Cristo, verdadero Rey – Pastor de todas las naciones

16º domingo ordinario - B - Mc 6,30-34    21  de julio de    2024

Monseñor. Romero llama a este sermón “Cristo, verdadero Rey – Pastor de todas las naciones”. La cita[1]que hoy repetimos lleva el subtítulo “La pobreza de los pueblos mal gobernados”.

Acerca de  Mc 6,34 dice  el arzobispo: “También el cuadro que  nos presenta el Evangelio de los tiempos de Cristo.  Cristo quiere buscar un momento de reposo pero la gente lo necesita y va allá y lo encuentra.  Es una muchedumbre, una muchedumbre  que el Evangelio describe con palabra inigualable: Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles con calma.   No había prisa, Ya no había cansancio, las ovejas lo requieren. Este sí que es buen pastor.  Pero lo que el pobre Jesús encuentra: un pueblo que ha perdido su unidad, su mística, que busca en solo soluciones de la  tierra la solución política de su tiempo, se ha olvidado de Dios y no hay quien lo oriente a esa búsqueda.  Él se pone a enseñar, a enseñar que la única salvación viene de Dios, que Dios nos ama, que dios no nos ha desamparado, que nos amemos, que no nos dispersemos. Tal sería la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo.”

¿Cuántas veces tenemos que reconocer que los pueblos viven en realidad como “rebaños sin pastor”: perdidos, sin orientación, sin horizonte, sin motivación, abandonados, expulsados, sin protección contra los peligros externos y internos? Hoy daremos nombres diferentes a los de la época de Jesús. Los pueblos se mueren de hambre; la gente es utilizada como carne de cañón en guerras organizadas por gente rica y poderosa; pueblos donde el salario mínimo o la pensión no son suficientes para vivir dignamente; pueblos que se sienten temerosos de estar permanentemente vigilados y controlados por el aparato del “gran Hermano”[2]; pueblos donde la violencia social (generalmente como erupción, resultante de la violencia económica de la explotación y la exclusión) lo paraliza todo; Pueblos gobernados por políticos que se enriquecen con la corrupción; Pueblos donde la educación se utiliza como adoctrinamiento ideológico y donde las clases de historia sólo sirven para justificar a los actuales gobernantes; naciones donde los pequeños pagan más impuestos que los más ricos; pueblos donde la vida digna no es posible y la gente se traslada a lugares donde esperan que haya más opciones de vida; pueblos donde….

Monseñor. Romero lo ve así: “un pueblo que ha perdido su unidad, su misticismo, que busca sólo soluciones terrenales para la solución política de su tiempo, se ha olvidado de Dios y no hay quien lo guíe en esa búsqueda”. Los partidos políticos y los “conjuntos” ideológicos son a menudo una fuente de división y, por tanto, de debilidad, en lugar de espacios pluralistas donde se puedan buscar juntos soluciones justas. Muy a menudo las iglesias y las religiones han fracasado en su mensaje redentor, y muchas veces han justificado activa o silenciosamente la injusticia. Donde “Dios fue olvidado”, los ídolos del poder y la riqueza tomaron su lugar. En lugar de escuchar al Dios de la liberación de los oprimidos, la gente se inclinó ante los líderes políticos que se consideran dioses, ante los dioses del poder, la guerra, la riqueza, el mercado, las ganancias…

Lo vemos hoy en todas partes, incluso en nuestro propio país, incluso en nuestro entorno inmediato. A menudo es difícil encontrar solidaridad y humanidad, aunque existen oasis donde las personas pueden realmente encontrar un hogar, recuperar el aliento y ser apreciadas. El trabajo voluntario hace maravillas. Se “cuida” a las personas en los sectores social, médico y educativo. Pero nuestra sociedad en su conjunto está en peligro de colapsar porque la mística liberadora se ha diluido, porque olvidamos que Dios ama a los hombres y no nos dejará ir, ni siquiera en la cruz. Monseñor. Romero hace entonces ese sencillo pero contundente llamamiento: “que nos amemos, que no nos dispersemos”. Hay muchos acuerdos de cooperación nacionales e internacionales, pero a menudo quedan en letra muerta. Amarnos unos a otros significa que nos aseguramos de que nadie se caiga (o sea empujado) del barco. Amarse unos a otros significa defender siempre a las personas más débiles y vulnerables. Amarse unos a otros significa darle al otro espacio para vivir y vivir solidariamente en el mundo. En esto testificaremos de nuestra fe en la fidelidad de Dios hacia las personas. ¡Somos su corazón y sus manos, después de todo!

Monseñor. Romero también llama a no dispersarnos, a no dividirnos como pueblo (en grupos y bloques con su propia agenda (secreta)). Por supuesto, no se trata de que todos, bajo presión, se adhieran a la ideología partidista de los líderes políticos y le den culto en una obediencia profunda y ciega. Los pobres y vulnerables, sus propias organizaciones y las personas que quieren solidarizarse con ellos se necesitan para mantenerse a flote, para perdurar, para mantener vivo el sueño de un “otro mundo” en el horizonte del Reino de Dios. “Divide y vencerás” es una política gubernamental desde hace siglos. Desde abajo hacia arriba, los cristianos tenemos la tarea de ser levadura de solidaridad y de unidad en la sociedad, cerca y en nuestros entorno, pero también hacia todo el pueblo y los demás pueblos.

Preguntas para la reflexión y la acción personal y comunitaria.

  1. ¿Qué palabras podemos usar hoy para describir lo que Jesús quiso decir con “un rebaño sin pastor”?
  2. ¿Qué “mística”, qué sueño nos mantiene en marcha? ¿Qué hacemos para que esa mística sea contagiosa a otros en la iglesia y en la sociedad?
  3. ¿Qué esfuerzos estamos haciendo para lograr “unidad” dentro y entre las iglesias, las religiones, y solidaridad entre y con todos aquellos que quedan al margen?

[1] Homilía en la liturgia del 16 domingo del Tiempo ordinario.  -B, en 1979.   Homilías. Monseñor Oscar Romero,  Tomo V, Ciclo B, UCA Editores, San Salvador, 2008,  p 136

[2] “The Big Brother”.  Del libro “1984” de Georges Orwell

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