Aventura quijotesca de los disciplinantes

Imagen: de Ricardo Balaca y Orejas-Canseco ( 1844-1880) para la ed. de "El Quijote" por Montaner y Simón, en Barcelona, 1880-1883.
Texto ilustrado:
24. ... la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.
25. El cura fue conocido de otro cura que en la procesión venía; cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos, decía:
26. —¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!
El Q.I.52.24-26
Contexto: Aventura de los deceplinantes : CAPÍTULO LII: De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los deceplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor
9. En resolución, estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpían, oyeron el son de una trompeta, tan triste, que les hizo volver los rostros hacia donde les pareció que sonaba, pero el que más se alborotó de oírle fue don Quijote, el cual, aunque estaba debajo del cabrero, harto contra su voluntad y más que medianamente molido, le dijo:
10. —Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mías, ruégote que hagamos treguas, no más de por una hora; porque el doloroso son de aquella trompeta que a nuestros oídos llega me parece que a alguna nueva aventura me llama.
11. El cabrero, que ya estaba cansado de moler y ser molido, le dejó luego, y don Quijote se puso en pie, volviendo así mismo el rostro adonde el son se oía, y vio a deshora que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco, a modo de diciplinantes.
12. Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había.
13. Don Quijote, que vio los estraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla; y confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió a Rocinante, que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó; y pidiendo a Sancho su espada subió sobre Rocinante y embrazó su adarga, y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban:
14. —Agora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería; agora digo que veredes, en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes.
15. Y en diciendo esto, apretó los muslos a Rocinante, porque espuelas no las tenía, y a todo galope, porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamás la diese Rocinante, se fue a encontrar con los diciplinantes, bien que fueron el cura y el canónigo y barbero a detenelle; mas no les fue posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo:
16. —¿Adónde va, señor don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe católica? Advierta, mal haya yo, que aquélla es procesión de diciplinantes, y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla; mire, señor, lo que hace; que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe.
17. Fatigóse en vano Sancho; porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra; y aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo mandara. Llegó, pues, a la procesión, y paró a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y con turbada y ronca voz, dijo:
18. —Vosotros, que, quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.
19. Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las ledanías, viendo la estraña catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en don Quijote, le respondió diciendo:
20. —Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos, ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve, que en dos palabras se diga.
21. —En una lo diré—replicó don Quijote—, y es ésta: que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.
22. En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana; cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio, que le quedó en la mano, dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado.
23. Sancho Panza, que jadeando le iba a los alcances, viéndole caído, dio voces a su moledor que no le diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado, que no había hecho mal a nadie en todos los días de su vida. Mas lo que detuvo al villano no fueron las voces de Sancho, sino el ver que don Quijote no bullía pie ni mano; y así, creyendo que le había muerto, con priesa se alzó la túnica a la cinta, y dio a huir por la campaña como un gamo.
24. Ya en esto llegaron todos los de la compañía de don Quijote adonde él estaba; mas los de la procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algún mal suceso, y hiciéronse todos un remolino alrededor de la imagen; y alzados los capirotes, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinación de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.
25. El cura fue conocido de otro cura que en la procesión venía; cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos, decía:
26. —¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!
27. Con las voces y gemidos de Sancho revivió don Quijote, y la primer palabra que dijo fue:
28. —El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, a mayores miserias que éstas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, a ponerme sobre el carro encantado; que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.
29. —Eso haré yo de muy buena gana, señor mío—respondió Sancho—, y volvamos a mi aldea en compañía destos señores, que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama.
El Q.I.52.9-29
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diciplina: 7; diciplinante: 1; diciplinantes: 8; diciplinas: 3; dicipline: 1; formas sincopadas de disciplin-: disciplina; dicípulo: 1
diciplina (doc. s. XV, forma sincopada de disciplina ) f. «el manojo de cordeles con abrojuelos con que los diciplinantes se azotan; y la ejecución desta penitencia y mortificación se llama diciplina.», Cov. 470.a.49.
|| diciplina de abrojos: Llamada así por haberse puesto a las cuerdas «unos abrojillos de plata [en figura de abrojos] con que se sacan mucha sangre... los que por devoción se azotan», Cov. 31.b.19. Conviene saber que «Los diciplinantes que se han azotado con abrojos o rodajuelas suelen desangrarse mucho.», Cov. 454.b.5.
• La duquesa, al saber que Sancho se azota «con la mano», dice que «eso más es darse de palmadas que de azotes» y que «menester será que haga alguna diciplina de abrojos, o de las de canelones, que se dejen sentir», II.36.3. ® canelones
• Más adelante, como Sancho dice que, aunque rústico, sus carnes tienen más de algodón que de esparto, la duquesa añade: «yo os daré mañana una diciplina que os venga muy al justo y se acomode con la ternura de vuestras carnes», II.36.6.
diciplinante (doc. s. XVI, forma sincopada de disciplinante) m. alterna con: deceplinante: «Los diciplinantes que se han azotado con abrojos o rodajuelas suelen desangrarse mucho.», Cov. 454.b. 5.
• «El principio de esta costumbre se atribuye a las predicaciones de San Antonio de Padua, por los años de 1225. Hubieron de introducirse posteriormente en esta práctica algunos abusos que movieron al célebre Juan Gerson a escribir contra ella (Fleury, hist. ecles. Iibro CIV, número 33), y que trataría de remediar San Vicente Ferrer cuando estableció, según se dice, que los disciplinantes llevasen la túnica blanca y cubierto el rostro (Méndez de Silva, Catálogo Real, fols. 56 y 121). Sin embargo existían abusos en tiempo de Cervantes», Clem. 1495.b-1496.a. Ver el testimonio de Covarrubias: ® diciplinar
|•| Aventura de los DICIPLINANTES: I.52. Por su lugar en el relato, la última aventura de la primera parte de la obra, la de los diciplinantes (similar a la aventura del cuerpo muerto o encamisados, I.19) tiene análoga función en Q.I a la de las imágenes de los santos en Q. II.58. Con cada una de estas dos aventuras se cierra la etapa correspondiente de la carrera de don Quijote. (® diciplinar).
• Nótese que en la aventura del muchacho Andrés del protoquijote se trata de azotes transitivos: un hombre que azota cobardemente a otro hombre. Tal no es el caso en la de los Disciplinantes, donde se trata de azotes reflexivos, puesto que un grupo de hombres se azotan como penitentes católicos, cada uno a sí mismo. La aventura es provocada por Don Quijote, durante su larga salida del carro en el cual vuelve enjaulado a su aldea. Cuando normalmente el azotar y los azotes de los penitentes son reflexivos, la intervención de don Quijote hace que lo reflexivo se transforme en activo por parte de los disciplinantes y en pasivo por parte de don Quijote, que llama a su carro «encantado» al volver a él molido por los tales disciplinantes (el tema de los azotes desencantadores de Sancho es un subtema del de los encantadores): «¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fé católica?», I.52.16.
• En este caso, que de toda evidencia Don Quijote no comprende de momento, pero que tanto el narrador, como Sancho Panza, como uno de los clérigos que cantaban las letanías junto a los disciplinantes, presentan como una evidencia del mundo católico, donde vive Don Quijote, parece que no hay ni descortesía ni cobardía, sino humillación voluntaria del azotado ante Dios, que hace dignos de recompensa el azotarse y los azotes libres:
«Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y disciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese… don Quijote, que vio los extraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él solo tocaba, como caballero andante, el acometerla», I.52.13.
• Si Don Quijote no comprende en este momento lo que tantas veces ha visto y vivido como católico, porque su imaginación le conduce a pensar «que (la que) traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines», I.52.13, podemos estar ciertos que imprime en su memoria con letras de fuego las palabras de Sancho, como se imprimen en un libro sagrado todas y cada una de las palabras redentoras:
«—¿Adonde va, señor Don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fé católica? Advierta, mal haya yo, que aquella es profesión de diciplinantes, y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla; mire, señor, lo que hace, que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe.», I.52.16.
• El terreno queda preparado para que quien disponga la burla del desencanto de Dulcinea obtenga de Don Quijote no sólo el asentimiento, sino la manía: los azotes de Sancho desencantarán a Dulcinea.
• Este desencanto resulta necesario en la trama de la obra, tras la invención por el ingenioso don Quijote del encantamiento, como remedio a la vulgaridad de las labradoras que Sancho le muestra sobre el camino del Toboso, en sustitución del sol de la hermosura que él es incapaz de hallar:
«—Yo no veo Sancho, -dijo don Quijote-, sino a tres labradoras sobre tres borricos.», II.10.25.
La imaginación de Don Quijote, que dispone del recurso del encantamiento, para hacer que la verdad aparente no haga palidecer la verdad pretendida, hecha mano de él en estos términos:
«el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre», II.10.37. ® muchacho Andrés
|| diciplinantes de luz: 'cofrades que llevan cirios'. Así se llaman también, según el Diccionario de Juan Hidalgo, a los que sacan a la vergüenza. En este caso es voz de germanía.
• En las cofradías de penitencia y en sus procesiones se distinguían los disciplinantes «de sangre», o «disciplinantes de carne» (llamados también «penitentes de sangre», ver, por ej.: EstebaGlez, p. 291), denominaciones que no aparecen en el Quijote, pero que son 'los que iban azotándose en las procesiones', y los de luz, que alumbraban con hachas y cirios, (Rgz Marín).
• Al comienzo de II.35 se alude a los diciplinantes de luz. «Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales, tirado de seis mulas pardas, encubertadas, empero, de lienzo blanco, y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco, con una hacha de cera grande, encendida, en la mano», II.35.1.
|| nuevos diciplinantes: tema de los azotes desencantadores de Sancho, para desencantar a Dulcinea:
• 1) La puesta en ejecución de los azotes: Don Quijote ha esperado la llegada de la noche de los azotes de Sancho con el ansia de los enamorados, «que jamás ajustan la cuenta de sus deseos». Sancho Panza, «haciendo del cabestro y de la jáquima del rucio un poderoso y flexible azote, se retiró hasta veinte pasos de su amo, entre unas hayas. Don Quijote, que le vio ir con denuedo y con brío, le dijo: —Mira, amigo, que no te hagas pedazos: da lugar que unos azotes aguarden a otros; no quieras apresurarte tanto en la carrera, que en la mitad de ella te falte el aliento: quiero decir que no te des tan recio, que te falte la vida antes de llegar al número deseado. Y porque no pierdas por carta de más ni de menos, yo estaré deste aparte contando por este mi rosario los azotes que te dieres. Favorézcate el cielo conforme tu buena intención merece.», II.71.11.
• 2) El modo de los azotes desencantadores de Sancho: Hasta seis u ocho azotes se habría dado con el cordel Sancho, desnudo de medio cuerpo arriba, cuando «le pareció ser pesada la burla y muy barato el precio della; y deteniéndose un poco, dijo a su amo que se llamaba a engaño, porque merecía cada azote de aquellos ser pagado a medio real, no que a cuartillo. —Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes -le dijo Don Quijote-; que yo doblo la parada del precio (duplico la apuesta). —Dese modo -dijo Sancho-, a la mano de Dios y lluevan azotes! Pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas, y daba en los árboles, con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellos se le arrancaba el alma.», II.71.18.
• 3) Piedad de Don Quijote: Por dos veces Don Quijote se inquieta por la salud de Sancho, durante la ejecución de su pena, hasta el punto de que le pide que se pare. La primera cuando ya llevaba más de mil azotes, según la cuenta de Don Quijote. Sancho Panza, tras decir que «A dineros pagados, brazos quebrados», pide a Don Quijote que se aparte y que le deje darse otros mil azotes. «Volvió Sancho a su tarea con tanto denuedo, que ya había quitado las cortezas a muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba; y alzando una vez la voz y dando un desaforado azote en una haya, dijo: -¡Aquí morirá Sansón y cuantos con él son! Acudió Don Quijote luego al son de la lastimada voz y del golpe del riguroso azote, y, asiendo del torcido cabestro que le servía de corbacho a Sancho, le dijo: —No permita la suerte, Sancho amigo, que por el gusto mío pierdas tú la vida, que ha de servir para sustentar a tu mujer y a tus hijos: espere Dulcinea mejor coyuntura», II.71.24.
• 4) Sancho Panza cesa en su porfía, ya que Don Quijote así lo quiere, y le pide que le eche sobre las espaldas su ferreruelo (capa corta), para no resfriarse, «que los nuevos diciplinantes corren este peligro» «Hízolo así Don Quijote, y quedándose en pelota, abrigó a Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol», II.71 § 25-26.
|| diciplinar: por disciplinar, que, aunque existe desde 1490 en el sentido de 'someter a
disciplina': 'enseñar', en el sentido de 'azotar' es un neologismo semántico de 1611, cuyo sentido religioso está muy bien explicado por Covarrubias: «Particularmente se usa entre los religiosos y personas que mortifican la carne, en remembranza de los azotes que Cristo nuestro Señor padeció por nosotros; y si esto se hace con las debidas circunstancias, junta Dios la sangre del tal penitente con la suya y dale valor y mérito. Pero los que se azotan por vanidad, son necios abominables sacerdotes de Baal. Y deberían los prelados, como los gobernadores seculares, echar de las procesiones de los diciplinantes aquéllos que van con profanidad y castigarlos severamente; que por ser tan notorios los excesos que se hacen, no los declaro aquí, y porque se me hace vergüenza referirlos. En Alemania hubo una secta de herejes, que llamaron los flagelantes; eran grandes bellacos y borrachos, y assí los condenaron por tales.», Cov. 470.a.55.
|| me dicipline: 'me azote' • «—Señor—respondió Sancho—, no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y me dicipline», II.68.3.
Fuentes:
Salvador García Bardón: Diccionario enciclopédico de El Quijote, 2005. y El Quijote para citarlo, Skinet, 2005.
Imagen: de Ricardo Balaca y Orejas-Canseco ( 1844-1880) para la ed. de "El Quijote" por Montaner y Simón, en Barcelona, 1880-1883.