No hay derecho para estar tristes

Sexto domingo de Pascua   – B  -    Jn 15,9-17    5 de mayo de 2024.

Mons. Romero titula esta homilía "El don más grande de la Pascua es el dinamismo del amor”.  Para los aportes para la homilía de este día, elegimos una cita[1] vinculada al texto evangélico de hoy.  

“En Cristo, nos ha revelado también el Padre una relación de consuelo y alegría.  En estas horas de pesimismo de la patria, cuando muchos creen que ya no hay remedio, ¡qué hermoso es oír a Cristo que nos dice en el Evangelio de hoy!: “Para que por estas palabras tengáis mi alegría y tengáis la plenitud de la alegría”.  No hay derecho para estar tristes.  Un cristiano no puede ser pesimista. Un cristiano siempre debe de alentar en su corazón la plenitud de la alegría.  Hagan la experiencia hermanos; yo he tratado de hacerla muchas veces, y en las horas más amargas de las situaciones, cuando más arrecía la calumnia y la persecución, unirme íntimamente a Cristo, el amigo, y sentir una dulzura que no la dan todas las alegrías de la tierra.  La alegría de sentirse íntimo de Dios, aun cuando el hombre no lo comprenda a uno, es la alegría más profunda que pueda haber en el corazón. Y Cristo, que estaba precisamente en la noche trágica de su vida, cuando al día siguiente hasta sus discípulos lo iban a abandonar, les dice esta palabra de alegría: (…) “Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud.”

Como Mons. Romero describe su comprensión de la situación en El Salvador como “estas horas de pesimismo de la patria, cuando muchos creen que ya no hay remedio”, del mismo modo hoy en día la mayoría de los pueblos de América Latina (y tal vez de todo el Sur) sienten que la esperanza de cambio está completamente debilitada, que nada se puede hacer más al respecto, que se les prometió “cielo y tierra” mientras no se satisfacen las necesidades básicas fundamentales de la mayoría de la población. Pero incluso en Europa, donde pensábamos que nunca habría otra guerra, la inversión en armas, rearme y militarización está aumentando para prepararse para la guerra venidera. Así nos lo dicen. De hecho, lo que Israel está haciendo contra el pueblo palestino (en realidad desde hace 75 años) o lo que la Rusia de Putin está haciendo en Ucrania es atroz. Y al mismo tiempo somos cada vez más conscientes del calentamiento global y de la creciente destrucción de nuestro planeta. Así entendemos que muchas personas ven el futuro (próximo) como muy sombrío, muy amenazador y sin perspectivas de vida.

En tal contexto histórico escuchamos que Mons. Romero nos señala una dirección completamente diferente. Durante el tiempo pascual de 1979, en circunstancias muy difíciles, se refirió al mensaje pascual fundamental: “que por estas palabras tengáis mi alegría y tengáis la plenitud de la alegría”. Se refiere a la trágica experiencia del final de la vida de Jesús, incluso siendo traicionado y abandonado por sus discípulos más cercanos. Y, sin embargo, Jesús pudo testificar de su profundo gozo debido a la relación amorosa con su Padre. Jesús completará su camino para que la alegría de los discípulos (y por tanto también la de nosotros) sea completa.

Desde esa alegría tan arraigada, Mons. Romero nos recuerda: ¡ No hay derecho para estar tristes.  Un cristiano no puede ser pesimista! El pesimismo no tiene lugar en la vida de los cristianos fieles. Eso suena fuerte. Cuando miramos los 2000 años de historia de la(s) iglesia(s), debemos reconocer que ciertamente hemos causado también un sufrimiento terrible entre muchos pueblos. El “bienestar” de Europa, centro del cristianismo durante siglos, es también en gran medida un resultado histórico de la injusticia, el robo, la explotación, la violencia, la esclavitud, etc. Hoy el futuro del mundo entero no parece tan brillante. Al mismo tiempo, somos testigos de que hay comunidades y grupos de cristianos que resisten –junto con otros–. Muchas iglesias están cerradas, monasterios y abadías reciben otro destino, pero en muchos lugares existen núcleos de un indestructible movimiento cristiano de base. Allí la lucha es por elegir la vida y no la muerte. Esto sucede desde un ambiente de profunda alegría.

En su homilía Monseñor Romero comparte su propia experiencia en situaciones de acusaciones falsas, amenazas, represión, destrucción, persecución. Su conexión con Cristo le dio fuerza vital profética. En la intimidad de su corazón, de su conciencia, descubrió cuán ciertas son las palabras que menciona en esta cita: “Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud.” Invita a las y los creyentes a participar de esa experiencia. “La alegría de sentirse íntimo de Dios, aun cuando el hombre no lo comprenda a uno, es la alegría más profunda que pueda haber en el corazón.” ¿No sería que no hemos aprendido lo suficiente para vivir esa experiencia de conexión con Dios? Como en la época de Mons. Romero en El Salvador hoy también mucha gente no nos entenderá. Así como el propio Jesús no fue comprendido, sus discípulos no son comprendidos por “el pueblo”, por lo que se considera normal en nuestra sociedad. ¿Persistiremos sin esa experiencia íntima de conexión amorosa con Jesús, el Viviente, sin esa Alegría?

En el mismo texto del Evangelio de este domingo escuchamos que Jesús dice que Él nos ha elegido, que nos ha encargado elegir la vida, ser esperanza para el mundo, producir frutos (de justicia y de paz). Nos pide que nos pongamos en marcha. En ese camino, como en la historia de Emaús, Él irá con nosotros. Él viene a nosotros desde los rostros dañados de personas vulnerables y heridas. Él nos habla en nuestra propia conciencia. Monseñor. Romero nos invita a hacer tiempo para escucharlo, para experimentar en el silencio de nuestro corazón cómo Él nos ama y nos fortalece. En ese camino experimentaremos que nuestro corazón arde cuando Él nos empuja, nos habla y comparte Su alegría con nosotros. (Lc 24,32). Será una alegría que “el mundo” no comprende, una alegría que muchos no experimentan y no conocen. Pero será Su alegría la que nos acompañe como el Viviente en la victoria sobre la cruz. Entonces ya no seremos pesimistas, sino que testificaremos con alegría que confiamos en que otro mundo es posible. Entonces nada ni nadie nos detendrá.

Que en el silencio de nuestros propios corazones (conciencia) y escuchando juntos en nuestras comunidades abrahámicas[2], encontremos la alegría de no abandonar nunca la lucha por la justicia, la solidaridad y la paz.

Sugerencias de preguntas para la reflexión y praxis, personal y comunitariamente..

  1. ¿En qué medida experimentamos la alegría profunda de ser cristianos (de la relación amorosa con el Viviente)?
  2. ¿Qué significa para nosotros escucharlo, encontrarlo, experimentar Su Amor y recibir Su alegría?
  3. ¿Qué hacemos (qué podemos hacer) para erradicar todo pesimismo y preparar el escenario para un futuro nuevo?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo IV – Ciclo B,  UCA editores, San Salvador, primera edición 2007, p 463

[2] En su libro “Dom Helder Cámara: quando a vida se faz dom”, (Paulus Editora, Sao Paulo, 2021), Eduardo Hoornaert dedica un capítulo entero para aclarar lo que Helder Cámara quiso decir con “Comunidades Abrahamíticas”:  Minorías Abrahamíticas  con impacto como “presagio de una nueva humanidad basada en el amor y la solidaridad”

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