Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos".

Y ahora el centro de la Liturgia de la Palabra, el Evangelio del día: Juan 20,19-23. Una música celestial acompaña al diácono al atril: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". De la perícopa de hoy, así pues: "... sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'".

El Papa empieza su sermón enseguida recordando que hoy se cierra el ciclo de Pascua, el tiempo en el que el Espíritu Santo está con la Iglesia de forma especial.

El Espíritu es, en efecto, "el Don pascual por excelencia", afirma Francisco: "es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas". Cosas nuevas como el pueblo nuevo en el que se convierten los cristianos reunidos en el primer Pentecostés. "A cada uno el Espíritu da un don y a todos reúne en unidad", observa el pontífice. "El mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal".

Pero la unidad por la que es responsable el Espíritu no es una unidad cualquier, matiza el Papa: "la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia". Y esta "unida verdadera", advierte Francisco, no se alcanza buscando ni la diversidad sin unidad ni la unidad sin diversidad: ambos dones han de encajarse el uno en el otro sin ningún resto.

La "unidad en la diferencia" que es la misión de la Iglesia no es la de "bandos y partidos", sigue advirtiendo Francisco, ni la de "planteamientos excluyentes" o "particularismos". Sus defensores no son los "guardianes inflexibles del pasado" ni tampoco los "vanguardistas del futuro", sino los "hijos humildes y agradecidos de la Iglesia".

"Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces", reflexiona el Papa, "en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales". Hemos "de trabajar por la unidad entre todos", "de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan", porque Dios nos llama a ser "hombres y mujeres de comunión".

Pero si el Espíritu nos constituye como un "pueblo nuevo", nos da a todos los cristianos un "corazón nuevo" también, explica el Papa: un corazón nuevo fruto del "Espíritu de perdón".

Y este perdón, según el Papa, es nada menos que "el comienzo de la Iglesia". El perdón es "el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa". "El perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece", prosigue el Papa en una hermosa meditación.

Pero, ¿para qué sirve ese "aglutinante", ese "amor", que es el perdón? El Papa contesta: "El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia".

Dejándonos guiar por ese Espíritu de perdón y sus caminos de amor, renovación, fortalecimiento y armonía, entonces, nos salvamos de meternos en callejones sin salida, dice Francisco: los juicios apresurados, la soberbia y la tentación de sentirnos autosuficientes, las murmuraciones y censuras a los demás. Solo hay una vía que invita a recorrer el Espíritu, y esa es la "del doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad".

"Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre Iglesia sea cada vez más hermoso", cierra su sermón el Papa Francisco. "Sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad".

Texto completo de la homilía del Papa en la Misa de Pentecostés:

Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo.

Él es, en efecto, el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas. En las lecturas de hoy se nos muestran dos novedades: en la primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo. Un pueblo nuevo. En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de "lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas" (Hch 2, 3-4). La Palabra de Dios describe así la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal.

En primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía: "Reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí" (Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan, XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.

Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos "seguidores" partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de "derechas o de izquierdas" antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad.


En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo, "donde está el Espíritu del Señor, hay libertad" (2 Co 3,17). Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo.

Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, dice: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 22-23). Jesús no los condena, a pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el Espíritu de perdón.

El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia.


El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que "ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están" (Isaac de Stella, Sermón 31).

Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad. Pidámoslo al Espíritu Santo, fuego de amor que arde en la Iglesia y en nosotros, aunque a menudo lo cubrimos con las cenizas de nuestros pecados:

"Ven Espíritu de Dios, Señor que estás en mi corazón y en el corazón de la Iglesia, tú que conduces a la Iglesia, moldeándola en la diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas. Amén". 

Texto completo del saludo del Papa antes del rezo del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy, en la fiesta de Pentecostés, será publicado mi Mensaje para la próxima Jornada Misionera Mundial, que se celebra cada año en el mes de octubre. El tema es: La misión en el corazón de la fe cristiana. El Espíritu Santo sostenga la misión de la Iglesia en el mundo entero y de fuerza a todos los misioneros y las misioneras del Evangelio. El Espíritu done la paz al mundo entero; sane las llagas de la guerra y del terrorismo, que también esta noche, en Londres, ha afectado a civiles inocentes: oremos por las víctimas y los familiares.

Saludo a todos ustedes, peregrinos provenientes de Italia y de tantas partes del mundo, que han participado en esta celebración. En particular, a los grupos de la Renovación carismática católica, que festeja el 50° de fundación, y también a los hermanos y las hermanas de otras confesiones cristianas que se unen a nuestra oración. Saludo a las Hijas de María Auxiliadora de los Países latinoamericanos.

Saludo y agradezco al coro y la orquesta de los jóvenes de Carpi, que han ejecutado algunos cantos durante esta Santa Misa, en colaboración con la Capilla Sixtina.

Invocamos ahora la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos obtenga la gracia de estar fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con sinceridad evangélica.

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