Sembrando la Palabra del Reino

15 Domingo ordinario  –A  -    Mt 13,1-23     -      16 de julio de  2023

Bajo el título "Sembrando la Palabra del Reino", Monseñor Romero aborda en su homilía[1] el significado de la parábola del Evangelio de hoy. En un primer punto, habla de la semilla, que es la Palabra del Reino. Con ello, llama a la Iglesia a ser coherente con la Palabra. Advierte contra el peligro de buscar un mensaje que responda más bien a nuestros propios intereses y una predicación que no provoque ningún conflicto. Como segundo punto, aborda el anuncio de esa Palabra como siembra, es decir, evangelización. 1) Llevar los criterios del Evangelio de Cristo a toda la humanidad para renovarla en sus propios compromisos. (2) Testimonio de vida.  No nos contentemos con predicar, es necesario vivir lo que predicamos. (3) El anuncio explícito.  Hay que hablar, hay que predicar el contenido de la revelación”.  Por último, explica que la cosecha de esta siembra es la salvación integral del hombre y del mundo.

“Cuando los primeros cristianos ya comenzaron a sentir lo que ahora sentimos tan al vivo nosotros: que no todos reciben la palabra de Cristo con el mismo entusiasmo; o que lo reciben  con entusiasmo, pero luego, ante la persecución, ¡cobardes! Se huyen; o aquellos que quisieran recibir una palabra que creciera en su corazón, junto con su amor a las riquezas, y adorar al Dios y adorar a sus riquezas. A éstos se dirige la categoría de tierras en esta palabra, cuando una parte cae en tierra pedregosa, en el camino, en tierra entre espinas.  Hermanos qué hermoso examen de conciencia para uno de nosotros: ¿qué clase de corazón es el mío?  ¿qué clase de cristiano soy?  Tierra buena o tierra inconstante, cobarde, prefiriendo mejor las ventajas de la tierra, que crezcan los charrales, las espinas de los placeres de este mundo:” No los quiero dejar, pero sí quiero ser cristiano”. “voy   a misa, pero quisiera oír que el sacerdote endulzara mis oídos y no me tocara las llagas”, “Ya ahora ya no se puede ir a misa porque en todas partes molestan”. Claro, es el que quisiera que crecieran en su corazón la palabra de Dios junto con los vicios, junto con los egoísmos. No puede ser, no se puede servir a dos señores.”  

Monseñor Romero termina la homilía de este domingo con: "Queridos hermanos, ojalá que yo que estoy  tratando  de sembrarla  (Palabra de Dios), en esta mañana, no solo sea  sembrador, sino también tierra fecunda de esa palabra.  Ayudémonos mutuamente, hagamos  una comunidad Iglesia  donde la palabra  del Señor produzca no solo el treinta y el sesenta, sino el ciento por uno.”  No duda en poner el listón muy alto para nuestra vida de cristianos. Seguramente la cosecha final ya debería ser visible -aunque parcialmente y a veces equivocándonos y corrigiendonos- la salvación integral de todas las personas y del mundo entero.

En uno de los últimos párrafos, casi al final de su homilía, pone el dedo en la llaga. ¿qué clase de corazón es el mío?  ¿qué clase de cristiano soy?  Tierra buena o tierra inconstante, cobarde, prefiriendo mejor las ventajas de la tierra, que crezcan los charrales, las espinas de los placeres de este mundo:” No los quiero dejar, pero sí quiero ser cristiano”. “voy   a misa, pero quisiera oír que el sacerdote endulzara mis oídos y no me tocara las llagas”, “Ya ahora ya no se puede ir a misa porque en todas partes molestan”. La parábola del Evangelio de hoy muestra tan claramente que la calidad y las condiciones de la tierra son tan decisivas para que la buena semilla de la Palabra de Dios arraigue, crezca y dé fruto.

 Los nuevos cristianos de la primera iglesia se unieron a una comunidad cuyos miembros se habían distanciado de algunas prácticas principalmente culturales de sus conciudadanos. Destacaban entre sus vecinos. ¿Por qué habían dejado de hacer algunas cosas "normales"? ¿Por qué hacían las cosas de otra manera? Recordemos las discusiones sobre si comer o no carne sacrificada en los altares de los dioses griegos y romanos. Por cierto, a partir de cierto momento también fueron perseguidos por vivir "de otra manera", cuestionar el "statu quo", dejar de responder a los dioses del sistema. Pero cuando el cristianismo se convirtió en "religión de estado", es decir, en la religión oficial del imperio romano, y después se heredó a los demás imperios europeos, aparentemente ya no era necesario empezar a vivir de forma "diferente" ni posicionarse en contra de la cultura existente. Aunque la Semilla del Verbo ayudó a humanizar aspectos importantes de la sociedad en el mundo occidental, seguimos viviendo (ahora en un mundo secular) en una sociedad de consumo, de estructuras económicas injustas, donde el "poder" (incluido el militar) y la "riqueza"(el mercado) siguen gobernando. Incluso cuando el cristianismo social se desmorona, la pregunta sigue en pie: ¿cómo puede la gente, nuestros vecinos, nuestros colegas en el trabajo, en la escuela, en la vida de club, en el pueblo, en el barrio,.... ver que somos cristianos? ¿Qué hacemos de forma diferente? ¿Qué no hacemos conscientemente (aunque sea "normal")? ¿Qué hacemos conscientemente (aunque no forme parte de lo culturalmente normal)? ¿En qué nos diferenciamos de los no cristianos (aunque podamos compartir con ellos ciertos valores de, por ejemplo, solidaridad y servicio, y trabajar juntos en ellos)?

En las preguntas que plantea Monseñor Romero, no se refiere a nuestras prácticas religiosas o a nuestra participación en actividades litúrgicas, sino a la propia vida concreta de los cristianos. ¿En qué dirección se inclina la balanza de nuestro hacer: hacia las "cosas del mundo" -lo normal de una sociedad capitalista liberal secular- o hacia la praxis del Reino de Dios? Nos recuerda: ¡no se puede servir a dos señores! En realidad, el camino de Jesús está reñido con la cultura "normal" de nuestra sociedad, aunque haya importantes indicios de una "nueva sociedad", signo del Reino de Dios.

Aunque las cruces cuelgan en nuestros templos, y aquí y allá todavía en hogares de los cristianos, hemos suavizado las cosas. En nuestro tan repetido Credo (oficial), se dice que Jesús "murió", no que fue asesinado por orden de líderes religiosos. Incluso en el corazón de la Eucaristía, se nos dice que en la tarde de su sufrimiento y muerte, Jesús tomó pan,..... No hay ninguna referencia al hecho de que fue asesinado. Afortunadamente, existe el Viernes Santo, un día al año. Hoy en día, más cristianos en el mundo son perseguidos, asesinados que en la iglesia primitiva. A veces se trata de prohibir actividades religiosas, o de prohibir hablar proféticamente denunciando la injusticia y la corrupción o por fortalecer la esperanza de los pobres. No debemos olvidar a los cristianos perseguidos de hoy. Quizá sean precisamente ellos los que, después de todo, pueden despertarnos y pedirnos que hagamos un profundo "examen de conciencia", como nos recuerda hoy monseñor Romero.

El puso el dedo en las llagas de la sociedad de su tiempo, también en las llagas de la propia Iglesia. Reconoció al Crucificado en los sufrimientos de su pueblo. Pidió coherencia entre la fe que profesamos y celebramos, y nuestra praxis creyente, nuestra vida cotidiana, tanto personal como social y a nivel del pueblo mismo. Por importante que sea que la Palabra de Dios produzca ya una cosecha del 30  o del 60 por uno en nuestras vidas, como comunidad eclesial aspiramos a más. Podemos animarnos y llamarnos unos a otros a ser un suelo aún más fértil para la Palabra de Dios, a desplazar o deshacernos de las piedras y los espinos (lo que se opone al Reino de Dios).

El terreno bueno y fértil desde donde la semilla de la Palabra de Dios puede crecer hasta convertirse en la cosecha del Reino de Dios es la praxis de la vida de los cristianos, familiar, social, económica, política. Esa praxis se hace más evidente en nuestro compromiso con los "pobres". Es precisamente a través de ellos como Jesús nos habla, nos llama y sale a nuestro encuentro. Mt 25, 31-46. En nuestra relación de solidaridad con ellos, también se sopesa la autenticidad de nuestro anuncio de la Palabra. Debemos hacer lo que proclamamos.

Preguntas para la reflexión y la acción personal y comunitaria.

  1. ¿De qué manera somos (siguiendo a Jesús) sembradores de la Palabra de Dios en el mundo de hoy? ¿Cuál es nuestra contribución al anuncio del Evangelio? Cómo podemos, como Iglesia, apoyarnos mutuamente para proclamar verdaderamente Su Palabra y no la nuestra o la del poder y la riqueza?
  2. ¿Qué nos viene a la mente cuando miramos nuestras vidas en el espejo de "No debemos conformarnos (dormirnos en los laureles) con predicar (homilías, catequesis, teología, lectura de la Biblia,...), debemos vivir lo que predicamos"? (decía monseñor Romero).
  3. ¿Dónde vemos hoy, a nuestro alrededor, frutos de la siembre de la Palabra de Dios? ¿Cómo pueden esos primero logros (de salvación integral del hombre y del mundo) animarnos hoy a seguir adelante?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo III – Ciclo A,  UCA editores, San Salvador, primera edición 2006, p .108

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