Don Quijote viajero (1/3)

En el Quijote las aventuras son indisociables de los viajes y los viajes de las aventuras, puesto que si don Quijote y Sancho salen fuera de su lugar es para buscar aventuras y si las encuentran es porque están de viaje fuera de su lugar.

Sin aventuras y sin viajes no hay, según don Quijote, ni honra para el caballero andante, que se transforma en perezoso cortesano "que nunca ha acertado a salir de los términos de su lugar", II.36.29, ni ganancia para su escudero. Así lo explica Sancho Panza a su mujer: "siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.", I.52.37. Así lo vive don Quijote en su conciencia cada vez que apalabra una aventura, como es el caso cuando se compromete con la princesa Micomicona: "le pareció que sería bien seguir su comenzado viaje y dar fin a aquella grande aventura para que había sido llamado y escogido", I.46.6.

De aquí que para comprender la diegética del Quijote como historia de un caballero andante sea muy importante establecer la topo-cronología de los viajes de su protagonista:

VIAJES DE DON QUIJOTE: Hasta tres veces su locura hace salir a don Quijote de su aldea, y sus paisanos y amigos le hacen volver a ella, lo cual suma un total de tres salidas y tres vueltas. De las vueltas, la primera es activa, la segunda es pasiva y la tercera es reflexiva.

La primera vuelta es activa, porque la decide Don Quijote, convencido de su propia falta de preparación, para mejorar su salida al mundo, que por la primera vez ha tenido lugar sin armarse caballero, sin medios de subsistencia, sin escudero y limitándose al campo de Montiel, espacio inmediato a su lugar.

La segunda vuelta es pasiva, porque el escenario de la aventura que justifica la salida de Don Quijote de su retiro en Sierra Morena es montado por sus propios compatriotas y que en su forma definitiva implica la completa pasividad de don Quijote. Se trata del escenario de la doncella cuitada que ha de ser ayudada por Don Quijote, quien para hacerlo se sentirá obligado a seguirla a su país. Los compatriotas de don Quijote cuentan con la colaboración inesperada, como escenaristas y como actores, de enamorados cuitados que viven refugiados en Sierra Morena. Por puras conveniencias de estos actores extranjeros, que han logrado superar sus cuitas y tienen prisa en cumplir sus nuevos deseos amorosos, el escenario de la salida de Don Quijote de Sierra Morena es transformado por sus compatriotas, y sobre todo por el cura, "que era gran tracista", I.29.39, en historia de encantamiento, lo cual implica la vuelta resignada de Don Quijote a donde lo lleven, que será a su casa, encerrado en una jaula, para desposarse con Dulcinea.

La vuelta de la tercera y última salida tiene lugar como vuelta reflexiva, es decir, como vuelta que Don Quijote se impone a sí mismo, o que al menos cree imponerse, por reflexión, porque dos de sus aventuras caballerescas han podido ser transformadas por sus propio vecino Sansón Carrasco, el intectual salmantino de su aldea y "amigo fresco de don Quijote", II.7.1, en decisión voluntaria suya de volver a su casa. Esta vuelta reflexiva, sabiamente planeada y ejecutada por sus propios paisanos, que desean recuperarlo y sanarlo, porque lo estiman y quieren, es brutalmente interrumpida por los burladores extranjeros, cuyo único propósito es hacer durar la farsa quijotesca para divertirse más.

De hecho, esta vuelta reflexiva, la vuelta más eficaz de todas, porque en ella Don Quijote participa intencionalmente decidiendo volverse a su lugar, es al mismo tiempo que la vuelta más estrictamente suya a su casa, la vuelta más minuciosamente preparada por su vecinos y amigos: ellos han decidido que él tiene que decidir, para que su decisión sea mantenida. Esta vez, el intelectual del pueblo, Bachiller de Salamanca, reemplaza en la concepción del escenario al Cura, simple Bachiller por Sigüenza. El salmanticense, que Don Quijote califica de Licenciado porque lo estima más allá de su título, ha comprendido que la única manera de hacer volver a Don Quijote a su lugar, sin riesgo de una nueva escapada, es haciéndole empalmar una obligación con otra, esto es, haciendo que la nueva obligación se asiente en su espíritu sobre la primera.

Si Alonso Quijano se ha convertido en Don Quijote, porque ha pensado que tenía la obligación personal de convertirse en caballero andante, lo cual es cosa de ética, la mejor manera de hacerle dar marcha atrás en las consecuencias de su locura es convencerlo de que tiene la obligación personal de dejar de ser caballero andante en activo, pasando a la reserva, porque una ley de la caballería andante así se lo exige, lo cual es también cosa de ética.

Las dos aventuras que el salmanticense pone a punto para realizar su plan, asumiendo él mismo los riesgos de la empresa, están mejor disimuladas como auténticas aventuras dignas de un caballero andante que la humillante aventura del enjaulamiento de Don Quijote para casarlo con Dulcinea de la vuelta precedente, aventura improvisada por el cura para reemplazar la de la princesa Micomicona, porque en éstas dos el caballero puede no sólo combatir para defender el honor de su Dama, sino vencer una primera vez, para ser vencido sólo a la segunda.

Con todo, tanto la vuelta pasiva, organizada por el Cura, bachiller de Sigüenza, como la vuelta reflexiva, organizada por Sansón Carrasco, bachiller de Salamanca, son realmente vueltas organizadas por los vecinos de Alonso Quijano para curarle de su locura, una locura que ha consistido como anomalía ética en imponerse la obligación desmesurada de creerse obligado a ser el Caballero Andante Don Quijote de la Mancha.
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